La Finca del Medio un ejemplo de agricultura regenerativa y arraigo familiar en Cuba

Halina con José Casimiro.

Halina Sobrado W

Antes de conocer la Finca del Medio tuvimos que cruzar un infarto, el mar y recorrer la mitad de Cuba. Desde La Habana viajamos siete horas en bus y media hora en un Chevrolet 1957 que nos esperaba en la estación pasadas las nueve de la noche. Finalmente nos recibió el hijo de José Antonio Casimiro, quien lleva el mismo nombre. Él nos adentró en la finca en medio de la oscuridad y las piedras en una carreta jalada por Hazán, el caballo de la familia.

Teníamos 30 horas por delante para descansar, caminar y escuchar directamente de boca de Don Casimiro padre la historia de su Finca.

Chavely Casimiro, la hija menor.

Treinta y un años atrás, Casimiro se fue con su mujer a ese terreno árido, decidido a cumplir el sueño de vivir en el campo. El terreno estaba dañado por los agroquímicos usados en la siembra de caña. No había árboles en donde resguardarse del sol. Ni afluentes de agua que abastecieran el pozo. Tampoco tenía herramientas para el arado.

Eran Casimiro y su mujer frente a un terreno que poco ofrecía para comer. Pronto llegaron las críticas de los familiares y la opinión de sus conocidos. ¿Por qué se iban a ir tan lejos, si ese hombre tenía un buen trabajo y un buen salario?, ¿Quién en su sano juicio tomaría una decisión así?

Las condiciones eran menos que favorables. Fue probablemente por la claridad de este hombre empecinado, por la constancia de su trabajo y por la capacidad creativa, sumada a su experiencia trabajando en maquinaria y los dos años que peleó como militar en Etiopia, que adquirió el conocimiento, resiliencia y fuerza para enfrentar lo que venía.

Pues Casimiro, en su sano juicio, tuvo siempre muy clara su idea. Su sueño era ir a vivir a un terreno que le diera cultivos, huevos, manteca de cerdo y leche. ¿Por qué nadie podía entender eso? Porque para trabajar como lo hizo Casimiro durante tantos años, se requiere de mucha convicción y claridad como la suya.

Durante cuatro años trabajó descalzo, porque no tenía botas. Él en el campo y su mujer a cargo del hogar. Pronto llegaron los hijos y tuvieron que esperar cuatro años pasando todo tipo de penurias hasta que lograron tener su primera cosecha. Casimiro recuerda ese día en el que la familia se acercó, también por primera vez. Ellos sin calcular aún el consumo anual de la familia, repartieron sus cosechas con orgullo, para aprender que no estaban listos para repartir comida con tanta libertad.

¿Recuerdas? Dice Casimiro, al tiempo que mira a su mujer, quien asiente con una sonrisa.

Comprar un puerco fue una travesía. Implicó vender sus bienes, para después perder los puercos en un accidente, por enfermedad o porque se extravió en el monte. Arar la tierra requirió de ingenio. Fue necesario conseguir los insumos y poner en marcha la creatividad para construir sus propias herramientas par arar la tierra. Creó una herramienta tan ingeniosas que años más adelante fue reproducidas sin su consentimiento para comercializarla. Así de bueno es el trabajo de don Casimiro.

La familia de José Casimiro con Miguel Sobrado y Halina Sobrado W.

Este hombre tuvo el valor y el coraje de cavar un pozo, dos, tres, cuatro, y cuantas veces fuera necesario hasta encontrar el sitio adecuado. Un día se le ocurrió sembrar bambú para prevenir el drenaje del agua, así fue como se creó una pequeña represa donde ahora se forma un lago que abastece de agua los siembros y la casa.

Ahora todo ha cambiado. Don Casimiro usa zapatos, su familia vive en un entorno de abundancia y colaboración. Lejos quedaron los tiempo de penuria. Cada persona parece haber adoptado un rol y entre todos sostienen esta finca, que además es su hogar. Hay árboles, hay ganado distribuido en 13 hectáreas, tienen varios puercos y cultivo de tilapias. Todo un ejemplo de regeneración de los suelos con estiércol y trabajo familiar

Halina Sobrado W. en la Finca del Medio.

Algunos de sus productos vegetales incluyen arroz anegado, frijoles, garbanzos, plátano, caña, malanga y todo tipo de tubérculos. Además, tienen un biodigestor que genera gas para la cocina y abono para los suelos.

Esta Finca es como un pequeño paraíso. Se respira el cariño con el cual ha sido construida. Esto se refleja en cada detalle. En las enredaderas que crecen por las paredes, en el mural de su hija Chavely, en las colmenas que guindan del techo, en las tazas de lata, en el bebé que juega con su abuela. Todo, absolutamente todo lo que rodea ese espacio tiene una estética especial.

Don Casimiro no se lamenta por los años en que trabajó el campo sólo con su mujer, no resiente a la sociedad el no haberle comprendido. Chavely contó cómo construyeron un horno 16 veces. Lo construyeron y lo derrumbaron y lo volvieron a hacer. Prueba y error. Su mujer le insistió parar de romperlo. Insistió en que así funcionaba bien, pero a don Casimiro le gusta pulir su trabajo, le entretiene tener cosas por hacer y ahora cuenta con el apoyo de su familia. Tres hijos, dos yernos, una nuera y cuatro nietos. Todos trabajando en conjunto. El horno finalmente quedó hecho.

En un país en el que el comercio es difícil, tanto a lo interno como en el exterior. En un contexto en el que la mayoría de jóvenes abandonan el campo y las circunstancias externas están llenas de obstáculos e incertidumbre, don Casimiro y su esposa lograron sostener una familia unida. Este trabajo conjunto y constante les ha permitido construir la famosa Finca del Medio, la cual es ahora visitada por instituciones educativas de distintas partes del mundo. Es un lugar que se ha convertido en un ejemplo de estudio y se ha caracterizado por la innovación, la creatividad, la perseverancia y los valores compartidos.