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Explotación petrolera: La actualidad del filme “Caribe”

Gabriel González-Vega*

La explotación petrolera acecha de nuevo. Pese a que el mundo se mueve en dirección opuesta, poderosos intereses locales e internacionales presionan para que Costa Rica vuelva a intentar la explotación de hidrocarburos. Hace un par de décadas trabajé adhonorem en un filme que testimonió la oposición de muchos, especialmente limonenses, a un proyecto que llevó al gobierno prohibir esta economía extractivista. A raíz del cumpleaños de Diana Mc Lean, hija de mi apreciado amigo el actor Roberto Mc Lean, q.e.p.d., el filme pasó a primer plano y pensé que me gustaría compartir con ustedes este ensayo sobre esa película “Caribe”, en la que trabajamos juntos, Roberto como uno de los protagonistas y yo como coproductor y a cargo de varias tareas más; en especial, se que aporté mucho al largo proceso de edición. La versión original del texto la publiqué en Forja del Semanario Universidad años ha. Con Roberto hice buena amistad luego de nuestra valiosa experiencia en Limón y disfrutamos de agradables tertulias con amigos comunes en mi casa y en otros espacios como La casita azul, saboreando comida tica.

“CARIBE”, la película

En su cuarto y último viaje al Nuevo Mundo, Cristóbal Colón llegó a una costa exuberante llamada Cariari. Ahora se denomina Limón, provincia atlántica del estado centroamericano al que, cuentan leyendas bienintencionadas, el mismo Almirante bautizó como Costa Rica, extasiado con su esplendor. Allí donde más que el metal precioso que hiere con su fulgor plateado o dorado, envuelve al que penetra el verde húmedo de la selva espesa y el azul profundo del mar inmenso.

Cinco siglos después, en el litoral sur, pequeños pueblos como Cahuita, Puerto Viejo, Cocles, Uvita y Manzanillo preservan parte de esa flora y fauna maravillosa, de sus lechos de arena y colinas caprichosas. Pescadores y campesinos humildes, artesanos variopintos, empleados de grandes plantaciones -especialmente bananeras- y de una floreciente industria turística –por demás, la principal de este país- conviven en la más diversa mezcla, que incluye indígenas de las reservas en la cordillera de Talamanca, afrodescendientes venidos en su mayoría de Jamaica, con su araña pícara Anancy, su gastronomía y su memoria del Black Star Line, chinos emigrantes del otro lado del mundo, europeos de antes y de ahora, estadounidenses que también huyen de las urbes asfixiantes y cartagos que salieron del Valle Central.

Una de las tantas empresa transnacionales -subsidiaria de, matriz de- obtiene permiso de las autoridades para explorar la zona y buscar petróleo, vieja quimera que alimenta la codicia propia y extraña. Pretensión vinculada esa, parece, a los intereses saudíes (incluso a la familia Bin Laden) y a gobernantes de los Estados Unidos, según muestra Michael Moore en “Fahrenheit 911”. Esta empresa extranjera divide al pueblo. Algunos se dejan cautivar por sus cantos de sirena y otras organizan la resistencia. El síndrome de Venezuela y el de Irak como enclaves petroleros asediados por intereses transnacionales acechan la zona.

Entretanto, un joven realizador, Esteban Ramírez, que sueña con su ópera prima, recorre la zona junto a sus colaboradores en busca de locaciones y se topa con ese conflicto. Plantado en árboles y cercas el No a la Petrolera lo impresiona. Ya él había elegido el cuento “El Solitario” de Carlos Salazar Herrera para desarrollar su guion. Maestro del relato corto, Premio Magón, Salazar Herrera (“El matoneado”) había recorrido a mediados del siglo pasado los bananales y los sembradíos de subsistencia para trazar a sus recios pobladores. Ramírez luchó pacientemente durante varios años para abrirse paso en un país donde aún hoy no hay verdadera industria de cine, solo quijotadas; donde el Centro de Cine se ve cada vez más limitado por dentro y por fuera y el empeño aislado de algunos por hacerlo eficiente siempre ha sido aplastado (de éste empeño inconcluso fui protagonista como Director General en dos gobiernos), y donde el mismo sector audiovisual con frecuencia se desangra en intrigas intestinas. Por cierto, uno de sus documentales (se interesó por la delincuencia, el SIDA, Cuba), fue descalificado de la VI Muestra de Cine, esa ventana que durante diez años creció constantemente en beneficio del sector, para luego decaer. Mucho después se reinventó como Festival Internacional de Cine.

A Esteban lo conocí cuando, siendo yo el nuevo Director General de esa institución; él pidió al Centro de Cine un pequeño apoyo para su siguiente corto, “Rehabilitación concluida”, basado en un cuento de la esmerada escritora Myriam Bustos. Así, en la VII Muestra de Cine y Vídeo Costarricense, punto de giro de la producción local, fue una de las tres mejores ficciones (junto a las notables “La calera” de Percy Angress y “Las máscaras” de Rafa Chinchilla). Notable narración fantástica, que mantiene el interés y reveló ya el talento de su autor. Las actuaciones son especialmente buenas, Sara Astica –la legendaria actriz de “Valparaíso mi amor”– ganó el premio respectivo, y José Trejos, veterano caballero de las tablas, a quien los directivos de la Unión de Teatros Independientes (UTI) premiamos el año 2004 por su trayectoria, coprotagoniza con igual tino. Sara hace una breve y decisiva intervención en “Caribe”. Esa habilidad de Ramírez, quizá la mayor suya, para sumar a su propósito la gente más capaz fue de nuevo evidente en “Once rosas”, un relato sencillo, ingenuo si se quiere, sobre la ilusión del amor. Coproducido con el Centro de Cine que a la sazón el suscrito dirigía, logró buenos patrocinios públicos y privados para financiar sus casi cien mil dólares de costo. Allí ya se unió al diestro fotógrafo Mario Cardona y al ubicuo sonidista Nano Fernández, con los que luego rodaría eficazmente Caribe. También sumó productores muy capaces como Karl Heidenreich, Tobías Ovares y Gina Ortega. El actor Fabricio Gómez fue una selección oportuna y el objeto de su amor como personaje, la bella e inteligente peruana Mónica Sánchez (“La carnada”) un acierto. Recuerdo como, durante el Festival de Cartagena, adonde viajamos juntos, Esteban me comentaba su interés en que el corto tuviese una destacada actriz extranjera y cómo allí descubrió a Mónica en “Pantaleón y las visitadoras” de Francisco Lombardi.

“Once rosas” ganó la IX Muestra, que ya ostentaba un jurado internacional y logró un recorrido hasta la fecha inigualado en festivales internacionales. Fue el único corto latinoamericano en Moscú, y el único en Lima. Uno de los doce en Viña del Mar y de los mejores en Huesca. Compitió en Sao Paulo y Los Ángeles. En Cartagena fui testigo de que estuvo cerca de ser premiado –Esteban y yo soñábamos ansiosos con un galardón en los balcones del Hotel Caribe-, y en La Habana me impresionó que entre más de una docena fue uno de los dos únicos aplaudidos.

Ya Esteban sabía que los cortos solo eran pasos indispensables para su anhelado largometraje. El nicaragüense formado en San Antonio de los Baños, Humberto Jiménez, que lo había asistido en “Once rosas”, hizo una primera versión. Luego, Esteban se alió a una mujer brillante, cuya poesía y dramaturgia han sido ampliamente reconocidas, Ana Istarú. Un largo proceso, con el aporte puntual de muchos otros, llevó a un guión depurado. Cinco semanas de rodaje bastaron para cristalizar el proyecto. Asimismo, medió la buena suerte; en Limón decíamos que había tres climas: invierno, verano y Ramírez. La experiencia de la mexicana Lourdes Elizarrarás y la chilena Carolina Giorgio, asistentes de dirección, fue crucial para la eficacia del rodaje.

Con una audacia que le ha rendido frutos, Esteban se atrevió a soñar con un protagonista de primera. Al final, lo obtuvo: el cubano Jorge Perugorría, consagrado desde “Fresa y chocolate” (nominada al Óscar), curtido en tres docenas de filmes (“Lista de espera” me parece maravilloso), carismático y galán, se ve convencido y convincente. Él hace de un empresario extranjero que atiende una plantación bananera y cuida de su amada esposa, hasta que la irrupción de una media hermana de ésta, problemas financieros con la finca y la llegada de la petrolera desarticulan su vida. Cómo enfrenta estos retos, qué decisiones toma y cuáles son las consecuencias constituyen el meollo del filme, cuyo final poético y abierto tiene atractivos e inesperados giros. Perugorría es un protagonista sobrio pero intenso y muestra con propiedad la amplia gama de emociones que lo van definiendo. También, nos dimos cuenta después, que seguimos compartiendo con él, es un ser humano excepcional. Para las dos mujeres, Esteban optó, asimismo, por dos extranjeras ya reconocidas. Cuca Escribano (“Poniente”), española, es la esposa, llena de energía bondadosa, la que conforme descubre la trama que la amenaza revela fuerzas inéditas. Maya Zapata, mexicana (la niña de “Gringo Viejo”, premiada por “De la Calle”), contrasta por su edad y sus rasgos físicos, aunque ambas son muy hermosas. Ella revela con gran madurez –la que fue evidente cuando la entrevistamos- justamente la inmadurez de su personaje, su sensualidad confundida, su imperiosa necesidad de afecto. Los tres interactúan con vigor y realismo. El filme no se vuelve caricatura ni cae en la tentación de los extremismos. Las formas de violencia son las adecuadas; el erotismo, tan vehemente a veces, es el justificado; indispensable en la trama, propio del trópico donde ésta ocurre. Ésta es una película de seres humanos de carne y hueso, en la que nos podemos ver fácilmente reflejados, donde los dilemas morales que los consumen son vistos con gran rigor ético.

Además de encarnar la arrogante antipatía del ejecutivo petrolero con ese sarcasmo tan propio, el polifacético mexicano Gabriel Retes (“El bulto”, “Un dulce olor a muerte”) -q.e.p.d.- aportó al conjunto de la obra con su genio singular y amplio bagaje. Lo invité hace dos décadas para una retrospectiva durante la Muestra; reapareció luego como peculiar diplomático, y finalmente se quedó a vivir con su Semáforo (insólito espacio para el cine, el teatro y la tertulia que albergó la magnífica obra de teatro “El ornitorrinco”, proyecto cultural con el que colaboré con entusiasmo. Mas el lugar cerró luego por problemas financieros. Mérito de Esteban es que supo aprovechar al famoso residente en tanto otros prefirieron trenzarse en riñas inútiles con el tocayo Gabriel (así le gustaba llamarme).

Jackson es un negro ermitaño que da nombre al cuento original “El solitario”. En el filme, el enigmático pescador pobre se vuelve símbolo y conciencia. Un observador presto a intervenir. Hallazgo formidable fue el de Roberto Mc Lean -q.e.p.d.-en su debut cinematográfico como ese Jackson más bien mulato, mestizo como en definitiva somos todos. Su propia vida de abogado y universitario, antaño campeón latinoamericano de artes marciales, ayer adulto mayor al borde de la muerte, han hecho de éste un viejo sabio que inspira confianza y revela una extraña y contagiosa pasión por la vida, lo que Mc Lean en el filme manifiesta como una corriente misteriosa, subterránea y bravía, a punto de brotar.

Otros actores nacionales se superan a sí mismos. Poco a poco, con la práctica del teatro, la televisión y los vídeos, cada nuevo largometraje va depurando el histrionismo local. Arnoldo Ramos ya no hace de Jimmy, el bribón autosuficiente premiado en la Muestra por “Password/Una mirada en la oscuridad” (dirigida por Andrés Heidenreich y coproducida por Ingo Niehaus y el suscrito), sino que dibuja a ese tico mediocre pero aprovechado (el que desdichadamente es legión), que vive agachada medrando a la sombra de los poderosos. Fácilmente corrompible, no ve más allá de su modesta codicia. Y Vinicio Rojas, formado rigurosamente en Rusia, protagonista de “Marasmo” (de Mauricio Mendiola), perfila un afanoso ecologista que le sienta bien; su casting es idóneo y no se excede emocionalmente. Otros, como Leonardo Perucci –con su solidez característica, como en “Apego”-, Thelma Darkins –con la potencia expresiva apegada al libreto-, Bismarck Méndez –un pachuco mujeriego muy creíble que crece como actor-, la china Michelle Jones, la veterana Xinia Rubí y el esmerado Melvin Méndez, junto a más de uno que hace de sí mismo y al que la productora convenció de interpretar(se) y a los que enfoca –sea cuál sea su postura sobre el conflicto petrolero- con prudencia y respeto, se suman para redondear un reparto amplio, sugerente y bien dirigido, que sostiene la confluencia de relatos sin problemas. No se trata de actuaciones extraordinarias, como la de una Charlize Theron en “Monstruo” o Imelda Staunton en “Vera Drake”-, sino de un conjunto afinado y convincente como no se había visto antes, como propio, en el país.

La música, compuesta por el joven y galardonado especialista Walter Flores, evita lo folklórico y las melodías fáciles de relleno. Esa música y los numerosos sonidos del ambiente vuelan con la acción dramática, centrada en la incertidumbre de los personajes, en sus temores y deseos, en sus fracasos y esperanzas. Próximo al melodrama, sin la connotación peyorativa que de este género muy popular (v.g. “Lo que el viento se llevó”, “Tess” de Roman Polansky) hacen algunos, el filme explora un tema central de la vida humana, el encuentro y desencuentro amoroso. ¿Trillado, acaso? Esencial, mas bien. Todo depende de cómo se trate, y en “Caribe” se percibe auténtico; interesa; sin que por ello alcance la profundidad de los maestros del cine. Creo que como ópera prima “Carieb” es más que notable. Por su parte, el popular grupo Mekatelyu (Make I Tell You) matiza las escenas en la discoteca con dos nuevas canciones.

Agrega densidad al relato el uso simbólico de objetos, animales y plantas que revelan las pasiones humanas (la mujer/araña desde los créditos y cuando Abigail despide a Irene, los dos buchones que se arrojan a la presa justo luego de que irrumpe Irene, así como la tercera oruga que cae entre las otras dos, el mono que parece cavilar, et al). Y esta naturaleza no aparece oscurecida para expresar ese testimonio no verbal, sino espléndida en su belleza de vida y muerte. También, se expresan en varios planos los objetos como el botecillo con una bandera costarricense junto a los créditos del pescador y el ecologista, y el barco negro –una mancha negra- sobre el mar celeste y brillante, que remite a la petrolera. La fotografía oscila entre los cánones clásicos y rupturas dramáticas, a veces oportunas a veces discutibles. Así, coincido con el experto cubano Manuel Francisco Jorge (continuista) en que la imagen temblorosa algunas veces no fue la adecuada a la escena. Pero este filme no tiene la apariencia sucia y desagradable tan de moda y tan útil para disimular ineptitudes, pienso. Para el que no se ha sumergido en Puerto Viejo (en el follaje, en las olas, en los bares y discotecas, también) parecerá sólo pintoresca. Pero ese subrayado de la belleza y de lo bonito que detesta el postmodernismo en boga resulta un subtexto apropiado para la amenaza petrolera. Así como en “Once rosas”, se quiso y consiguió mostrar un atractivo San José como nunca antes en el cine local, así en “Caribe” destaca esa riqueza natural y rústica del país, la que se entiende como su sello de identidad. Para Ramírez una película hecha en Costa Rica –como dice la publicidad del filme-, es un paisaje que muestra sin complejos eso tan lindo que hasta incomoda, con una ingenuidad, diría, paralela a la de “Once rosas”. Es necesario entender, además, que un corto (vídeo-creación) como “San ofe de la Suiza”, de Marco Chía, por ejemplo, que des-monta una capital horror-osa, es igualmente válido como propuesta estética y crítica, es más, que de hecho es complementario a “Once rosas”, porque ambos puntos de vista contribuyen a trazar el mapa de nuestra comprensión global y múltiple de una realidad siempre cambiante y sujeta a innumerables visiones. Lo contrario es el fundamentalismo -siempre al acecho- que impone una perspectiva como verdad revelada, aún cuando aparece vestido de vanguardia. El arte debe apreciarse considerando intenciones y contexto. Por eso, como explica Tom Ryall, hay que validar los tres momentos del producto artístico: el acto creador, la obra consumada y la lectura de cada espectador, en los marcos tanto del contexto industrial como de la formación social.

Para la edición Esteban confió en su hermano menor Pablo, cuyo bajo perfil en el medio local disimula su sagacidad y pericia. Lástima que finalmente no se dedicó al cine. También, Esteban me dio la oportunidad de participar intensamente en ese proceso minucioso que llevó casi diez meses donde, a veces con el aporte de otras opiniones, pensábamos cada plano y cada escena y cada secuencia reiteradamente, día a día. CINETEL se tomó todo el tiempo necesario para afinar el montaje, gracias a la paciencia de los que lo hicimos y a la tecnología que facilita manejar todo el filme en una computadora. Frank Padrón, respetado crítico cubano, que vio “Caribe” en su estreno mundial durante el Festival de Bogotá, escribió en Noticine “el novel director arma una historia ágil con notable montaje”. Para mí, confieso, que esta parte fue la experiencia más fecunda que había vivido hasta esa fecha en mis arrestos cinematográficos. Y reconozco que Esteban supo, como en el rodaje, ponderar las numerosas posibilidades desplegadas a su alrededor para decidir y lograr un resultado muy satisfactorio. Aunque, claro, hay soluciones con las que mantengo la discrepancia original.

En síntesis, un drama apasionante sobre amores y desamores. Un docudrama que recrea parte de un conflicto decisivo para Costa Rica, que alteraría su desarrollo sostenible y la podría convertir en objetivo político/militar. Sin olvidar que facilitaría la corrupción en gran escala la que en esos días la nación enfrentaba con probidad. Su perspectiva ética cobra mayor trascendencia ahora que el país ha descubierto que sí puede combatir la corrupción. Y, además, un personaje, Jackson, que se pierde en la memoria colectiva; que observa, juzga y consuela, como el espectador al que el filme reta a repensar su papel y su futuro.

“Caribe” se mantuvo 15 semanas en cartelera, se exhibió en 18 salas de cine y más de 70.000 personas la vieron en su propio país –un año después se reestrenó durante una semana-; la crítica local la reconoció como la mejor realización costarricense de la historia a esa fecha y ha participado en cuatro decenas de festivales internacionales como Bogotá, Viña del Mar, Trieste, Huelva, La Habana, Santo Domingo, Cartagena, San Diego, Mar de Plata, Chicago, Miami, Lleida, Copenhague, Oslo, Cataluña, Nueva York, Utrecht, Troia, Río de Janeiro, Palm Springs, Dallas San Francisco, Guatemala, Londres, Washington D.C. Santa Cruz, Quito, y más. Ostenta nueve premios (Mejor Director en Trieste; Colón de Oro del Público, Llave de la libertad, del Colegio de Arquitectos y de la Mesa de la Rúa, los cuatro en Huelva; Mejor Actriz en Cartagena de Murcia, y tres locales (La República, El Financiero y Ancora de La Nación) y fue la primera candidata de Costa Rica al Óscar al Mejor filme en lengua extranjera.

FICHA TÉCNICA

Dirección y Producción: Esteban Ramírez Producción Ejecutiva: Víctor Ramírez

Productores Asociados: Rodolfo Montes de Oca, Gabriel Retes, Lourdes Elizarrarás, Gabriel González-Vega

Guión: Ana Istarú y Esteban Ramírez

Fotografía: Mario Cardona Edición: Pablo Ramírez

Música: Walter Flores Sonido: Nano Fernández

Asistencia de Dirección: Lourdes Elizarrarás y Carolina Giorgio

Producción de Campo: Víctor Barriga Supervisión de Producción: Peter Avilés

Dirección de Arte: Eric Víquez Maquillaje: Carmen Salguero

Asesor, Traductor al inglés, Prensa,: Gabriel González-Vega

Diseño de página web: Francisco Hernández Ascencio: www.caribelapelicula.com

Formato: 35 m.m., colores, 90 minutos Estreno: 4 de noviembre del 2004.

* Académico jubilado de la UNA gabriel.gonzalez.vega@una.cr

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