Inaudito y pernicioso

José Luis Callaci

En todos estos años de residir fuera de Argentina, al igual que otros compatriotas, nos hemos mantenido informados y conectados con todo aquello que hace a la vida de nuestro país, sin sentirnos ajenos o indiferentes a lo que acontece en general en el quehacer nacional y en particular en sus cambiantes realidades políticas y sociales.

Con relativa frecuencia, ya sea debido a una celebración patria o cuando una determinada situación lo amerita solemos reunirnos, y al margen de nuestros distingos ideológicos, partidistas o de otra índole procuramos amenizar o si algo nos inquieta sobre lo que está ocurriendo en nuestra tierra de origen, tratar de dilucidarlo.

Dicho lo anterior deseamos referirnos a algo que como pocas veces antes, o tal vez nunca, nos mantiene en vilo; en un estado de angustia e incertidumbre con motivo del actual proceso electoral que se lleva a cabo en Argentina.

Tal es así que cuando en otras latitudes el tema pasa a ser relevante en las redes sociales, en los medios y en las habituales conversaciones, se encienden alarmas y lo que no se entiende y desconcierta se manifiesta en forma de preguntas, que requieren respuestas. La repetida es: ¿cuál es la razón del inaudito apoyo que recibe uno de los candidatos por parte de un considerable número de electores?

Cuando llegan a nosotros, los argentinos, nos quedan dos opciones, rehuirlas o reconocer que no sabemos qué responder. No obstante, las opiniones crecen y se transmiten un día sí y otro también. Entre los más entendidos en la materia sobre la cual el candidato se presenta y hace gala en su campaña electoral prevalece el que es un diletante, alguien que esputa lo que ni siquiera merece ser considerado como algo serio. Deposiciones mentales, afirman algunos, de alguien que hace alardes de ser un experto que sabe de lo que habla, que “tiene toda la razón” y no acepta cuestionamiento alguno. Los más severos en sus apreciaciones lo caracterizan como un enajenado, un pamplinero que propone medidas de gobierno que, en caso de ser elegido, conducirá a situaciones caóticas. Un salto al vacío que amenaza con la propia disolución, no solo del Estado sino del propio país hermano. Será un mal que afectará a todos los de la región. No pueden concebir que gente con un mínimo grado de sensatez y cordura lo puedan estar apoyando.

Hay quienes aseveran que esto que hoy ocurre en Argentina puede tratarse de una de esas apariciones de monstruos de los que hablaba Antonio Gramsci; lo que tipificaba como resultado de transiciones de lo que fenece a algo nuevo que demora en perfilarse. También están los que coinciden en que este tipo de extrañas manifestaciones se dan debido a trastornos individuales y colectivos de carácter psicosocial. Los sonrojos de vergüenza asoman en muchos de nosotros cuando nos llegan a raudales expresiones de tal naturaleza, aunque también de pesar por esto que sucede en Argentina.

¿No es hora ya en que tirios y troyanos intenten, dentro de lo razonable y lo posible y del propio sentido común, sin renunciar a lo básico que marcan nuestras diferencias, comenzar a tender puentes en lugar de seguir levantando muros? A veces en situaciones cómo está, ¿no resulta más importante convencer en lugar de vencer?

Lo que está sucediendo no solo es inaudito sino pernicioso para la inmensa mayoría de un noble pueblo argentino deseoso de vivir en paz, luego de tantos años de violencia que ha dejado tantas heridas que aún no han del todo cerrado. Tal vez nos haga falta cierta pausa y mesura, en una reflexión nacional que nos acerque más a esa práctica de la democracia que mejor garantiza la convivencia en las diferencias y a esa anhelada paz social.

“Cosas veredes…”.