Reflexiones de fin y principio de año: Gobierno sin logros, partidos sin brújula, Costa Rica sin norte

Por Guido Mora

Este 2024 se inicia el proceso de renovación de la dirigencia política con miras, no sólo a la elección de las autoridades locales, sino también de las nacionales en el proceso electoral de febrero de 2026.

Como muchos amigos y contertulios, me veo en la obligación de externar una profunda preocupación por el rumbo que ha tomado la política costarricense y, por consiguiente, el país en general.

Por una parte, tenemos un gobierno débil, incapaz de negociar, promover metas y fraguar soluciones. La prepotencia; la presencia impositiva y predominante del presidente y la falta de liderazgo de quienes lo acompañan impide la construcción de los consensos imprescindibles para enfrentar los desafíos impuestos por la actual situación económica, política y social.

Las acciones destinadas a ocultar esta incapacidad condujeron a algunos funcionarios del Poder Ejecutivo, a promover una narrativa orientada a profundizar la polarización social, utilizando un discurso incendiario -este ha sido el instrumento favorito del presidente y su jefa de fracción legislativa Pilar Cisneros-; atentando incluso contra la institucionalidad costarricense. La estrategia procura hacer creer a grupos de ciudadanos, que la ausencia de logros es el resultado de un “complot político” o de una “conspiración, articulada por sus enemigos”: señalando, entre otros, a los mandos medios, los políticos tradicionales y los jerarcas de la institucionalidad costarricense.

Resulta imperativo, frente a esta estrategia, denunciar ante los costarricenses, que la ausencia de logros a nivel gubernamental; la imposibilidad de inscribir las precandidaturas de sus partidos o los múltiples fracasos que caracterizan el quehacer de los jerarcas gubernamentales, son el resultado de la más profunda incapacidad de negociación con los diversos grupos que conforman el espectro sociopolítico costarricense; de su incompetencia en el manejo de los asuntos públicos y políticos, y del desconocimiento del marco institucional costarricense, construido a través de años de ejercicio democrático. Son ellos, los actores políticos vinculados a Rodrigo Chaves, los únicos responsables de sus fracasos.

Esta situación irrefutable, ha conducido a amigos y conocidos -militantes de algunos partidos políticos tradicionales-, a lanzar campanas al vuelo, señalando que esta situación abrirá una oportunidad para que sus partidos vuelvan a triunfar en los próximos procesos electorales, sobre todo los programados para el año 2026, en que se eligen los diputados y el presidente de la República.

El optimismo expresado, me ha conducido a consultarles: ¿en que sustentan sus expectativas? Responden: en la incapacidad de la propuesta chavista de hacer realidad las transformaciones que prometieron a sus votantes.

Considero que estos amigos y sus partidos – representantes de la política tradicional-, lucen como antiguos faros, con vetustas estructuras carentes de luces, ya que, en mi perspectiva, no ofrecen a los costarricenses alternativas y propuestas, orientadas a atraer el interés político de los electores.

La desafección a lo político y la política; la desazón y la desesperanza que priva en los miles de ciudadanos de nuestro país y la ausencia de credibilidad frente a las manifestaciones y promesas de los políticos tradicionales, son el resultado de la incapacidad de un modelo económico y político de satisfacer las necesidades de amplios sectores sociales. Lamentablemente, en los meses transcurridos de la administración Chaves Robles, esta situación no sólo se ha mantenido, sino que se ha profundizado.

El -hasta ahora- penoso resultado obtenido por el presidente Chaves y sus jerarcas, podría convertirse en un detonante para que se fortalezca y entronice el discurso populista dentro de otros grupos sociales, políticos y económicos, llegando al extremo de hacer realidad otra pesadilla: que en el 2026 se elija un “nuevo mesías” que, recurriendo al uso de mentiras y medias verdades, satisfaga las expectativas políticas cortoplacistas de indignados e insatisfechos; pero que en el mediano y largo plazo, sólo provoque la agudización de la problemática prevaleciente y profundice las brechas económicas y políticas que caracterizan a la Costa Rica de hoy.

Hace unos días, conversando con un amigo economista, me indicaba que desdichadamente a la gente adinerada no le importaba fortalecer el sistema democrático y que, la misma realidad, era válida para los más pobres. Apuntaba que esto se debía a dos factores: para los más afortunados lo que realmente interesa es incrementar su riqueza, independientemente del sistema político de que se trate. Y a los más pobres, lo que preocupa es vivir bien, así sea en un sistema populista o autoritario.

Agregaba que, para fortalecer el sistema democrático, era imprescindible revitalizar la clase media, porque es este sector social –cuya presencia caracterizó el tejido social costarricense y que está en vías de extinción-, la que se beneficia con un sistema democrático, que posibilite la movilidad social, política y económica.

Personalmente considero que los partidos políticos tradicionales siguen sin ofrecer un mensaje innovador, destinado a fortalecer a esos sectores medios y a cautivar otros sectores sociales, de manera que no sólo posibilite el triunfo electoral, sino que también sea el motor que potencie la impostergable renovación de la política y el Estado costarricense.

Adicionalmente, en el juego de “lo político”, el objetivo no es sólo que un partido gane un proceso electoral, sustituyendo a quienes ostentan puestos de poder. En el fondo, de lo que se trata es de que ese partido o ese grupo de actores políticos puedan concebir, planificar y ejecutar las decisiones y las acciones, orientadas a transformar el orden de las cosas existentes, de manera tal que frenen los procesos de generación de pobreza y desigualdad, consumados en los últimos lustros del Siglo 20 y principios del 21.

Por eso es qué, cuando converso con personas vinculadas a partidos políticos y me dicen que están organizándose para ganar las elecciones, de inmediato consulto: ¿y para qué quieren ganar las elecciones?

Paso seguido cuestiono su posición política y les interrogo: en caso de ganar las elecciones ¿podrían explicarme cuál es el modelo de democracia que quieren impulsar?

Y continúo: ¿tienen claro cuál es la concepción del Estado que puede conducirles a alcanzar ese modelo de democracia? Y en ese marco, en relación directamente con el aparato de Estado: ¿cuál va a ser el papel de las instituciones públicas, de manera que puedan concretar ese “modelo de estado”?

¿Cuál es el modelo educativo que debe caracterizar a la sociedad del Siglo 21 o el modelo de las instituciones que promuevan y se preocupen por la salud pública o de la infraestructura para lo que resta de este Siglo?

¿Cuáles las políticas para los niños, los jóvenes o los adultos mayores, en el inicio y el final de su vida?

¿Para qué queremos el poder?, porque ante los peligros del populismo, manifiesto en el espectro político actual, el objetivo debería de ir más allá que obtener un pírrico triunfo electoral: deberíamos de planificar las acciones que permitan profundizar la democracia económica, política y electoral, que exige y requiere la sociedad costarricense.

Mi impresión es que las élites políticas han acometido esta reflexión con poca disciplina y seriedad, sigue siendo una tarea inconclusa y requiere de un esfuerzo intelectual mayor, al que deberíamos dedicar horas de discusión y análisis, para conferir un sentido más profundo a las luchas y los triunfos electorales.

No se trata sólo de ganar una elección y que prevalezca la vacuidad en la propuesta. Es imprescindible e impostergable proporcionar sentido a ese triunfo, un sentido social, político y económico, que abone a la transformación del “modelo de Estado” y a la construcción de una sociedad de oportunidades, tal y como en su momento lo dimensionaron los actores que integraron la Generación de 1948.

Concluye este año 2023 y lamentablemente tengo que externar mi pesimismo: considero que pocos actores políticos están reflexionando seriamente sobre el futuro de Costa Rica y que, lamentablemente, su interés se centra únicamente en el resultado de las elecciones, con el único propósito de ocupar un cargo político, desprovisto de la concepción que nos oriente sobre el camino que tenemos que emprender para fortalecer y profundizar la democracia costarricense.

Compartido con SURCOS por el autor.