Marlin Ávila
Los países con menor desarrollo humano en América Latina son Honduras, Nicaragua y Guatemala. (OREAL/UNESCO 2013). Similares indicadores hay cuando revisamos los índices de pobreza, educación, población rural e inversión en educación pública. La calidad de la educación en Honduras y Guatemala deja mucho que desear.
Durante las últimas dos décadas la educación sufrió un deterioro cualitativo y cuantitativo principalmente por los errados manejos de la política de Estado. La mayor responsabilidad de ello no fue de los gremios y sus dirigentes, pero de los gobernantes de turno, porque negociaron favoritismos políticos partidarios para mantenerse o llegar al poder político del Estado en períodos electorales. Los resultados se están sufriendo ahora que la niñez y juventud son asechados permanentemente por el crimen organizado e inculpados por quienes son mayores responsables de su situación.
El potencial para mayor desarrollo humano está presente en la juventud actual, hay muchos deseos de prosperar, de creación de nuevos senderos para una vida de alta calidad, no obstante, las condiciones objetivas estructurales solamente permiten que esos sueños se cumplan dentro de la clase privilegiada, irónicamente de donde se toman las mayores decisiones del destino nacional.
En sectores sociales bajos, donde los padres hacen un importante esfuerzo por sacar a sus hijos de la ignorancia, hay un ambiente minado de inseguridad, cundido por el desempleo y el sub empleo. El poco empleo disponible es muy mal remunerado que exige sobre-calificaciones además de establecer contratos al arbitrio y beneficio del empleador sin control oficial.
Este ambiente socio económico, de impunidad, religiosidad mágica y zozobra promueve condiciones favorables para que personas como el posible asesino de las hermanas Alvarado en Santa Bárbara, Plutarco Ruiz, y los más de veinte asesinatos que se producen a diario, sigan generándose en serie y a granel. Pareciera que en esta sociedad está construyéndose una especie de “industria del crimen”.
Mientras se siguen reproduciendo criminales como Plutarco; como los que asesinan a estudiantes y otros jóvenes, deshonrando el uniforme y su investidura oficial; mientras se reproducen grupos de criminales, como empresas de sicarios y existan criminales intelectuales interesados en su contratación, o se maneje el terror en las barriadas pobre, como las “casas locas”; mientras aumenta el crimen organizado, seguirá creciendo el gran negocio de los servicios obligados. Aumentan los funerales, los cementerios, aumentan las sectas y los falsos pastores religiosos que alienan más a los acobardados feligreses. Esta horrenda industria del crimen es, sínicamente, un negocio del tráfico de armas, de candidaturas políticas, de empresas de seguridad, compañías de seguros, de autos blindados, de videocámaras, de colonias y residencias aseguradas y crecen los créditos bancarios para lograr las inversiones con mayor seguridad. Así mismo se justifica el creciente presupuesto a instituciones operadoras de justicia y de las Gloriosas Fuerzas Armadas sin resultados tangibles. Los Malls (centros comerciales asegurados) adquieren mayor importancia por ser el mercado seguro aunque sea para tomar un café. Para colmo, en medio de este contexto sobre esta laguna de sangre, se promueve la industria sin chimenea, la que requiere de mayores inversiones en seguridad para los extranjeros que nos visitan. Los que tienen ventajas comerciales con esta nueva “industria del crimen”, es probable que no les interese su desaparición.
El problema de fondo no es que los jóvenes se diviertan en lo propio, ni que “las madres descuiden” a sus hijos. Eso es buscar chivos expiatorios, escusas superficiales y, peor aún, inculpar a las mujeres víctimas de esta descomposición política, moral y social, para no hacerle frente de manera contundente al problema de fondo, aun cuando haya que hacer caer a grandes y poderosos.
Somos producto del pasado, de ese sistema educativo incapacitado y empobrecido; de los constantes desaciertos de quienes dirigieron y dirigen nuestras instituciones y, sin lugar a dudas, de las ambiciones lujuriosas de quienes manejan corruptamente el país. Debemos detener esta “industria del crimen”, pero eso solo se logra en una alianza entre la ciudadanía honrada y valiente, políticos comprometidos con las causas de las mayorías y, algunos pocos gobernantes que se quieran arriesgar a perder las prebendas que da las mieles del poder.
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