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Artículo de opinión por Teresita Solano Sanabria, estudiante de la Maestría Profesional en Economía del Desarrollo, de la Escuela de Economía, Universidad Nacional.
En nuestra sociedad costarricense moderna, es un secreto a voces que hay colegas en el trabajo, familiares de todas las edades y estratos sociales y conocidos que viven día a día con su salario embargado, en proceso de cobro judicial, sus viviendas hipotecadas, entre otras pérdidas. En algunos casos los intereses acumulados son tal que dichos individuos tendrían que trabajar otra vida entera para poder pagar sus deudas, o inclusive varias generaciones más. Según datos recopilados por la Encuesta Financiera a Hogares del INEC en 2022, el 49.6% de los hogares cuentan con algún tipo de crédito, de estos el 11.4% son deudas hipotecarias (generalmente más cuantiosas) y el 44,6% posee deudas no hipotecarias. Además, actualmente hay más de 854.083 procesos de cobro judicial en el Poder Judicial.
Desde un punto de vista macroeconómico, el aumento del endeudamiento a niveles insostenibles para los costarricenses provoca limitaciones en el consumo, aunque en principio sea un incentivo para calentar la economía y generar crecimiento. Por otro lado, a las entidades financieras les favorece que los deudores cancelen al día sus pagos o al menos mantengan la premisa de que tienen la posibilidad de pagar sus intereses en un plazo razonable que les brinde a los acreedores buenos rendimientos. El descontrol sobre las deudas entonces genera a mediano y largo plazo afectaciones para todos los agentes de la economía, además de que deteriora la confianza de los inversionistas y principales prestamistas que participan en la dinámica del crédito.
Un fenómeno interesante visto en otros países como Canadá, es que, aunque los Bancos e instituciones financieras ofrecen opciones de crédito con tasas de interés atractivas para las personas, cuando el nivel de endeudamiento de la sociedad se mantiene demasiado alto, los individuos dejan de comprar viviendas, automóviles y artículos similares ya que no pueden pagar el cúmulo de créditos que mantienen. Este escenario podría generar que algunas estrategias de política monetaria se vuelvan inútiles y así la inflación, el desempleo y otras variables podrían potencialmente salirse de control.
En una escala más individual, la economía doméstica también se ve perjudicada. Las familias sufren deterioro en su calidad de vida, debido a que empeñaron su consumo futuro para adquirir bienes y servicios en el presente que, además, muchas veces son adquisiciones superfluas, sin plusvalía ni ganancias sino bienes que se deprecian. Estas personas generalmente son víctimas del consumismo irresponsable, al punto de que en muchos casos ven amenazada la capacidad de pagar bienes y servicios básicos y tienen una disminución importante en sus niveles de bienestar.
Es trascendental entonces analizar sobre posibles soluciones a esta crisis. Antes de cualquier reforma legal, subsidio o política se vuelve crucial resaltar la importancia de la educación financiera para los individuos, por qué no desde la etapa secundaria, como parte de la educación media (como lo es por ejemplo en países como Francia). Una educación integral puede reforzar los conceptos de límite de endeudamiento recomendado de acuerdo con el salario recibido, a entender las tasas de interés y su comportamiento en el tiempo, el concepto de plusvalía, inversiones sobre gastos, etc. A un nivel más estructural, se deben revisar las leyes y reglamentos que gobiernan las tasas de interés de créditos personales para evitar la usura, obligar a los acreedores a realizar estudios financieros robustos para las personas que desean acceder a un crédito, fortalecer la lucha contra los prestamistas ilegales y las “garroteras” que son de acceso fácil para los costarricenses que desafortunadamente tienen más necesidades y no son candidatos para préstamos regulares en instituciones financieras. El gobierno y los bancos pueden colaborar también en promover la educación financiera y las ventajas de mantener unas finanzas saludables para los individuos y sus familias y generar proyectos para brindar créditos con tasas de interés realistas y accesibles para todos.
Al final del día, el crédito descontrolado es un espejismo para las personas que no cuentan con los recursos necesarios para acceder a ciertos bienes y servicios, que empobrece poco a poco a los deudores y va limitando cada vez más sus ingresos. Pero como vemos no es un tema personal, sino que puede tener implicaciones en la economía del país y frenar el crecimiento y el desarrollo económico si no se sabe administrar de la manera correcta.
Oficina de Comunicación
Universidad Nacional, Costa Rica
Imagen ilustrativa.