Arnoldo Mora
Desde los inicios mismos de su gobierno, el Presidente Carlos Alvarado calificó su administración como la del “Bicentenario de la Independencia”. Es precisamente en el año actual que se cumplen los doscientos años de que tan maravillosa como sorpresiva noticia llegó a Cartago, capital colonial de nuestra provincia. Poco después se esclarecerían los “nublados del día”, que habían obnubilado la mente de nuestros antepasados, pues les resultaba difícil, por no decir, inverosímil, que las cadenas coloniales se hubiesen roto sin que, en tiempos recientes, se hubiese movido un dedo para lograrlo. La noticia de nuestra independencia era algo así como el bíblico maná que bajó del cielo; si bien es cierto no fue un regalo de lo Alto, si auscultamos las amarillentas páginas de la historia patria; nuestros pueblos indígenas, desde los primeros días de la colonización y liderados por Garabito, se habían sublevado contra el yugo colonial; otro tanto y aún más heroicamente, hizo el prócer Pablo Presbere; los josefinos imbuidos de ideas liberales, habían quemado los estancos de tabaco hacía una docena de años, negándose a someterse al monopolio de la Corona en materia de comercio exterior; fuera de nuestro territorio, en Las Cortes de Cádiz, el gran Florencio del Castillo abogó por la total igualdad de los habitantes de ambos lados del Océano, sin distinción de ninguna especie; si bien, estos dos últimos casos no mostraban explícitamente una voluntad de soberanía plena frente a la metrópoli colonial, su posición implicaba un paso hacia la plena independencia política, pues no puede darse independencia en lo económico si no se es independiente en lo político. Pero eso es tan sólo un paso histórico que nos permitió poner los fundamentos de nuestra soberanía, la cual sólo se logró gracias a la construcción del Estado Nacional en el siglo XIX, su connotación de Estado de Derecho en las primeras décadas del siglo XX y del Estado Social en la década de los 40s. Tales son los principales jalones realizados por nuestros mayores en nuestra historia. Es lo que le da sentido a las celebraciones de nuestra independencia en el presente año; pues sólo se es libre cuando se usa de la libertad para configurar nuestra propia soberanía como nación, cuando se ejercita la soberanía popular al decir de Juan Jacob Rousseau, el principal ideólogo de la Revolución Francesa, cuyo ideario inspiró la construcción de nuestra república, incluso en la expresión de los símbolos patrios. La democracia de la que hoy nos ufanamos, es producto de estos procesos políticos que se han escenificado en las etapas históricas que he mencionado. Pero hay que recalcar que esos logros no se han dado sin grandes luchas, a veces teñidas con sangre; pero, también hay que destacarlo, siempre nuestro pueblo ha salido victorioso.
Hoy iniciamos un nuevo ciclo de nuestra historia; ya no tenemos cadenas coloniales que romper, pero sí tenemos muchos otros obstáculos que nos impiden sentirnos verdaderamente libres como ciudadanos y soberanos como nación. El mayor de los impedimentos lo constituye la creciente desigualdad social, que se refleja en la exclusión político-social y la explotación económica que han acrecentado la pobreza en cifras enormes, de amplios sectores de la población. Las reformas sociales de la década de los 40s y algunas otras reformas puntuales que se lograron en los años posteriores, han configurado una sólida clase media, base de nuestra estabilidad política de las últimas décadas. Hoy todo ese hermoso y ejemplar edificio se ve seriamente amenazado por las medidas neoliberales, que se han venido imponiendo e implementando de manera inflexible por los gobiernos sucesivos desde 1984; la pandemia provocada por la Covid-19, no ha hecho sino acrecentar de manera intolerable para los más amplios sectores de la población, el abismo de explotación y marginación que esas espernibles políticas han provocado en la mayor parte de nuestra población. Lo que acabo de señalar explica lo que hoy se vive en nuestra vida política, como es el acercamiento entre sectores empresariales y los sindicatos del sector público, los más beligerantes de las últimas décadas, para enfrentar las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y apoyadas, de manera rígida, por los sectores oligárquicos del país. Como consecuencia de lo anterior, se da un creciente y cada vez más duro enfrentamiento de clase, el cual ha pasado del campo económico-social al campo político.
No hay duda de que estos hechos marcarán el rumbo de la próxima campaña electoral; la cercanía de las elecciones se hará sentir cada día con mayor fuerza en el panorama político nacional, hasta convertirse en la segunda mitad de este año en el acontecimiento político que marque todas las manifestaciones de los más variados actores de la vida política nacional. Frente a esa realidad, los partidos políticos se muestran particularmente débiles y desorientados; el gobierno cada día se debilita más, hasta el punto de que la figura del Presidente Alvarado es la más desteñida, por no decir, desprestigiada de las últimas décadas; Carlos Alvarado ha sido el gobernante más débil y más oscilante que hemos visto en mucho pero en mucho tiempo, da la impresión de ser un improvisado; su comparecencia ante la Asamblea Legislativa, a la que se vio compelido a pesar de su reiterada reticencia, no hace sino acrecentar ese desprestigio que lo rodea, como la negra boca de un abismo en que se sumerge cada día; en la hora actual no hay posibilidad de que logre evitar verse lanzado en las fauces del desprecio generalizado que se reflejará, sin duda, en las próximas elecciones; los partidos políticos, cada vez más desdibujados ideológicamente y carentes de auténticos líderes, despiertan tan sólo suspicacias en una creciente mayoría de ciudadanos; incluso los medios costarricenses que solían imponer su tiranía ideológica, se ven disminuidos fuertemente en su influencia y poder político debido al auge de las redes sociales. Más allá de nuestras fronteras, el panorama político internacional cambia vertiginosamente con evidentes muestras de decadencia del poder imperial yanqui y el auge de China; Occidente se ve obligado a dialogar o negociar con un Oriente cada día más influyente en todos los campos; los bloques regionales se consolidan como focos de poder que determinan la escena mundial, de manera particular, en nuestra región latinoamericana. Frente a este panorama inquietante, nuestros políticos tradicionales se enconchan en una rígida posición, que demuestra su fosilización en el tiempo y su incapacidad de responder a los retos de la época actual.
En vista de lo anterior, considero que se impone la forja de un nuevo contrato social, que nos permita lograr una segunda y plena independencia que nos dé una base de justicia social y una a los sectores productivos del país. Se requiere acabar con la hegemonía del capital especulativo y de los bancos privados que están vinculados con el lavado. De manera particular, los capitales sospechosos de lavado deben ser investigados; los impuestos deben ser pagados por los sectores de una minoría plutocrática cada día más pequeña y cada día más avara. Los sectores productivos, sobre todo del agro, han sido fuertemente golpeados, por lo que deben unirse con los sectores de clase media y con los sindicatos para formar un frente patriótico que busque profundizar las reformas sociales y consolidar el Estado Social de Derecho. A los partidos políticos que aspiran a conformar el nuevo gobierno, hay que exigirles la elaboración de un programa de gobierno que refleje las posiciones y reivindicaciones de las mayorías. Este gobierno constituye una de las mayores traiciones que se han visto en nuestra historia. Un presidente que se convierte en rehén de algunos grupos económicamente poderosos que gobiernan sin haber sido sometidos al escrutinio popular como es exigencia fundamental de la democracia, no debe repetirse en nuestra historia. Construir una democracia real, una soberanía real, una independencia real, constituye el mayor tributo que den nuestras generaciones a quienes nos dieron la Primera Independencia; porque hoy debemos al Bicentenario y al inicio de nuestra segunda y plena y definitiva independencia ese tributo. Sólo así tienen sentido las celebraciones patrias.