Metamos el golazo juntos

Por José Luis Valverde Morales

Puede que usted no juegue fútbol ni le interese, apúntese con su familia, amigos, conocidos, a lo mejor metemos el gol digno de aplauso, hasta para el mismo Cristo, quien ciertamente en su paso terrenal, ni por asomo conoció la bola del popular deporte.

VA DE TITULAR.

Imagínese, va a entrar en la alineación titular, cuestión se ponga el uniforme, no requiere tacos, con los pies descalzos o los zapatos puestos le entramos a la mejenga o cascarita, como le dicen los argentinos a esos juegos todos contra todos.

Vinicius Junior, a sus 23 años dejó atrás la vida de privaciones materiales, actual jugador del Real Madrid y de la selección brasileña.

Sus ingresos anuales multimillonarios en dólares o euros, aún así, entre lágrimas confiesa, cada vez tiene menos ganas de entrar al terreno de juego, otros, menos afortunados ni famosos, simplemente no querrán ingresar a la vida.

EL PECADO.

Un día sí, otro también carga con el pecado original del color negro de su piel, muchos sufren, son amarillos, cobrizos, nicas, sudacas (como le llaman despectivamente a los suramericanos en el Viejo Continente), latinos, palestinos, africanos.

CÓMPLICES.

No se requiere el campo de fútbol para escarnecer al prójimo, lo depellejamos con chistes, comentarios, la risa cómplice cuando soltamos la carcajada a costa de los semejantes.

Hace unos días en el estadio alguien se despacho con el grito racista, de las graderías salieron los dedos acusadores para señalar al autor del desaguisado.

TAN SÓLO.

Si en las reuniones sociales, colegios, comercios, bares, paseos, advertimos la mofa al prójimo por nacionalidad, color de piel, preferencias sexuales, baja escolaridad, condición socioeconómica, años encima, aspecto, si tan sólo nos sentimos mal, ya sonó la primera campanada en la conciencia.

Bola en mano, en el punto penal, nos aprestamos a anotar el gol más importante de la vida.

Las lágrimas de Vinicius Junior, son el grito silencioso de quienes sufren escarnio, a veces consciente otras inconscientemente, sin tocar el balón, pateamos vilmente al prójimo.