Para que el olvido no sea costumbre

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En el mes de setiembre de 2019 el XXXVI Festival de Coreógrafos Graciela Moreno fue dedicado a trabajar el tema de la exclusión y el olvido. Fui invitado a impartir una charla sobre ese tema a grupos de estudiantes de secundaria.

Titulé mi conferencia FIERRO, MEMORIA, EXCLUSION:
LAS PROFUNDAS MARCAS DEL OLVIDO EN LA COSTA RICA DESIGUAL, dedicada a pensar en la memoria como una herramienta de resistencia frente a los intentos de la historia hegemónica de borrar acontecimientos, fechas y coyunturas que desnudan esta implacable desigualdad, exclusión y violencia que nos ha caracterizado como sociedad.

En mi intervención, invité a los asistentes a pensar en retrospectiva sobre una fecha específica y un hecho que marcaría la historia reciente de las comunidades originarias y su derecho a permanecer en los territorios que ancestralmente les ha sido otorgados. Comparto un fragmento de esa intervención.

“Una mañana de junio de 2014

Poca gente en el país, por no decir nadie, recuerda lo verdaderamente importante ocurrido la mañana del domingo 29 de junio de 2014. Quisiera preguntar: ¿Recuerdan que ocurrió ese día? ¿les impactó lo ocurrido? ¿Cómo? ¿Dónde estaban? ¿Que hacían en horas de la mañana?

Si les digo Navas, penal, celebración, su memoria recuperará un pasaje feliz, una fecha determinada y fijada para el recuerdo en el deporte nacional. Probablemente una sonrisa se dibujará en su rostro al rememorar los momentos épicos y de gloria alcanzados ese día por la selección nacional de futbol en el Mundial de Brasil; casi al instante podrán decir qué hicieron para celebrar, donde estuvieron, la felicidad de sus familias. Se inscribirá así una fecha difícilmente borrable en la historia nacional, al conseguir una clasificación impensable a octavos de final en un campeonato mundial del futbol.

Pero si digo Salitre, Sergio Rojas, desplazamientos forzados de población indígena costarricense, probablemente no significará nada para ustedes. El olvido y la exclusión son precisamente dos hechos que necesitamos superar, si queremos construirnos como un país igualitario y justo.

La misma mañana del domingo 29 de junio, mientras seguramente la mitad de un país autoproclamado blanco en el último censo nacional de población, celebraba eufórico el rito futbolístico ya comentado, decenas de pobladores indígenas de la comunidad de Salitre ubicada al sur del país, sufrían las consecuencias de graves hechos contra sus cuerpos, sus viviendas y sus bienes. Fueron desplazados de sus casas-ranchos por hordas de hombres blancos, borrachos y descontrolados, eufóricos y enfundados en un sentido de apropiación sustentado en rasgos de colonialismo y racismo interno.

Nadie recuerda los procesos de violencia física, simbólica y patrimonial a los que fueron sometidos las y los pobladores indígenas de Salitre, al ser prácticamente expulsados con saña por parte de terratenientes blancos que demandaban la apropiación de sus tierras. Las primeras justificaciones daban cuenta del alto consumo de alcohol como consecuencia del partido, realizado en horas de la mañana de ese día; la razón fundamental tenía que ver con conflictos por la propiedad de las tierras en aquella zona.

En una misión independiente de derechos humanos que acompañamos a los territorios días después de ese hecho, pudimos conversar con algunos pobladores y notamos cómo habían sido marcados en sus cuerpos con fierros calientes, como si fueran ganado, golpeados hasta el miedo. Expulsados de sus tierras, sometidos a la exclusión. Sobre este hecho, un reportaje del Semanario Universidad días después, decía lo siguiente:

El pueblo de Salitre amanece cansado y tenso. Durante el fin de semana la violencia y los enfrentamientos fueron protagonistas en esta comunidad ubicada al sur del país, a causa de un conflicto por la tierra entre familias indígenas bribris y grupos de finqueros.

La quema de varios ranchos de indígenas, la persecución, las agresiones y las amenazas han estado a la orden del día, en esta zona donde el conflicto tiene ya varios años.

El sábado, según confirmó la Fuerza Pública y los pobladores de Salitre, grupos de personas no indígenas arremetieron contra los pobladores bribris que están ocupando las fincas con campamentos que habitan unas 10 familias.

Heylin Figueroa, indígena de la zona indicó que los finqueros ingresaron a dos de las fincas ocupadas: una de Pindeco y otra arrendada por Coopeagri y quemaron sus ranchos, los amenazaron y los persiguieron por la montaña. “Nos dieron cacería, como a cualquier animal. Tenemos tres noches de andar huyendo, de estar escondidos, porque estamos amenazados todo el día”.

Pese a la profundidad y el drama conocidos, olvidamos este acontecimiento, porque en el recuerdo preferimos la fecha feliz, el hecho colectivo, la autocomplacencia. Más aún, ya hemos olvidado seguramente que este mismo año, el 18 de marzo, el líder indígena Sergio Rojas, dirigente importante en la recuperación de tierras para los pobladores de Salitre y de otras localidades indígenas, fue asesinado sin que hasta el momento haya sido esclarecido quién o quiénes lo mandaron a matar y cuáles fueron los motivos.

Un país que se comporta así, tiene problemas de memoria y de identidad. No sabe quién es. No recuerda quién es. Permite que múltiples pobladores en contextos sociales, económicos y culturales, permanezcan en la exclusión y esa es una condición primaria para que el olvido se manifieste. Por ello es necesario acompañar una reflexión sobre el olvido y la exclusión desde una mirada crítica y amplificada, para comprender en adelante sus implicaciones”

Cuatro años después, en un acto de olvido absoluto y de desatino de un sistema jurídico complaciente e injusto, se conoció que una de las posibilidades que existen sobre los autores intelectuales y materiales del asesinato de Sergio Rojas es su total sobreseimiento. La espera, una vez más, será interminable.

Es necesario nombrar, apalabrar desde la memoria para que el olvido no se instale como política del miedo y de la impunidad en un país que poco a poco se desdibuja como el reducto defensor de los derechos humanos. Es necesario no olvidar. Esa es la tarea.