En medio de mi dolor recordando el inmenso amor de Lilliana

Rogelio Cedeño Castro (*)

 

Nunca podemos decir que estamos preparados para aceptar la muerte de una persona que ha sido una parte esencial de nuestra vida, pues aunque eso que llamamos la muerte mantiene una polaridad con ese otro elemento que llamamos la vida, estamos tan acostumbrados al fluir incesante de esta última, con sus múltiples manifestaciones y a la compañía cotidiana de los seres que amamos que olvidamos el hecho esencial de la existencia de la muerte, la que actuando por ahí agazapada, termina por arrebatarnos, de la manera más brutal o incluso atemorizante si se quiere a las personas que amamos, dejándonos sumidos en el mayor de los dolores y de las perplejidades, al no obtener respuesta alguna a la multitud de preguntas que nos hacemos, casi a diario, acerca de un elemento que nunca ha dejado de estar allí, a pesar de nuestras reticencias. Durante el fin de semana, recién pasado, mi esposa agonizó de cierta manera, su organismo dio muestras de un agravamiento de la infección que la venía aquejando, de una manera tal que llegue a temer lo peor, algo que por fin sucedió en la madrugada del lunes 3 de octubre, cuando su corazón falló y su organismo dejó de luchar con aquella terrible infección que la aquejaba, por más de dos semanas, con apenas unas ligeras muestras de mejoría. No podía soportar el verla en aquel estado en la cama del hospital, desde hacía casi un mes.

Fue, así como con gran pesar acabo de perder a una mujer que amé intensamente, a lo largo de los últimos siete años, que fue mi esposa, la enfermera especializada en psiquiatría, Lilliana Chaves Hidalgo (1949-2016), una persona alegre, dinámica y encantadora que me encontró sumido en la mayor de las angustias y tristezas, con motivo del fallecimiento reciente, durante los meses de mayo y de junio de 2008, de mi madre y de mi primera esposa. El cariño recíproco, la compañía y la cercanía entre nosotros fue de inmediato, algo así como la aparición de un amor a primera vista que fue creciendo, durante los primeros meses de 2009, ella con su humor e inmensa paciencia me fue sacando de aquel abismo y llenándome de vida, fue como si yo hubiera empezado a tener una segunda vida, uno de los períodos más fascinantes y esperanzadores de mi existencia reciente, cuando pude pensar por primera vez en que tenía el derecho a tener una vida propia, lejos de las quimeras y los desvaríos del activismo político, apareció en el horizonte de mi vida como una posibilidad verdadera y esperanzadora. Lilliana me enseñó muchas cosas sobre la vida, como si hubiese sido un niño intentando a aprender a vivir de nuevo e innumerables maneras de mejorar mi calidad de vida y hasta mi salud, con su intenso dinamismo y alegría de vivir que nos contagiaba a todos los que la rodeábamos y hoy sentimos su partida.

Estas líneas compuestas, de manera apresurada, están destinadas a expresar mi agradecimiento más sentido, a todas las personas que durante el día de ayer, lunes 3 de octubre de 2016, me expresaron sus condolencias por la muerte de mi querida, Lilliana Chaves Hidalgo, pocos días antes de cumplir sus 67 años, una mujer a la que amé intensamente y que me dio mucha fuerza para vivir para seguir adelante, en medio de los absurdos, razones y sinrazones de una vida que simplemente transcurre, y a la que muchas veces resulta inútil racionalizar con discursos de ninguna clase, ya sean religiosos o seculares, de distractores que no pasan de ser una especie de autoengaño ante la dureza de ciertos momentos o quiebres de la existencia, los que queramos o no terminan por obligarnos a reinventar nuestra existencia, so pena de perecer por la inanición o sumergidos en los abismos insondables de la depresión y la tristeza. La pérdida y el dolor que siento es inmensa, ya no tengo conmigo a mi mujer y empiezo a sentir el peso agobiante de su ausencia irreparable, por ello me resulta muy difícil aceptar que ya no se encuentra a mi lado esa mujer tan amorosa e intensa, con la que viví los siete años más increíbles y plenos de mi vida, cuando pude por primera vez, tal y como dije supra, fabricarme una vida propia y pensar que tenía también el derecho de vivir para mí persona un tiempo destinado a la conquista de la felicidad y no sólo consagrarme a los búsqueda de unos sueños utópicos que a la mayor parte de la humanidad parecen no importarle, todo ello a través de los distintos momentos que compartimos, con sus altos y sus bajos, pero siempre con la ilusión de estar juntos, aprendiendo y disfrutando como en muchos de los conciertos de la orquesta sinfónica nacional, a los que asistimos en esta temporada del 2016, después de que ella se recuperara de una gravedad anterior y habiendo pasado un par de años en los que no habíamos vuelto a ellos, por las más diversas razones, por esto aprovecho además esta ocasión tan singular para agradecerle a nuestro gran músico Jacques Sagot, con todo mi corazón, el programa de un aguacero de música que nos recetó, hace unas pocas semanas, con la música incomparable de su piano(verdadera pasión de su vida) y las amplias, además de sentidas y llenas de amor, explicaciones sobre la obra y la vida del noruego Grieg, de Chopin, de Liszt, Schumann, Bach y Debussy, pero sobre todo por el homenaje que le hizo esa noche al compositor español Enrique Granados, fallecido hace ya cien años cuando los alemanes hundieron el barco que lo traía de regreso a Europa después de representar sus goyescas en Nueva York, haciéndonos escuchar conmovidos los compases de su danza andaluza número cinco, por medio de las teclas y sonoridades de su piano. No sabes Jacques, cuanto amaba Lilliana esta música, expresada en tus conciertos como cuando nos hiciste escuchar las melodías de Porgy and Bess de George Gershwin hasta hacernos casi llorar, además de las restantes actividades culturales que siempre promueves con tanto entusiasmo.

Lilliana y yo viajamos llenos de interés, a través de muchos puntos de la geografía planetaria, siempre en la búsqueda incesante de ensanchar nuestro conocimiento y poseídos por un sentimiento amoroso por las gentes, recorriendo numerosas latitudes y paisajes del planeta tierra, llenos de un amor y de un pensamiento de que la humanidad es una sola y de que llegará el día como dice el poema de Schiller “los hombres volverán a ser hermanos”, que se repite en el coro del último movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. A todas las gentes que se hicieron solidarias con esta mi pena, mi gratitud y el más sincero afecto, en medio del inmenso dolor que me embarga en esta hora, cuando sólo me queda la inmensa felicidad de recordar que la amé con toda la pasión que pude y el hecho de que ella me amó siempre, a veces hasta el borde de la sinrazón pero ¿es qué acaso el amor es reductible a la simple racionalidad instrumental o al frío cálculo? Tan propios ambos de un mundo que le tiene miedo a la muerte y sobre todo al amor, a pesar de que cultiva la necrofilia y la destrucción más despiadadas, además de que finge la existencia de un amor del que está tan falto y en el que no cree. Hasta siempre mi querida Lilliana, apenas empiezo a recordar los detalles de aquel día feliz en que tuve la dicha de conocerte y que marcó el inicio de nuestro maravilloso viaje, con sus hermosos y apasionados detalles que permanecerán siempre en mis recuerdos.

(*) Sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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