Fallamos todos

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Sea cual sea el desenlace sobre la desaparición de la bebé Keibril, ya este país habrá transitado irremediablemente hacia uno más de los cierres, una más de las clausuras socioculturales a las que se ha estado enfrentando desde hace aproximadamente dos décadas.

El estupor, la indignación y la pregunta han sido señales que durante una semana cientos de personas han mostrado al referirse al caso, que podemos resumir en una cadena de violencia y abuso del poder por parte de allegados a la niña-madre de la niña, aún desaparecida al escribirse estas notas, más los desaciertos en el abordaje institucional que todavía hoy están por ser aquilatados.

En el fondo, el estupor y la incertidumbre colectivas tienen asidero en un hecho concreto: el desamparo que buena parte de la población siente ante la inseguridad que se ha instalado como organizadora de lo social.

El sentido de lo expuesto debe dimensionarse aún más en medio de una semana en la que se discute, todavía se discute, si la inseguridad como hecho concreto responde más a un asunto de percepción y de agenda setting de los medios de comunicación del país.

Un argumento así se cae por pobre y hasta mal intencionado. Entre la noche del 13 y la madrugada del viernes 14 de abril, 9 asesinatos despertaron a la ciudadanía costarricense aumentando la cifra real, empírica y cierta de las estadísticas, en un año que será el más violento de la historia del país.

Ensayando un sentido de urgencia inusitado, las autoridades en materia de seguridad han previsto que, hacia noviembre, cuando el año más violento de la historia esté por terminar, empezarán a implementar la política que busca contenerla.

Entre tanto Keibril no aparece.

Y la nueva clausura sociocultural a la que hacíamos referencia líneas arriba tiene que ver justamente con algo en lo que todos, absolutamente todos en este país, somos responsables: la confirmación que el sistema ampliado de protección a la niñez ha colapsado.

En otros países de la región centroamericana este rasgo de quiebre institucional ha producido un exilio doloroso y permanente desde hace ya varios años, de quiénes se supone deberían estar pensando en proyectar su futuro en la sociedad que los vio nacer.

La perplejidad debería ser materia de política pública. Y ser atendida como nuevo rasgo de la identidad nacional costarricense. Porque ya nada volverá a ser igual.

Pase lo que pase.