Perú o la democracia amenazada por los perdedores

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

En el Perú de la segunda década del nuevo siglo no hay periodistas cumpliendo su labor informativa, lo que hay son agresivos operadores políticos (de la derecha) nos dice el veterano político, periodista, escritor y analista político Ricardo Belmont. Don Ricardo quien fuera Alcalde de Lima, en tiempos del dictador Alberto Fujimori, en los turbulentos años de la década del noventa, hace estas afirmaciones frente a la agresiva actitud de una prensa que no acepta el resultado de la segunda vuelta electoral del 6 de junio anterior.

La izquierda democrática y el Partido Perú Libre ganaron las elecciones, mientras los medios al servicio de la oligarquía racista y totalitaria que lo atacaron sin piedad durante toda la campaña electoral, procuran ahora separar al presidente Pedro Castillo Terrones de su base política y social. Eso sería un error suicida para el nuevo gobierno peruano.

Como, a diferencia de los otros presidentes de los últimos treinta años, Castillo no se ha sometido hasta ahora, a la hoja de ruta de los poderes fácticos neoliberales, han decidido hacerle la vida imposible hasta vacarlo o derrocarlo, a pocos días de haber asumido su mandato.

Es por eso que los fujimoristas estuvieron durante mes y medio haciendo falsas denuncias de “fraude electoral” sin aportar una sola prueba, y pidiendo la anulación de numerosas actas electorales del Perú Profundo, en la Sierra Central y Sur, donde el Partido Perú Libre arrasó a los seguidores de Keiko Fujimori, para retrasar e impedir la proclamación del nuevo presidente, cosa que no lograron.

De previo, al igual que hicieron con Alan García, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, y el mismo Alberto Fujimori, en 1990, la oligarquía llamará al profesor Pedro Castillo para imponerle su hoja de ruta, diciéndole lo que tendrá que hacer en su mandato de cinco años. Ya hemos visto como terminaron esos presidentes peruanos tan obedientes al establishment, todos ellos con cuentas pendientes con la justicia. Por fortuna el nuevo presidente ya nombró un gabinete de su confianza.

A semejanza del nazifascismo y el estalinismo de los años treinta, sendas expresiones totalitarias de entonces, los medios satanizan y tergiversan, todos los días, unas declaraciones del primer ministro Guido Bellido, un político de la izquierda cuzqueña, nombrado por el presidente Pedro Castillo, a quien quieren sacar del juego político. Si no dices lo que ellos quieren y empleas los mismos calificativos para referirte a determinados actores políticos, entonces eres un terrorista o un apologista de ellos.

En Costa Rica, por lo contrario, ni Jacques Sagot ni otras personas que han escrito sobre el caso de Viviana Gallardo, como son el historiador Iván Molina Jiménez y la escritora Ximena Cedeño de la Cruz, quien escribió una obra de teatro sobre ese tema, serían censurados como «apologistas del terrorismo» por el solo hecho de intentar algún revisionismo histórico, acerca de un período muy doloroso de la historia centroamericana.

La sociedad peruana está enferma de odio y violencia, alimentados por una prensa mentirosa y oficiosa como la del diario El Comercio, La República y los principales canales de la TV peruana erigidos en los catones de las virtudes republicanas, creando un espejismo acerca de lo que de verdad está ocurriendo en ese país.

Lo anterior, por cuanto la derecha, y la troglodita ultraderecha, bruta y achorada del Perú como la llaman en aquel país, se encuentran desesperadas, dada su visión autista, unidimensional y totalitaria del mundo, de su país y de la región, la que les impide aceptar el triunfo electoral del Partido Perú Libre y de su candidato presidencial: el profesor Pedro Castillo Terrones. Además de que perdieron las elecciones frente a un partido político, surgido en provincias, el que llevó a palacio a un presidente de la Sierra, el primero en doscientos años de historia republicana, todo eso es demasiado para las elites limeñas, por eso están preparando un golpe de estado, eso sí a la manera de la vieja capital virreinal.