Ítalo Fera Fallas. Escuela Nacional Socioambiental.
Recientemente un texto de Luigi, teólogo de esa teología de la liberación de los 60s y 70s, me volvió a cargar de energía y me inspiró para fundamentarme con su concepción y sentido de vida.
Junto con la riqueza del conocimiento y la metodología de vida, la formación en y con el nuevo Movimiento Humanista, M.H., que inició en la cuna de la Patria Grande de la Argentina de los 60s, con Mario Rodríguez Cobos, conocido como Silo.
Esas dos Escuelas de VIDA han sido la mía y la de muchos jóvenes y adultos de entonces, desde finales de los 60s del siglo pasado y en todo el mundo.
Quiero argumentar histórica y sociológicamente del porqué mi razón de lucha por la Paz, no violencia activa, la justicia social y ambiental.
Lo que pienso que nos une a nuestro sector de sociedad civil social, laboral y ambientalista en el mundo.
Porque y nuestras raíces para sobrevivir la humanidad con justicia entre nosotros y con la naturaleza, en esta «casa de todos».
Vivimos en una sociedad que incentiva el tener y el poseer. Cuando el espíritu comunitario se pierde, con todas sus necesidades materiales exacerbadas por la publicidad y demás, se nos convierte en consumidores insaciables. Sabemos que muchas de esas necesidades, sino todas, son inducidas por la economía del mercado publicitario, la comunicación subliminal, los efectos de patrones de referencia y de demostración conductual que transmite la publicidad y las imágenes/audios de estas pantallas.
De hecho, estamos presenciando una desintegración progresiva de las colectividades, de tejidos sociales y de articulaciones entre pueblos y comunidades en casi todas las sociedades del globo. Crisis y colapso del voluntariado histórico quo nos hizo diferentes, nos hizo fraternos, solidarios y cooperativos. Incluso de esa célula social, aún fundamental, que es la familia y su procreación natural.
Todo esto es parte de una específica estrategia de mercado neoliberal que inicia desde el inicio antes del capitalismo.
Individualiza las necesidades para vender más.
Nos hacen creer que para vivir bien, ser exitoso y feliz, no se puede prescindir de un teléfono celular, un automóvil, una computadora propia, etc… Y así, llenan nuestras vidas de cosas materiales, vendiéndonos el sueño de una felicidad que siempre depende del último objeto que podamos comprar.
Ya desde principios de esta civilización occidental, el humanismo con la naturaleza y con los seres humanos, enseñó desde las comunidades de pueblos (los subversivos de entonces) perseguidos por el Imperio romano, a aprender a vivir tres actitudes que son complementarias:
La capacidad de perder, de acoger y de dar.
Son disposiciones exigentes para vivir contracorriente.
A nadie le gusta «perder», especialmente cuando se trata de seres queridos y de su propia vida.
Al inicio de esta civilización, hace unos dos milenios, seguir una causa contra el sistema socio político dominante, era causa de deshonor para la familia, que corría el riesgo de perder los beneficios y derechos adquiridos dentro del Imperio romano. También requería coraje para romper con todo y unirse a una causa de justicia social, enfrentando malentendidos, persecución e incluso tortura y hasta muerte en el circo romano
Sin embargo, el perder está relacionado con la capacidad de amar y entregarse a la causa de la armonía, la justicia socio ambiental y el bien común.
Sólo se puede perder en nombre de un proyecto mayor y que descubre lo esencial de la vida.
Aún atrás de esta civilización occidental cristiana, nuestros pueblos originarios le llamaron a esa esencia de VIDA, el Buen Vivir, así con mayúscula. Consiste en encontrar la verdadera felicidad, un significado diferente para la vida, una nueva familia con el todo natural y social de los pueblos.
Los que aprenden saben perder y no acumular también son capaces de acoger y de dar un vaso de agua y compartir el pan con los necesitados. Renunciar a uno mismo es, por lo tanto, la condición que abre a la capacidad de acoger y dar: esta es la lógica del amor, que se preocupa más por el bien de los demás, qué incluso por lo propio.
La lógica de acumulación del esclavismo/capitalismo, es poseer muchas cosas para desarrollar el poder. Acumular para uno mismo o en colectivo, es un obstáculo insuperable para el encuentro y la acogida mutua: lleva a cerrar las puertas, por ambición sin límites, por la por avaricia, la codicia enfermiza, el miedo y disfrute de las «mieles» del poder económico y político.
Las mejores tradiciones populares nos enseñaron a juntarnos, de ahí las primeras «Juntas» de beneficencia, etc.
Nos enseñaron a dar y recibir en colectivo, en comunidad y en el barrio/pueblo.
Al contrario, el sistema socio político, desde temprana edad, nos ha acostumbrado a recibir, guardar y acumular.
Y así, desde la infancia nos vuelve egocéntricos, egoístas e incapaz de convivir y de compartir. Sino para qué el negocio multimillonario de los seguros público y/o privados, la economía multinacional de hegemonía financiera bancaria y demás que hoy se impone en el mundo.
Actualmente, más que nunca, los niños están en el centro de las atenciones de sus familias, TV, Cine, videos, etc. quienes los educan llenándolos de cosas materiales y haciéndolos depender de lo que tienen. Se vuelven incapaces de una vida comunitaria, de resiliencias y de lucha personal y colectiva. Ciegos por la competencia desenfrenada, egoístas a las necesidades de los demás e indiferentes a las relaciones sociales, preparados a desechar y comprar lo nuevo, (residuos por el mundo).
Tal como lo enseñan las leyes del mercado.
Para nosotros los socio-ambientalistas el sentido de las cosas materiales no es de ser acumuladas como garantía de un futuro que no sabemos cómo será, sino de ser compartidas con todos los seres vivos Llámese todos los bienes y servicios de flora y fauna.
Las cosas no nos pertenecen. «Venimos sin nada y sin nada nos vamos».
Los socio-ambientalistas disponemos de ellas como instrumentos para el bienestar agro alimentario saludable, de la, actividad silvopastoril, de una agro industria sostenible, del eco turismo, turismo rural y urbano, uso y disfrute de los espacios públicos, construcción y manejo de corredores socio biológicos, con nuestras mejores tradiciones históricas y populares, los valores e identidades no depredadoras.
Es otra lógica, otra visión de vida que lleva a eliminar de nuestro de vocabulario los pronombres «yo», «tú», en favor del «nosotros socio ambiental»: Pensar, sentir y actuar en plural, y ya no en singular.
Porque somos las relaciones socio ambientales que construimos.
Como dijo ese célebre y testimonial obispo qué recorrió las favelas y precarios en Recife, Brasil, esa práctica no utilizada y abandonada hoy día por esa jerarquía eclesial:
«La madre de todas las violencias es la injusticia»
O sea, la única alternativa para que este mundo sobreviva en una paz duradera y real, es la distribución de las enormes riquezas acumuladas por unos pocos en el mundo y con sus «socios» menores de cada país y sus gobiernos.