Marco Aguilar, declamando. Cortesía: Roberto Barahona.
Hace apenas un mes, el 1° de marzo, nos reunimos en Turrialba, en una sala de la casa del amigo Roberto Barahona Camacho —que fuera un aposento del antiguo restaurante La Feria—, para presentar de manera oficial, de parte de la Revista Comunicación, del Instituto Tecnológico de Costa Rica, el dosier o suplemento Un tributo a Marco Aguilar, poeta tan turrialbeño como universal.
A dos años exactos de su partida —ocurrida el 3 de marzo de 2023—, ese fue un convivio al que concurrimos varios miembros de su familia y amigos cercanos, más algunos poetas, gestores culturales e intelectuales de la localidad. En él, de manera distendida y espontánea, esa hermosa tarde de sábado evocamos la amada memoria de Marco, al narrar anécdotas, declamar sus poemas, o conversar acerca de su vida y su obra, cuyos aspectos esenciales conforman el citado dosier.
Mientras escuchaba las numerosas intervenciones que hubo, se me ocurrió que hay una dimensión poco o nada conocida de Marco, como lo es su profundo y sentido interés, con visos de veneración, por aquellos hombres y mujeres que hace 169 años —de marzo de 1856 a abril de 1857— empuñaron las armas cuando la patria se vio amenazada por las hordas filibusteras que, lideradas por William Walker, deseaban implantar la esclavitud en Centroamérica y anexar nuestros países a EE. UU. Y es por eso que, pocos días después, me di a la grata tarea de recopilar lo que Marco escribió al respecto —que no se limitó a la poesía, como se verá pronto—, y que aparece a continuación.
Dos poemas de la juventud
Al hurgar en su acervo poético, se percibe que, aunque quizás haya algunos materiales inéditos, escribió tres poemas directamente relacionados con la llamada Campaña Nacional contra los filibusteros. Eso sí, el primero y el segundo de ellos no figuraron en ninguno de sus poemarios, aunque fueron compilados en el libro Otra reunida de Marco Aguilar (EUNED, 2009).
El primero corresponde a un soneto, intitulado 56, el cual data de 1964. Se centra en la figura del héroe nacional Juan Santamaría, a quien de manera acertada llama Juan de Fuego, por el osado y valeroso acto en el que, durante la batalla de Rivas, Nicaragua, tea en mano y al precio de su vida, quemó el mesón o albergue donde se guarecían los altos mandos del ejército filibustero, incluido Walker, quien pudo escapar después, en la madrugada.
Por su parte, el segundo, denominado La ruta de la pólvora, es mucho más extenso, pues consta de seis estrofas. En él se retrata el apacible país que éramos, de maizales y cacaotales, así como de cálidas y fragantes panaderías, antes de ser agredido por el invasor Walker, al igual que describe la bravía y gallarda respuesta de sus hijos para ir a defender la patria, a la vez que advierte que el filibusterismo, aunque agazapado, sigue vivo por aquí, entre tanto entreguista. Dicho poema está fechado el 1° de mayo de 1966, al conmemorarse el 109 aniversario de la rendición de Walker; circuló en el semanario Libertad, órgano del Partido Vanguardia Popular, para el cual Marco —en sus años de militancia en la izquierda— trabajaba como corrector de estilo, según me lo contó una vez.
Esos poemas dicen así:
56
Eran tiempos de sangre y agonía. La pólvora quemaba, se quemaba, y por quinientos mares navegaba el trapo negro de la piratería.
Como siempre, del Norte nos venía una jauría de filibusteros. Pero a quemar sus huesos traicioneros ¡llegó el incendio con Santamaría!
Llegaste, Juan de Fuego, con la muerte y con los tigres y con las panteras ¡y entonces no pudieron detenerte!
Los enterraste bajo las banderas, te dieron plomo y plomo hasta la muerte ¡y tu muerte impidió que te murieras!
Busto de Juan Santamaría. Foto: Luko Hilje
La ruta de la pólvora
1
¿Qué queréis? ¿Que repita la simple ocupación de aquellos tiempos? Los maizales temblando tiernamente bajo el azote de los aguaceros; los cacaotales habitados de reptiles profundos. ¿Queréis que os diga cómo eran las ciudades sobre todo en la noche, cuando todas las puertas se cerraban? Sólo los hornos de las panaderías, entonces, conservaban la luz, la calentaban. Había un olor a pan en todas las esquinas.
2
Y entonces vino Walker. Sus soldados conocían el sonido de la sangre, la conocían humedeciendo el polvo, enrojeciendo libros, documentos. Los soldados de Walker se conocían la sangre de memoria.
3
Pero desde los oscuros cacaotales, de los hondos talleres ciudadanos fue saliendo un ejército, creciendo, y dejaron de oler a pan las calles.
4
¡Maldito el hombre por cuya culpa las panaderías cierran sus puertas anchas y sus hornos, los niños se nos ponen pensativos, profundos, las campanas se vuelven alarmantes y las muchachas niegan a las calles la luz altiva de su adolescencia! ¡Maldito William Walker!
5
Luego fue lo demás: el camino durísimo, las piedras, los rifles que aún no pronunciaban su palabra mortal, definitiva. Y aquella angustia, al fin, de la batalla. Ver al vecino doblarse suavemente a la tierra humillada. Y de inmediato se incendió la tea, porque a los pueblos nunca les faltará un Santamaría. No era sólo la tea. ¡Era el brazo también, que se quemaba! ¡Era la patria en pie sobre las llamas quemando al invasor, dándole fuego con un brazo tenaz, desesperado!
6
Muchos dicen que ya no quedan más filibusteros. Sin embargo, yo los veo diariamente buscando empréstitos, zalameros, hipócritas, disfrazados tal vez de embajadores. Y comprendo que un día volverán con la metralla; nuevamente los niños en las calles cesarán de jugar y entonces todos cerraremos las casas, los talleres, y andaremos la ruta de la pólvora, andaremos de noche un camino de teas incendiarias ¡para reconquistar lo que nos han quitado!
Un poema de la madurez
Ahora bien, el tercer poema de Marco tiene una génesis muy diferente de los dos previos, y sumamente grata, de la cual puedo dar plena fe.
Esto es así porque, aunque durante mis años de residencia en Turrialba nunca dialogamos acerca de los hechos y los personajes de la inmarcesible Campaña Nacional, una vez que me jubilé y pude dedicar tiempo a estudiar esta gesta —tan determinante y significativa en la historia patria—, era una cuestión recurrente en nuestras conversaciones en el ahora añorado restaurante La Feria, en mis visitas a Turrialba.
En efecto, como lo narro en el artículo Seis poetas le cantan a don Juanito Mora (Nuestro País, 30-IX-22), hace unos 15 años le propuse a la dirección de la Revista Comunicación que publicáramos un número dedicado a los tres principales líderes de la Campaña Nacional: don Juanito, su hermano el general José Joaquín Mora Porras, y el general José María Cañas Escamilla. Me comprometí a coordinarlo y, con la ayuda de varios compañeros del grupo cívico La Tertulia del 56 y otros patriotas, en 2010 culminamos con éxito ese proyecto, plasmado en el número monográfico Héroes del 56, mártires del 60: los hermanos Mora y el general Cañas.
Cabe destacar que en esa ocasión, al compilar los poemas existentes, me percaté de que tanto Jorge Debravo como Alfonso Chase habían publicado sendos poemas, intitulados Invocación a Juanito Mora y Don Juan Rafael Mora, respectivamente. Por tanto, se me ocurrió que para mi artículo Un manojo de poemas para los tres próceres, sería lindo incluir un poema de cada uno de los principales miembros del célebre e innovador Círculo de Poetas Costarricenses, que en el decenio de 1960 socolloneara los cimientos de la lírica nacional.
Eso sí, me faltaban cuatro de ellos: Laureano Albán, Julieta Dobles Yzaguirre, Arabella Salaverry y Marco. Por fortuna, como los conocía a todos, no tuve pena ni reparo en abordarlos, para solicitarles su ayuda en esta causa patriótica.
Asimismo, como en ese momento no había tanta urgencia, y la inspiración poética no puede ser forzada, sino que es un acto totalmente espontáneo, les di el tiempo necesario para concebir sus poemas. Al final, llegaron a mis manos los respectivos poemas, que se intitularon Juanito desconocido, Invocación a don Juanito, Juanito Mora esperanza, y Hamacas y cañones. Por tanto, las voces de estos cuatro poetas y dos poetisas quedaron fusionadas con las de Graciliano Chaverri, Román Mayorga Rivas, Jenaro Cardona, Carlos Gagini, Carlomagno Araya y Arturo Echeverría Loría, quienes mucho antes habían cantado a nuestros próceres.
Don Juanito y José Joaquín Mora, más el general Cañas. Autor: Carlos Aguilar Durán
En fin, ese fue el origen de este poderoso poema de Marco, el cual aparece a continuación:
Hamacas y cañones
Solo los de la casa podían decirle Juan, quiero decir sus padres y unos pocos parientes. Nosotros no pudimos, sencillamente porque no nos salía. Viéndolo por la calle, viéndolo detrás de un mostrador o inclusive detrás del escritorio de la Presidencia, para nosotros era siempre Juanito, no tanto por su mínimo tamaño sino por el cariño que todos le teníamos. Le tenemos. No podemos negar que era bajito, tal vez de la estatura de Bolívar. Todos supimos siempre de sus cosas, su ser ligeramente deshonesto en cosas de negocios, esa mala costumbre de favorecer en algo a sus parientes como era lo habitual en esos tiempos. Pero pasó algo extraño con Juanito: que comenzó a crecer siendo ya adulto. ¡Qué curioso! Todos nos sorprendimos al mirarlo unos cuantos centímetros más alto el formidable día de la Proclama, y se mantuvo así hasta la hora en que echó a caminar con sus soldados en el seco verano de ese año, ese viaje impensable para otros. De inmediato vimos que había crecido nuevamente y estuvimos hablando del asunto. Pero hubo muchos que se quedaron cómodos sorteando en sus hamacas los calores y soñando en la muerte de Juanito. Siempre han estado allí, siempre a la sombra pero de vez en cuando se levantan de sus sueños malditos viendo cómo lo ensucian, ellos, los que nunca supieron defender con un rifle las fronteras amadas que cuidan de sus hijos, haciendas y mujeres. Los que no merecían ni merecen tener hijos, esposas, mucho menos que los sepulten en esta misma tierra. Y todavía se levantan de nuevo después de tantos años los mismos descastados, los mentirosos llenos de lagañas, los que nunca pudieron ni pueden ni podrán reducir un milímetro la altura de Juanito ni borrarle ese brillo de los ojos. Porque nadie, nadie puede negar que fue valiente. ¡Ah, cómo soñaría William Walker acertarle aunque fuera un balazo, un único balazo, un solitario balazo en la cabeza y observar su cerebro destrozado, su sangre irreprochable en media calle! Pero ese no era el destino de Juanito y por cada balazo que lo erraba crecía por lo menos dos milímetros. Parecía indestructible: no se ahogaba, no caía del caballo ni lo mataba el cólera. ¡Era enorme! Pero él y sus soldados derrotaron a un enemigo sólido, tangible, y más tarde perdieron la batalla frente a alguien tan pequeño que no pudieron ver jamás pero que los mataba: una bacteria. Y sin saberlo, le traían la peste a sus familias como un regalo trágico del viaje. Nunca hubo en la historia de los pueblos desfile victorioso más lleno de tristeza, con las carretas llenas de cadáveres, patrióticos cadáveres que nunca más levantarían un rifle, sostendrían un arado, cosecharían los frutos de la tierra. Con todos ellos se devolvió Juanito y por todos lloraba. Al poco tiempo tuvo que exiliarse, cuando sus enemigos se fortalecieron; pero no soportaba vivir lejos y pronto regresó, creyéndoles a los traidores, a los mentirosos. Muy tarde comprendió lo que pasaba y entonces fue más alto que ninguno: no suplicó, no se puso a temblar cuando escribió las cartas, no maldijo. Lo fusilaron y él aceptó su muerte como aceptó su vida: de pie frente a las balas. Por desgracia esas balas sí acertaron. Todas, todas. Ni una sola falló. Pero como eran nuestras, las recibió con gusto.
Marco como prosista
Aunque menos conocida esa faceta suya, Marco también escribió prosa —bastante de ella inédita—, entre la que figuran numerosos artículos de opiniónpublicados en la hoy extinta Revista Lectores, fundada y dirigida por el periodista turrialbeño Luis Alejandro Romero Zúñiga; posteriormente se le bautizaría como Turrialba Desarrollo.
En cuanto a la Campaña Nacional, ahí él escribió un artículo intitulado Los hijos de las peñas,en el cual argumentaba lo siguiente:
“Decía el maestro Joaquín García Monge que «no somos hijos de las peñas», para significar que tenemos arraigo en esta tierra; quiero decir, padres, abuelos y bisabuelos enterrados aquí. El apego, que llaman. Pero, por desgracia, algunos compatriotas desnaturalizados no lo entienden así. De las maneras más cobardes y sucias, pretenden apearse a Juanito y compañía del justo pedestal en que los hemos puesto. Con mentiras, con “bromas” y chistes desafortunados intentan desprestigiarlos, ensuciarlos, demeritar su hazaña y su grandeza. Incluso se han atrevido a meterse con Juan Santamaría, negando su existencia o ridiculizando su muerte heroica. Dios los perdone”.
Antes de continuar, es pertinente indicar que Marco inició dicho artículo con la siguiente advertencia: “Hace tiempo he tenido la curiosidad de preguntarle a alguno de mis amigos historiadores cuáles son los hechos más detestables en nuestra vida como nación. Sería bonito levantar una lista de lo más sucio y lo más cobarde que hemos hecho los costarricenses. Esas cosas por las cuales se nos cae la cara de vergüenza, a pesar de los años transcurridos. Aunque, viéndolo bien, no tendría nada de bonito, pero sí sería muy instructivo. Porque de eso se trata: de aprender”.
Y, tras referirse a otros hechos deleznables, relataba que “En estos días se cumplen 150 años de un fusilamiento muy diferente: el de don Juanito Mora y el general José María Cañas en Puntarenas, uno de los acontecimientos más asquerosos de nuestra historia. Perdón, asquerosos no es la palabra, pero en este momento no se me ocurre una más dura. Más insultante. Los valientes patriotas que condujeron a nuestras tropas en su hora más brillante, los que derrotaron a William Walker, esclavista maldito. Los que nos llenaron de orgullo y dejaron con la boca abierta a los filibusteros, que jamás esperaban encontrar combatientes tan dispuestos a morir por la patria. Nuestros mejores líderes fusilados por sus mismos soldados. ¡Vergüenza, deshonor! No hay abrasivo, detergente ni ácido que borre esa mancha. No habrá perdón para los asesinos”. Y, a continuación, afirmaba: “Pero a los que piensan que estas son cosas de otros tiempos, les tengo una noticia: estamos llenos de filibusteros y partidarios de filibusteros. Por desgracia nacidos en Costa Rica, con cédula y a veces pasaporte costarricense”.
Y, para concluir, de manera contundente, señalaba: “La historia debe servir para mejorar, para corregir los errores del pasado. La historia no debe ser arqueología, sino lección de vida. Tanto las cosas que nos enorgullecen, como las que nos llenan de oprobio, deben ayudarnos a corregir el presente y alumbrarnos el camino futuro. Pero esto no siempre funciona así: me cuentan que en un colegio privado de San José no conmemoran el 11 de abril, pero el 4 de julio hacen una Asamblea para explicar a los alumnos el significado de esa y otras fechas importantes para Estados Unidos. Al parecer, algunos profesores llaman a nuestra celebración «el día del empujón», en relación con el cuento de que el soldado Juan no fue voluntario, sino empujado por algún bromista, uno de esos chistes que solo les pueden hacer gracia a los que no tienen patria. Y solo ellos se ríen, los descastados, como se hubiera reído William Walker. Estos especímenes no merecen llamarse costarricenses”.
Archibald MacLeish, poeta inmenso, poeta verde que un día después de que se hubiese tomado una de las fotografías más hermosas jamás vista antes, al menos por la inmensa mayoría de los seres humanos, escribió inspirado, tras haber divisado en una impresión fotográfica majestuosa, al planeta Tierra en todo su esplendor, en su magnífica belleza, las palabras que he estampado al inicio de este ensayo. Esas palabras son por tanto, el producto de una mente sensible y privilegiada como la del poeta MacLeish. Hago una digresión que me aparta someramente del propósito de este ensayo, con el fin de presentar al poeta y su ambiente. MacLeish es de origen estadounidense nacido en Glencoe, Illinois en 1892 y fallecido en Boston en 1982. Se formó como profesional primero, nada menos que en la Universidad de Yale, y luego, como si no hubiese tenido suficiente con ello, estudió también en la Harvard Law School. Apertrechado de suficientes conocimientos e inspiración lírica, debió migrar a París, adonde se radicó junto al círculo de literatos expatriados de los Estados Unidos, de la talla de Gertrud Stein, Ernst Hemingway, F. Scott Fitzgerald, y John Dos Passos. Por añadidura, compartió su experiencia literaria, artística y de vida, con el pintor cubista francés Fernand Léger, con el prolífico poeta, dramaturgo, pintor y director de cine Jean Cocteau y el gran pintor español, del movimiento artístico cubista igual que Léger; también departió con Pablo Ruiz Picasso, a quien hemos conocido como Pablo Picasso. Pintor excelso, pacifista y comunista a la vez. Creador por supuesto de “El Guernica” en 1937, su obra más famosa.
“El Guernica”, contiene una combinación de elementos cubistas y expresionistas que la han hecho única en su género. Aunque hay versiones variadas acerca de qué trata la obra, la más difundida cuenta que Picasso se inspiró en un episodio de la Guerra Civil española, en el que, la población de Villa Vasca, Guernica, fue bombardeada por la “Legión Cóndor” de la aviación Nazi, apoyada por la aviación italiana del creador del fascismo, Benito Mussolini. Hubo 127 fallecidos, lo que conllevó la indignación popular e internacional. Otra versión apunta más bien a que el Guernica es una obra autobiográfica. Lo cierto del caso es que, todos ellos fueron los amigos y contertulios del sensible poeta MacLeish. (CFR. https://www.culturagenial.com/es/cuadro-guernica-de-pablo-picasso/)
Volviendo al cause, no pretendo reemplazar con lo dicho, la magnífica fotografía que fue la que inspiró a nuestro poeta. Cuánto me gustaría que el periódico La República en su versión digital, pudiese insertar la fotografía mencionada, perteneciente, de acuerdo con Al Gore, al novel astronauta Bill Anders. (Cfr. Al Gore. “Una Verdad Incómoda.” Editorial Gedisa S.A. Barcelona, España, 2007: Tengo el placer de tener la edición).
Aquel fue, el primer instante en el que la nave, el Apolo 8, dejó atrás la fase oculta de la Luna. La que jamás un ser humano había divisado. Los astronautas a bordo, según lo planeado, se habían insertado en ella, provocando que, hasta los principales responsables del viaje espacial en tierra, hubiesen prácticamente llegado a perder el aliento, porque como es obvio, perdieron el menor contacto con sus compañeros, incluidas por supuesto, las ondas de radio… De pronto, aparecieron de nuevo en plenitud de condiciones, aquel fue el momento preciso en el que, a la tripulación le apareció de súbito la visión más excelsa que nunca habían experimentado: El planeta Tierra en toda su magnífica majestad. Poco después este se convirtió en un nuevo trance que dejó atónitos a todos, en cuanto la primera toma llegó hasta la retina de los científicos en primer lugar y luego, del mundo entero.
El acontecimiento marcó un antes y un después para la mayor parte de la humanidad. No tengo mejores palabras para expresar el salto cualitativo que dio la conciencia humana, que retrotraer la forma como lo expresó en su impecable libro Albert Gore. Antes de citarlo debo decir que, Albert Gore se desempeñó como vicepresidente de los Estados Unidos primero y fue candidato a la presidencia después, en el año 2.000. Muchos entendidos en el proceso electoral de los EE. UU. sostienen fehacientemente, que esas elecciones fueron fraudulentas contra Al Gore; de cualquier manera que haya sido, es por entero cierto que, en el voto popular, Gore superó a George W. Bush. Por otra parte, Gore también fue galardonado al Panel de las Naciones Unidas sobre el clima (IPCC), por sus esfuerzos en contra del calentamiento climático, y finalmente, lo nombraron premio Nobel de la Paz en el 2007. El exvicepresidente expresó ese salto portentoso que dio la humanidad de la siguiente manera: “…dos años después de que se tomara esta fotografía, nacía el movimiento ecologista. Ley del Aire Limpio (Clean Air Act.), la Ley del Agua Limpia (Clean Water Act.), la Ley de Política Medioambiental Natural (Natural Environmental Policy) y el primer Día de la Tierra [y remata diciendo], todo ello tuvo lugar en unos pocos años a partir de que viéramos esta fotografía por primera vez.” (Ibidem.) Todo lo que acabo de citar, ocurrió en los Estados Unidos, pero, poco después tuvo un gran impacto en el mundo entero.
En realidad, fue más que eso; se consumaron hechos nuevos en todo el mundo, producto de una nueva conciencia universal. Surgieron como nunca librerías por doquier, para alimentar la cultura; cundieron científicos, unos ciertamente se pusieron al servicio de las grandes empresas transnacionales, irremediables depredadoras del mundo por su industria extractiva de hidrocarburos, las cuales solo pueden producir “progreso” jalonado a la vez de una contaminación sin precedentes: el dióxido de carbono o gases de efecto invernadero; pero por otra parte, proliferaron en todas las universidades, los que con sus investigaciones desarrollaron el conocimiento de la ecología, de la industria limpia, los protectores de los mares, los que nos han hecho ver el papel que juegan los bosques exuberantes y los océanos limpios en la regeneración del planeta. Otros nos han hecho ver que existe la posibilidad de un desarrollo sostenible o sustentable con la Naturaleza.
Sin embargo, pocas cosas son tan volátiles y evanescentes como la conciencia. Ella alcanza un determinado umbral de desarrollo, para luego, estancarse por mucho tiempo, o bien retroceder total o parcialmente. Esta conciencia empezó paulatinamente a percatarse en unos lugares más apresuradamente que en otros, del inmenso poder acumulado por el ser humano merced al desarrollo de la tecnología, hija a su vez del modelo industrialista en su fase más desenfrenada. Hay que decirlo claramente, el “progreso” humano, escrito así entre comillas, hijo de ese industrialismo, ocurrió ciertamente primero y de la manera más connotada en el sistema capitalista voraz, pero también se produjo en un sistema socialista (el llamado “socialismo real”), que tampoco supo o no quiso poner freno a la forma como aquel “progreso” creaba por un lado bienestar, sobre todo en los sectores más opulentos de la sociedad contemporánea, mientras por otro lado, fue consumiendo cada vez más, y aun no se ha detenido, de manera desaforada la mayor riqueza del planeta: sus océanos que, junto a los bosques habían sido proveedores perennes del oxígeno limpio, imprescindible para la vida de todas las especies.
Me pregunto todos los días de mi vida, desde que cobré conciencia del embrollo universal en el que estamos sumergidos por el calentamiento global y el cambio climático, ¿cómo salvar a este planeta azul inigualable que nos da la vida? ¿Cómo redimirlo de la destrucción a la que lo venimos sometiendo con rapidez, esta vez a causa de nuestra forma de producir y convivir, de las guerras que no cesan, de la indolencia con la que una gran parte de la humanidad se sigue comportando ante las secuelas del calentamiento global, a pesar de que la amenaza de poner en severo riesgo la vida en su integralidad, la tenemos a la vista, treinta años no más? Pienso con frecuencia que, como humanidad, estamos de espaldas a una realidad compleja, por lo que no hemos tomado buena cuenta del enorme peligro que tenemos enfrente, nada menos que la posible extinción de la vida, sobre la Tierra. La vida en ella debemos salvarla entre todos. Corresponde decirle al poeta Archibald MacLeish, no nos estamos viendo como tripulantes unidos de esta Tierra, aún no. Tampoco nos sentimos hermanos en esta brillante belleza, en el frío eterno. ¿Podremos llegar a sentirnos hermanos alguna vez, para enfrentar la terrible amenaza de nuestra extinción como especie?
El autor de este artículo y el poeta Marco Aguilar, frente a su lugar de trabajo. Foto: Darinka Hilje
El último de los bardos que abrió nuevas sendas en la poesía costarricense
LUKO HILJE
A inicios de 1991 llegué a residir en Turrialba, para laborar como entomólogo agrícola en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Por una feliz coincidencia, aunque conocí a mi esposa Elsa en la Universidad Nacional (UNA), en Heredia, ella había sido procreada ahí, pues mi suegro Luis Pérez Loaiza era turrialbeño y, tras casarse con la esparzana Mabel Villalón Figueroa, permaneció muchos años en su tierra natal. Esto hizo que, al llegar yo a Turrialba, ya supiera muchas cosas del cantón, lo que me permitió insertarme con facilidad en la comunidad turrialbeña, la cual pronto me embelesó.
En realidad, mi contrato con el CATIE era de apenas dos años, pero se fue extendiendo tanto, que permanecí allá 13 años y, ya jubilado, conseguí proyectos que me permitieron laborar ad honorem por unos siete años más. Durante tan prolongada estadía mi afecto se afianzó y se acrecentó mucho, como lo revelan los casi 50 artículos alusivos a sus gentes y paisajes, publicados en periódicos, así como en revistas divulgativas y académicas. A ellos se suma mi libro Turrialba en la mirada de los viajeros (2018), que abarca relatos de unos 20 viajeros y cronistas que, a lo largo de 366 años, entre 1544 y 1910, recorrieron su territorio.
Es pertinente indicar que mis primeros contactos con ese terruño ocurrieron gracias a mis sabrosas tertulias con Leopoldo Fernández Ferreiro, gallego de nacimiento, pero turrialbeño hasta los tuétanos. De hecho, casi todos los sábados, mientras mi pequeña hija Darinka se entretenía y deleitaba jugando de vendedora en La Fama —la tienda de la familia Fernández García—, Elsa y yo platicábamos con él y su esposa Anita García Figuls, prima de mi suegro. Y, ya un poco tarde, a menudo se nos sumaba Edith, hija de ellos, cuando regresaba de una pequeña finca que tenía en Alto Varas.
Eddy, como le decían, era una mujer de gran inteligencia y sensibilidad, aunque muy hermética en cuanto a su vida personal, al punto de que nunca supe que fuera poetisa. Me enteré de ello cuando, en un recordatorio preparado por su familia, insertaron el conmovedor poema Póstumo, y después su hermano Leopoldo me regaló el único poemario que ella publicó, intitulado El río… La montaña. Víctima de un cáncer fulminante, Eddy falleció el 23 de agosto de 1997, a los 60 años, exactamente ocho meses después que su padre, muerto a los 87 años el 23 de diciembre de 1996. Menciono esto por el valor que tiene en sí mismo en mis afectos, pero también por la manera en que conocería al poeta Marco Aguilar.
Un funeral me llevó a Marco
En efecto, no recuerdo en cuál de estos dos funerales, conforme el cortejo se alejaba del templo para enrumbarse hacia la escarpada cuesta donde se localiza el cementerio local, observé que mi suegro —quien había venido de Heredia— conversaba con un hombre alto y enjuto, de andar pausado y mucho más joven que él, a quien yo nunca había visto. Horas después, ya en nuestra casa, le pregunté que quién era ese amigo suyo, y me respondió que se trataba de Marco Aguilar Sanabria, a quien conoció de muchacho en el caserío de Santa Rosa, pues era sobrino de don Luis Aguilar Valverde. Al respecto, es pertinente mencionar que mis suegros vivían en una casa esquinera —aún en pie, y hoy propiedad de la familia Orozco—, al costado norte de la iglesia local, y casi al frente residían don Luis y doña Adoración (Chon) Salazar, con quienes ellos se reunían a platicar casi todas las noches.
Para culminar su respuesta, mi suegro me indicó que Marco era poeta, así como compinche de los célebres bardos turrialbeños Jorge Debravo y Laureano Albán, a quienes él también conoció; por cierto, no mencionó a su medio prima Eddy, quizás porque ignoraba que escribía poesía y que tuviera una relación cercana con ellos tres. En el caso de Albán, nacido en Santa Cruz —no muy lejos de Santa Rosa—, me contó que jugó basquetbol con un equipo que él dirigió. Y, en cuanto a Debravo —nacido en Guayabo Arriba—, nunca lo trató de cerca, aunque su esposa Margarita Salazar era sobrina de doña Chon, y a ella sí la conoció bien.
Bastó con que mi suegro mencionara estos datos, para captar a cabalidad quién era Marco. Y fue así como, de inmediato, evoqué aquellos lindos años de la segunda mitad del decenio de 1960, cuando el mundo entero se remozaba y renovaba, gracias a una pujanza realmente estupenda de la juventud, y como parte de lo cual en muchos países florecían de manera profusa el arte y la literatura.
En cuanto a la poesía, en esos años esta flotaba en el ámbito familiar, sobre todo gracias a mi hermano Niko, quien estudiaba química, aunque también le hacía a la poesía; si bien nunca ha publicado su obra, me parece realmente buena. Él solía coleccionar los suplementos culturales dominicales de algunos periódicos, e incluso copiar a mano poemas tomados de libros en la Biblioteca Nacional y, cuando ya tuvo ingresos como profesor en la Universidad de Costa Rica, pudo adquirir poemarios, que sus hermanos disfrutábamos. De hecho, fue gracias a él que tuve la fortuna de conocer a Debravo, en un recital ofrecido en San José una noche de junio de 1966, pues Niko participaba en algunas actividades del Círculo de Poetas Costarricenses, donde alternaba con Debravo, Albán y Marco —quien residió apenas dos años cerca de la capital, en Tres Ríos, Cartago—, Julieta Dobles Izaguirre, Arabella Salaverry, Alfonso Chase, Rodrigo Quirós, Germán Salas, Luis Fernando Charpentier, Jorge Ibáñez y algunos otros.
Es por eso por lo que, cuando mi suegro mencionó el nombre de Marco, este me era completamente familiar. Lo que yo ignoraba era que aún residiera en Turrialba. De inmediato pensé que me gustaría conocerlo y tratarlo, pero no sabía cómo contactarlo. No obstante, por una de esas venturosas casualidades del destino, muy pronto me llegaría tan anhelada oportunidad.
En efecto, un día me topé con el amigo Tomás Dittel, quien laboraba en la Escuela de Postgrado del CATIE. Aunque era conserje, tiene grandes habilidades como artesano, y siempre trataba de promover las manifestaciones artísticas de su cantón, por lo que ese día me preguntó si me gustaba la poesía. Al responderle que sí, ofreció venderme el recién aparecido poemario El tránsito del sol, de Marco. Por supuesto que se lo compré, a la vez que le pregunté que si se podía conseguir autografiado. Al instante me indicó que lo mejor era que, a la salida del trabajo, fuéramos juntos un día al Taller de Televisión Rodríguez, donde Marco trabajaba. Era fácil, pues estaba localizado a la pura entrada a la ciudad, «frente al almacén de Numa Ruiz», negocio que dejó de existir hace muchos años, pero cuyo nombre se incrustó para siempre en la toponimia de esa urbe rural; por cierto, ahí Marco compartía labores con Toñito, un hombre bueno y sumamente callado, hermano de Víctor Rodríguez, dueño del taller.
Y así fue. No recuerdo en cuál mes de 1997 ocurrió eso, pues la lacónica dedicatoria nada más dice «Para Luko, cordialmente. Marco. Turrialba, 97». La agradecí, por supuesto, pero más significó conocerlo en persona, pues percibí en él a un hombre noble, afectuoso, humilde, de amplia y sincera sonrisa, así como de excelente sentido del humor. Me daba pena interrumpirlo en sus labores, pero me dijo que no importaba, que había más tiempo que vida. Le conté que sabía de él desde muchos años antes gracias a mi hermano Niko, y le hablé de mi gusto por la poesía desde la adolescencia, y que incluso pude conocer a Debravo.
Al mencionar esto último, de inmediato me comentó que él tenía una enorme deuda pendiente con ese gran poeta, académico y político que fue don Isaac Felipe Azofeifa, pues este le había manifestado que —por la cercanía que hubo entre ambos desde los tiempos de colegiales—, él tenía el deber de escribir una amplia semblanza sobre nuestro mayor poeta, quien muriera tan joven. Le pregunté que por qué no lo había hecho, y me respondió que lo había ido postergando, por razones de trabajo y salud, en las que no ahondó. Y, tras una algo extensa y cálida conversación, con gentileza y sinceridad me dijo que volviera cuando quisiera.
La entrevista sobre Debravo
No recuerdo cuántas veces pasé por ahí, pero apenitas de refilón, para no importunarlo, o le pitaba desde mi carro para saludarlo. Sin embargo, años después, en octubre de 2000, hubo un hecho ominoso, que me obligó a buscarlo, y con urgencia: me dijeron que su vida estaba en peligro.
En efecto, en esos días mi hija se había matriculado en un taller de literatura para niños en la sede local de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), dirigido por el poeta Erick Gil Salas, cuyo nombre yo conocía por referencias. Y, un sábado que fui a recogerla, tuve la oportunidad de conocer a Erick. Al comentarle algo sobre Marco, me contó que este tenía un serio problema cardíaco, que ameritaba una cirugía urgente, por lo que lo podrían llamar y hospitalizar en cualquier momento. Aún más, había un alto riesgo de que no superara la operación. Al conversar ahora con Vilma Rodríguez Arguedas —su segunda y actual esposa—, me cuenta que a mediados de agosto de 2000 le habían efectuado un cateterismo, el cual reveló cuán dañado estaba su corazón y esto demandaba una cirugía muy delicada.
Sobresaltado por tan impactante noticia, aparte de mi genuina preocupación por la salud de Marco, le dije a Erick que me acongojaba que, efectivamente, pudiera ocurrir una fatalidad y que, de ser así, él no podría cumplir la promesa hecha a don Isaac Felipe en relación con Debravo. Por tanto, le propuse que, para salvaguardar sus palabras, nos apresuráramos a entrevistarlo, y que podríamos hacerlo en mi casa, pues el campus del CATIE es muy silencioso, además de que yo tenía una buena grabadora portátil y suficientes casetes. «Y…, ¿cuándo?», me preguntó Erick. «Pues hoy mismo por la tarde, si él pudiera», le repliqué. Asentimos, y de inmediato nos fuimos a buscarlo al taller donde trabajaba, pero ya habían cerrado. No quisimos molestarlo en su casa, que estaba muy cerca de ahí, pero el lunes siguiente por la tarde fuimos a buscarlo y, explicada la situación, el sábado 19 de octubre por la tarde pasé a recogerlos y llevarlos a mi casa, donde Elsa nos preparó un sabroso café y unos bocadillos, para que así pudiéramos conversar con amplitud y sin interrupciones.
De esa linda entrevista, que se prolongó por dos horas, semanas después hice copias para los tres, y la guardé como un verdadero tesoro, junto con varias fotos que tomé esa tarde. Eso sí, al transcribirla Elsa —quien es secretaria de formación—, resultaron nada menos que 24 páginas, a espacio sencillo, lo cual dificultaría publicarla en una revista literaria o académica.
Así la conservé por mucho tiempo, a la espera de una oportunidad para publicarla. Y, por fortuna, esta se presentaría años después, y por partida doble.
Asiduo lector y colaborador del Semanario Universidad, como lo he sido por muchos años y hasta hoy, en 2004 se me ocurrió proponerle a Ana Incer Arias, su directora de entonces, que publicáramos una síntesis de la entrevista, a lo cual accedió sin reparo alguno. Por tanto, me dediqué a prepararla, tras lo cual la entregué a Marco y a Erick para que la revisaran y le hicieran los ajustes que juzgaran pertinentes. Y fue así cómo, con ocasión de conmemorarse en agosto el 37 aniversario de la muerte de Debravo, se nos concedieron nada menos que las dos páginas centrales del suplemento cultural Los Libros de ese mes, para insertar tan valioso documento biográfico, que intitulamos Debravo, en la mirada de Marco Aguilar.
En cuanto a la segunda oportunidad, habría que esperar tres años más, pero valdría la pena, pues esta vez pudimos concretar el sueño de publicar la entrevista completa. Con el título Jorge Debravo a través de la retina de Marco Aguilar, apareció en la revista Comunicación, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
En realidad, todo fue muy sencillo, gracias a la gentileza de su directora de entonces, Teresita Zamora. Y lo fue, porque en 2005, en colaboración con el filósofo Guillermo Coronado, ella había publicado un número monográfico dedicado al ornitólogo, naturalista y filósofo Alexander Skutch, en el cual fui invitado a colaborar. El día de la presentación, ella me dijo que las páginas de la revista estaban abiertas para proyectos editoriales análogos, por lo que tiempo después le sugerí que hiciéramos uno sobre Debravo, con miras al 40 aniversario de su muerte. Me preguntó si estaba dispuesto a coordinarlo con ella, pero me rehusé, por no ser la literatura mi campo profesional. Eso sí, le sugerí a Erick, verdadero conocedor, y fue así como ambos hicieron posible que en 2007 apareciera el número monográfico Jorge Debravo, un hombre palabra.
Ahora bien, para retornar a aquel aciago octubre de 2000 cuando la vida de Marco estuvo en peligro, en realidad él enfrentó un verdadero calvario, pues su salud empeoraba día a día y no le daban la ansiada cita para la cirugía. Tan terrible fue esa espera que, en cierto momento, la ya de por sí angustiante situación se dilató innecesariamente, porque debían hacerle un delicado examen con un angiógrafo, pero no se pudo pues, en una actitud realmente irracional e inhumana, unos funcionarios de un hospital de la Caja Costarricense del Seguro Social en San José lo habían dañado, al grabar música en discos compactos, para aprovechar que este sofisticado y delicado aparato tenía un dispositivo que permitía hacer eso.
Recuerdo cuánto sufrí en esos días, ya entrado noviembre, pues durante tres semanas consecutivas tenía que emprender viajes, como era usual en el CATIE, a Inglaterra, Panamá y California. Antes de partir, lo visité en su casa, y se mostraba sumamente endeble y hasta desesperanzado. Nuestro abrazo de despedida, que no podía ser efusivo por lo débil que estaba él, tuvo mucho de ominoso. Al dárnoslo, un recóndito y electrizante espasmo recorrió mi cuerpo y constriñó mi alma, pues pensé que podría ser el último que nos dábamos. ¡Fue una sensación muy dura, de veras!
Por dicha para mí, pudimos reencontrarnos y conversar tras mis viajes, pero el infortunio para Marco continuaba, pues la cita médica seguía postergándose ad infinitum. No fue sino en abril o mayo de 2001 que le practicaron una operación a corazón abierto en el Hospital México, la cual se prolongó por muchas horas. En determinado momento, al extraer su corazón para operarlo, este se infartó, lo que obligó al personal médico a efectuar labores de resucitación. Posteriormente debió permanecer por dos semanas en cuidados intensivos, con un pronóstico bastante reservado en cuanto a su recuperación. Y, aunque Marco pudo superar tan difícil trance, las expectativas no eran nada halagüeñas, pues los médicos auguraban un año y medio de vida, cuando mucho.
Contertulios en La Feria
Ya recuperado Marco de la operación, incrementamos nuestra relación de amistad, la cual se intensificó en los meses siguientes. Recuerdo que en septiembre de 2002 estuvo en mi casa, junto con Vilma, pues Elsa decidió celebrar mi medio siglo de vida en compañía de un pequeño grupo de amigos muy queridos.
Fue en el segundo semestre de 2001 que, al avizorar que faltaban unos dos años para la celebración del centenario del cantonato de Turrialba, varias personas hablamos de la posibilidad de preparar un libro conmemorativo, con la participación de historiadores, sociólogos, antropólogos, geógrafos, geólogos, biólogos, ingenieros, agrónomos, educadores, periodistas, sacerdotes, artistas, etc. Y, aunque al final de cuentas no se pudo lograr lo que se deseaba, debido a diversas circunstancias, gran parte de los materiales permitirían que en 2012 viera la luz el libro Turrialba: mucho más que cien años, publicado por la EUNED y editado por el matemático y periodista Ramiro Rodríguez —director de la revista Turrialba Hoy—, el poeta Erick Gil Salas y el historiador William Solano.
Recuerdo vivamente que, aunque ya habíamos venido conversando de manera informal con Ramiro, Erick, William, el genetista forestal Rodolfo Salazar Figueroa, el biólogo Sebastián Salazar Salvatierra y el agrónomo Carlos León Pérez, nuestra primera reunión formal tuvo lugar en el restaurante La Feria, por sugerencia de Rodolfo, pues sus cuñados Roberto y Manuel Barahona Camacho son los dueños de dicho negocio. Sin embargo, esa noche pudimos llegar solo William, Rodolfo, Marco, el agrónomo Gilberto Calderón y yo.
Un hecho muy bonito fue que, al buscar en el menú algo para comer y beber mientras discutíamos acerca de nuestro proyecto, Marco me hizo una advertencia. Como novicio en ese restaurante, pues nunca lo había visitado, me dijo que, como lo relaté en el artículo Las tertulias en La Feria (La República, 21-VI-05, p. 15), en una especie de rito iniciático, no debía ingerir nada sin antes tomarme una jarra de la deliciosa sustancia de carne llamada «caldo de riel» debido a su color de herrumbre, así como un par de los proverbiales taquitos que preparaba don Enrique Barahona Jiménez —padre de Roberto y Manuel—, en su cantina La Feria, a la cual Marco incluso le había escrito un simpático soneto.
Por supuesto que obedecí con gusto la sugerencia de Marco, y no me arrepiento en absoluto de haber sido tan sumiso pues, desde ese día y hasta hoy, cada vez que voy ahí, es lo primero que solicito. De inmediato pedí una cerveza con abundante hielo —como se estila en esa Turrialba tan caliente y húmeda— y le dije a Marco que yo invitaba a lo quisiera tomar, a lo cual me respondió que él no ingería bebidas de ese tipo, pues en una época de juventud y bohemia había enfrentado problemas de alcoholismo. Sentí mucha pena, y entonces le dije a la mesera que no me trajera mi cerveza, pero Marco replicó para decirle que no importaba, pues él ya había superado su vicio. Hombre de firme carácter y temple, desde ese día y durante casi cinco lustros de amistad y de numerosas cenas, nunca le tentó que yo me tomara dos o tres cervezas, mientras que él se deleitaba con un exquisito refresco de guanábana.
Desde entonces, La Feria fue nuestro inmutable sitio de reunión y sabrosa tertulia, favorecido por el hecho de que Roberto y Manuel lo convirtieron en un espacio cultural, al organizar exposiciones de pintura, recitales de poesía, conciertos musicales y lanzamientos de libros. Con frecuencia se nos unían los ya citados Sebastián, Ramiro, Rodolfo, Carlos, el recordado poeta Johnny Delgado y los hermanos Barahona, y algunas veces los pintores Max Solís y Manolo Ayala, los educadores William Núñez, Emma Tomasita Durán y Rosibel Castro, así como la abogada y poetisa Clarita Solano.
¡Cuántas conversaciones inteligentes y gratas, de esas que nutren la mente y el alma, así como siempre aderezadas con ese humor tan característico de Marco y de los turrialbeños! Como dicen, platicábamos «de lo divino y lo humano», pues afloraban asuntos de literatura, música, artes plásticas, filosofía, religión, historia, política, etnografía, fútbol, y hasta de ciencias.
En cuanto a esto último, Marco tuvo siempre un gran aprecio y respeto por la obra de los científicos, en parte influenciado por el hecho de que un tiempo laboró en el CATIE como asistente de laboratorio en edafología, es decir, la ciencia del suelo. Además, su prima María Elena Aguilar Vega es bióloga, con un doctorado en biotecnología obtenido en Francia. Y, por si no bastara con esto, gracias al ajedrez, su padre Antonio y su tío Fernando —padre de María Elena—, quienes eran pequeños productores de café en Santa Rosa, tuvieron una cercana relación con el alemán-venezolano Gerardo Budowski, de fama mundial como ecólogo y conservacionista ambiental. Cabe resaltar que, llegado a Turrialba para laborar en el CATIE, donde ocupó una importante jefatura, el recordado don Gerardo conformó con ellos y los también hermanos Jorge y Marco Tulio Ramírez un equipo que representó a Turrialba en varios torneos nacionales; además de que, en 1965, 1966 y 1972 el equipo fue campeón, su tío Fernando fue campeón nacional en 1970 y 1971, según consta en una reseña histórica escrita por su hijo Rodolfo, que María Elena me facilitó en estos días.
Mi alejamiento de Turrialba
En realidad, me dolió muchísimo ausentarme de esas pláticas cuando, al jubilarme en 2004, me instalé en la lejana Heredia. Sin embargo, como el CATIE me distinguió con el estatus de profesor emérito, conservé una oficina ahí y, con fondos que conseguí en entidades externas, pude financiar proyectos en mi campo profesional. Esto, a su vez, me permitió visitar Turrialba al menos una vez al mes y pernoctar allá, por lo que cada vez que iba, llamaba a Marco para que cenáramos y conversáramos en La Feria. ¡Cómo no!
Lamentablemente, a partir de marzo de 2017 tuve un extraño quebranto de salud, que se extendió por más de dos años, el cual me impidió manejar hasta allá, a lo que se sumaría el cese de mis proyectos, por esa misma razón. Sin embargo, además de que manteníamos contacto por internet, cada cierto tiempo llamaba por teléfono a Marco y —locuaces ambos— conversábamos con largueza.
De los años previos, recuerdo que en 2005 propuse a la revista Comunicación que para 2006 dedicáramos un número a los líderes de la Campaña Nacional de 1856-1857, caídos en desgracia después, el cual se intitularía Héroes del 56, mártires del 60: los hermanos Mora y el general Cañas. Asimismo, me comprometí a elaborar el artículo Un manojo de poemas para los tres próceres, dado que había varios poemas dispersos dedicados a ellos, incluidos algunos de Debravo y Chase. Pensé que sería bonito que otros miembros del antiguo Círculo de Poetas Costarricenses pudieran escribir al respecto, y pronto contacté a Marco, Laureano, Julieta y Arabella. Los cuatro accedieron, y el proyecto cuajó de la mejor manera. El poema escrito por Marco se intituló Hamacas y cañones, y es realmente muy hermoso.
Otra bonita remembranza data de fines de 2007, cuando Erick Gil Salas me comentó que se había propuesto compilar un buen número de poemas —los poemarios de Marco son bastante cortos— en un libro de casi 200 páginas, que se intitularía Obra reunida de Marco Aguilar, y lo publicaría la EUNED en 2008. Por tanto, me solicitó que, por mi amistad con Marco, escribiera unas palabras, como una especie de introducción. Al inicio me rehusé, pues no soy crítico literario, pero él pronto me indicó que lo que esperaba de mí eran unos juicios sobre Marco, desde una perspectiva personal.
Aclarado esto, no dudé en hacerlo, y en el pasaje medular de mi texto, esto fue lo que escribí:
Para hablar de su poesía no hay que saber de esta sino, más que leerla, aspirarla y sentirla como al aire, porque tiene el don de llegar sola, espontánea y fluida hasta los más recónditos intersticios del alma. Porque Marco tiene la inmensa virtud de insuflar valor poético a lo simple y lo cotidiano, oficiando como una especie de demiurgo que transmuta lo trivial y lo obvio en joyas poéticas. En su poesía no hay rebuscamientos ni nebulosas, sino palabras y conceptos sencillos, entendibles por todos, con las que él construye imágenes y sensaciones que realmente conmueven, provocando un grato regocijo.
Para cambiar de asunto, en algún momento de 2012 el amigo Luis Romero Zúñiga decidió crear la revista Lectores, que después mutaría su nombre por el de Turrialba Desarrollo. Ignoro cómo persuadió a Marco para que, a pesar de ser tan reacio para publicar su poesía, incursionara como articulista en su revista. Fue una sorpresa muy grata, pues la prosa de Marco era realmente deliciosa, plena de añoranzas. Por largo tiempo, entre 2012 y 2016, él me envió por internet varios de sus textos, todos excelentes. En mis archivos atesoro uno de los más bonitos, intitulado Jaque mate, Toño, dedicado justamente a su padre ajedrecista, quien fue un tanguero apasionado y siempre soñó con conocer Buenos Aires. Ahí narra que, tan diestro como su padre, «a los quince años ya había empatado con el Campeón Nacional vigente en la antigua Casa España. Mi padre conservó por años el apunte de esa partida».
Ahora bien, un mal día de junio de 2014, creo que un domingo por la mañana, timbró el teléfono de mi casa. Quien me llamaba era Roberto Barahona, para decirme que Marco estaba hospitalizado y en condición grave, al punto de que los médicos pronosticaban un desenlace fatal en pocas horas. ¡Fue realmente estremecedor escuchar eso! Casi de inmediato llamé a Vilma, quien me confirmó tan funesto augurio, y me explicó que Marco había sufrido una perforación del intestino, tras la cual sobrevino una septicemia. No obstante, por fortuna, de manera muy lenta él empezó a recuperarse y, tras ser operado y permanecer internado casi tres meses en el hospital Max Peralta, en Cartago, sumado a un muy extenso período de convalecencia en su casa, pudo superar este segundo episodio en que su vida estuvo en serio riesgo. Eso sí, desde entonces quedó muy fatigado y con dificultades respiratorias, lo que lo tornaba lento.
Una remembranza, pero positiva, data de 2018, cuando publiqué Turrialba en la mirada de los viajeros, libro del cual habíamos conversado ampliamente en varias visitas que hice a Turrialba para recorrer varios lugares y tomar algunas fotografías que me faltaban. En la sección de agradecimientos consigné el siguiente párrafo: «A Marco Aguilar, gran poeta y mejor amigo, hombre de alma buena, con cuya cálida y pausada voz, más su privilegiada pluma, le ha sabido cantar a su tierra y a su gente como ningún otro». Asimismo, incluí tres epígrafes, de Marco, Albán y Debravo, en ese orden, de los cuales el de Marco reza así:
En el valle amanece de repente. No es igual que en el mar o en la llanura donde el sol, tan despacio y sin premura incinera las rutas del oriente. Llega toda la luz rápidamente para sorpresa de la noche oscura. La mañana de aquí nace madura y el cielo es como de agua transparente.
Cualquiera que haya vivido en Turrialba puede entender a plenitud cuánta verdad encierran estos versos. Hicimos la presentación del libro en La Feria, en la cual, de manera espontánea y muy sentida, Marco expresó lo que significaba nuestra amistad.
Culminado ese proyecto, lo haría partícipe de una nueva obra, intitulada Páginas como alas. Antología de textos líricos sobre la naturaleza; aunque aprobada para su publicación por parte de la Editorial Tecnológica de Costa Rica, varios factores han causado su retraso para que vea la luz, lo cual esperamos que ocurra este año. Enterado de mis propósitos, con gran generosidad Marco accedió a que incluyera los tres poemas suyos que le solicité, a pesar de que dos de ellos permanecían inéditos; no obstante, ya no lo están, pues aparecieron en su último poemario, Profecía de los trenes y los almendros muertos, en el que, por cierto, incluyó la siguiente dedicatoria: «Para Luko, un amigo de lujo, con mi cariño y la admiración de siempre. Marco. Turrialba, 2022».
En los últimos años
Ahora bien, en estos últimos años nuestra relación se intensificó, aunque por la vía electrónica. Esto fue así porque, si bien no me gustan ni participo de las llamadas redes sociales, debido a la pandemia viral que aún enfrentamos como humanidad, me vi forzado a recurrir a la aplicación WhatsApp para poder recibir unas clases de guitarra que había iniciado años antes de manera presencial. Y, como Marco tuvo algunos problemas con su correo electrónico, elegimos esta vía para comunicarnos.
Más yo que él, solíamos enviarnos mensajes. Era algo frecuente que me enviara fotos de insectos llegados a su casa o a su jardín, o a una finca de su hija Ana, allá por Tarbaca. En broma, yo le decía que con gusto podría identificarle lo que me enviara, con excepción de cucarachas, pulgas, alepates, niguas y piojillo púbico. Ignoro si fue eso lo que lo indujo a dedicarme el poema Oda a las plagas y los insecticidas, en su último libro.
Además, como ambos éramos liguistas, es decir, hinchas de la Liga Deportiva Alajuelense, a veces le enviaba algunas cosas simpáticas alusivas a nuestro equipo, al que por cierto se refirió de paso en su poema La Feria. En realidad, el fútbol era un tema infaltable en nuestras pláticas, casi siempre para sufrir, pues de los últimos 18 campeonatos no hemos ganado más que uno, aunque una y otra vez nuestro equipo ha perdido en los partidos finales.
Y, a propósito de fútbol, debo relatar una simpática anécdota, ocurrida el 13 de octubre de 2021. Aunque disfruto del fútbol, no me gusta dilapidar dos horas y resto frente a un televisor, cuando tengo cosas más importantes que hacer, y sobre todo en horas diurnas. Esa tarde de miércoles jugaban en Columbus, Ohio, las selecciones de Costa Rica y EE. UU., en la disputa por un puesto en el campeonato mundial en Qatar. Encendí el televisor en un aposento de mi casa, para estar informado, mientras me dedicaba a escribir en mi biblioteca.
En cierto momento timbró el teléfono. Al levantar el auricular, escuché una voz muy débil y algo gangosa, casi de ultratumba. Era la de Marco. Después de los afectuosos saludos mutuos, me espetó: «Necesito pedirte un favor que nunca en la vida te he pedido». «Sí, Marco, claro… ¿en qué puedo servirte?», respondí, ante lo cual me preguntó: «¿Cómo va la Sele?». «¡Sé más serio, muchacho! Empezó ganando, y muy rápido, pero ya los gringos empataron. Pero…, ¿no estás viendo el partido?», fue mi contestación. De inmediato me contó que no podía verlo, pues estaba internado en el hospital William Allen, debido a una afección por coronavirus. «No, Marquito… ¡¡¡no puede ser!!! ¿Cómo estás, hombré?». Entonces me replicó: «Pues, sí. Vos sabés que tengo comprados 99 números de la rifa para el viaje al otro potrero, y ahora me cae esto. Y… ¡con todo y lo que me he cuidado! Si no estuviera vacunado, sin duda que ya estaría del otro lado».
Transcurrieron varios días de angustia e incertidumbre, pero, por fortuna, a pesar de su labilidad, su organismo pudo soportar este nuevo y grave embate, y salir avante.
Sin embargo, ya no podría ante una afección aparentemente renal, pero en realidad cardíaca, que lo conduciría de nuevo al hospital poco más de un año después, a fines de diciembre de 2022. Me cuenta Vilma, quien es enfermera y había vivido al lado de Marco los tres episodios previos que casi lo llevaron a la muerte, que ella pensó que la situación de salud de Marco no tendría consecuencias fatales esta vez, pero no fue así. Internado de emergencia el 31 de diciembre, mientras Vilma se enfrentaba a la pérdida de su madre doña Oliva la víspera, cerca de las tres de la madrugada del 3 de enero Marco exhalaba su último suspiro, víctima de un paro cardio-respiratorio, exactamente en el día de su cumpleaños número 79.
Ahora, ya fallecido, al ver en retrospectiva mi relación con Marco, me percato de que, en nuestros casi 25 años de amistad, la muerte siempre lo estuvo acosando. No obstante, es muy interesante que, aunque en su poesía la muerte está omnipresente como tema —una constante en la obra de casi todo poeta—, esta no es protagónica, en marcado contraste con la de su entrañable amigo Jorge Debravo, para quien era una cuestión central, recurrente e insistente, casi obsesiva. Pero es que en Debravo era una especie de premonición, la noción de que partiría muy joven. Y así fue, cuando en la fatídica noche del 4 de agosto de 1967 un chofer ebrio embistió su motocicleta y segó su vida, con apenas 29 años. Por cierto, de ese burdo y desgarrador episodio, Marco nos diría que: «Mi hermano Jorge / está completamente muerto en media calle», para culminar su elegía así: «Y yo sufro esta muerte solitaria / hoy que el agua lavó su sangre humilde / definitivamente silenciada. / Porque era solamente un niño triste, / solo que ahora está bajo la tierra / ¡y yo no me acostumbro!».
Es todavía más interesante aún que, en innumerables horas de tertulia, Marco nos hablara muy poco de la muerte. No sé si era una actitud silenciosamente estoica, pero no se lamentaba de sus dolencias y ni de sus penurias. Aunque a veces reconocía estar débil, no se quejaba y, más bien, tenía siempre un talante positivo. Quizás en su fuero interno se reconocía lábil y vulnerable, pero ante sus amigos se mostraba muy animado, así como deseoso de vivir y continuar haciendo lo que más le gustaba: escribir.
Al igual que a su padre don Toño, a Marco le encantaba el tango. Y a mí también. Por eso, de vez en cuando le enviaba algunos videos. Uno fue un programa de Susana Rinaldi, de quien le comenté que la había oído cantar en el Teatro Nacional en su primera visita a Costa Rica. «Una maravilla. Papi enloquecía con ella», me respondió, y me contó que su hermano Guillermo había llevado a don Toño y doña Chepita —a quien tuve el gusto de conocer— a escucharla en dos de las tres ocasiones que estuvo en el país. Por cierto, el 2 de enero por la tarde descubrí en YouTube un reciente concierto de tan aclamada cantante, y de inmediato pensé en compartirlo con Marco, sin saber que estaba hospitalizado y viviendo su último día completo. Como tuve problemas con internet, pospuse el envío, pero ello nunca ocurriría, pues temprano al día siguiente recibí llamadas de Roberto Barahona y de Vilma, para comunicarme la infausta noticia de su partida.
A propósito de la Rinaldi, nunca le pregunté a Marco por el texto Definiciones para esperar mi muerte, que ella popularizó, al declamar su letra mientras que, por fondo, se escuchan los acordes del melancólico tango Sur. Escrita por Homero Manzi cuando, sabedor de que sus días estaban contados, este inmenso poeta se enfrentó a un desafiante papel vacío, para plasmar en él una estremecedora despedida, en uno de cuyos pasajes se lee: «Estoy lleno de voces y de colores, / que juraron acompañarme hasta la muerte / como amantes resignadas / al breve paso de mi eternidad», para después sentenciar que «Sé que hay lágrimas largamente preparadas para mi ausencia».
Hoy debo confesar que, después de cada noche de tertulia en La Feria, cuando iba a dejar a Marco a su casa, me bajaba del carro para darnos un abrazo de despedida, y que eso me oprimía el corazón, al presentir que podría ser el último. Y siempre evocaba aquel aserto del grandísimo Julio Cortázar, cuando expresó: «Yo quiero proponerle a usted un abrazo, uno fuerte, duradero, hasta que todo nos duela. Al final será mejor que me duela el cuerpo por quererle, y no que me duela el alma por extrañarle». En efecto, ignorando que sería el definitivo, nos dimos ese abrazo postrimero —eso sí, no muy fuerte, debido a la fragilidad de Marco— el 29 de mayo de 2019, en mi última visita a Turrialba antes de que empezara la ominosa pandemia que tanto luto y dolor ha provocado.
El reencuentro póstumo
Ahora, poco más de tres años y medio después, he retornado a esta querida ciudad, hoy carente de su amado poeta. Lo he hecho para un homenaje póstumo en un rústico y acogedor anfiteatro rodeado de bosque, en el hotel Wagelia Espino Lodge, engastado en las faldas del volcán Turrialba. Gracias a la iniciativa de su dueño, el amigo Walter Coto Molina, así como del restaurante La Feria y la UNED, el sábado 21 de enero concurrimos ahí unos 50 familiares y amigos de Marco para rendirle un tributo, en una tarde espléndida, colmada de sol y luz.
En dicho convivio afectivo varios hicimos remembranzas, otros cantaron lindas e íntimas canciones, y otros más leyeron poemas de Marco. Concluido el acto, y antes de departir en un grato refrigerio, Walter nos llevó a recorrer el bosque aledaño, por un sendero que él bautizó con el nombre Calzada de los Poetas —en cuyos costados algunos rótulos de madera contienen fragmentos de poemas de turrialbeños—, para develar una placa con el nombre de Marco. Así lo hizo, y ahí permanecerá esa lámina, sujetada a un rectilíneo árbol de fosforillo (Dendropanax arboreus), no muy lejos de otro más corpulento, pero de espino blanco (Macrohosseltia macroterantha), que porta la placa correspondiente a Jorge Debravo.
Esos fueron momentos sumamente emotivos, en ese espacio vegetal que, con acierto, Walter describió como «un templo de las almas nobles». Una y otra vez, debí contenerme para no derramar parte del cúmulo de lágrimas que —como lo dijera Manzi— por casi 25 años preparé para la partida y la ausencia de mi entrañable amigo Marco. Ya había vertido bastantes en días previos, al igual que esa mañana, durante la travesía por la pintoresca y fresca ruta de montaña que serpentea por las estribaciones de los volcanes Irazú y Turrialba. Eso sí, por la noche, en la soledad y el silencio de mi habitación, trasmutado en llanto vacié de sopetón el crudo dolor que desde hacía dos semanas afligía mi alma.
Como, debido a un compromiso ineludible, no había podido asistir al funeral de Marco, para completar el círculo me faltaba visitar su tumba, lo cual hice el domingo por la tarde, poco antes de regresar a Heredia. No me fue sencillo localizarla, en ese cementerio de tumbas tan hacinadas y de tan empinado declive, desde el cual se divisa una amplia porción del Valle Sagrado al cual él alude en su poema Soy Marco Aguilar.
Tras casi media hora de buscarla, casi me daba por vencido, pero, por fortuna, pude localizar a un hombre que hacía unos trabajos ahí, quien me llevó a ella con gentileza y prontitud. Le pedí dejarme a solas. Y ya frente a ese nicho aéreo, turbados mi corazón y mi mente, imaginé el féretro que ahí adentro, colocado en posición horizontal, contiene su cuerpo exánime y yerto, tan pleno de humanidad, creatividad y poesía apenas un mes antes. ¡Absurda, torpe e implacable que es la muerte, al truncar de súbito tanta, pero tanta vida!
En soliloquio, empapado mi rostro por las lágrimas que me quedaban para ese reencuentro póstumo, desde lo más hondo de mis agobiados corazón y garganta costó mucho que emergieran las palabras exactas para agradecerle a Marco su prolongada, profunda y cálida amistad, que de tantas y tan gratas maneras enriqueció mi vida. Y le prometí escribir este artículo que, ahora, entre nuevas lágrimas, no me ha sido fácil terminar.
Escrito como prólogo del libro “Obra reunida de Marco Aguilar”,
compilado por Erick Gil Salas, y publicado por la EUNED.*
* Esta reproducción es un homenaje de Luko Hilje para el poeta Marco Aguilar ante su fallecimiento. En la foto de portada Marco Aguilar se aprecia con Lucrecia, hija de Jorge Debravo.
No me siento calificado para hablar sobre la poesía del muy querido amigo y poeta Marco Aguilar, por una razón sencilla: soy científico de formación y no sé de poesía, aunque en una época por afición escribí bastante, y a menudo adquiero poemarios que leo con gusto.
Y, debo decirlo, son muy pocos los poetas y poemas que me conmueven, que tocan profundo las fibras de mi sensibilidad. No digo -presuntuoso sería- que ese sea el único ni el más relevante criterio para juzgar en valor de un poema, pero en mí es lo más importante, como me sucede con la música, la pintura, la escultura y otras de las bellas artes.
Fue por eso que, al ser invitado a escribir unas palabras para esta obra reunida, mi primera reacción fue negarme a hacerlo, justamente por respeto a Marco. ¿Un pobre biólogo metido a crítico de poesía?
Pero, por fortuna, pronto el amigo Erick Gil Salas me aclaró que no se trataba de eso, y que tan solo quería unas palabras mías sobre Marco, por el afecto que siento hacia él y su obra. Y entonces, pues así sí acepté, porque para hablar de su poesía no hay que saber de ésta sino, más que leerla, aspirarla y sentirla como al aire, porque tiene el don de llegar sola, espontánea y fluida hasta los más recónditos intersticios del alma.
Porque Marco tiene la inmensa virtud de insuflar valor poético a lo simple y lo cotidiano, oficiando como una especie de demiurgo que transmuta lo trivial y lo obvio en joyas poéticas. En su poesía no hay rebuscamientos ni nebulosas, sino palabras y conceptos sencillos, entendibles por todos, con las que él construye imágenes y sensaciones que realmente conmueven, provocando un grato regocijo.
Me atrevo a decir que uno puede tomar cualquiera de sus poemas de manera aleatoria y de seguro que las hallará de inmediato. De hecho, lo acabo de hacer y, tras un breve chapuzón en dos de sus poemarios, he extraído estas cuatro hermosas perlas: “No hay nada más terrible que un segundo; / de segundo en segundo nos movemos / acumulando siglos y milenios”, “Es tan manso el maíz y tan humilde / que lo eligieron dios y se apenaba”, “¡Cómo sabe a mujer la ortografía / si me pongo a escribir de Magdalena!”, “Te quiero así no más, sencillamente, / y es tan complejo el rumbo de quererte / que a veces ya no entiendo, de repente / si voy a acariciarte o a morderte”.
Al respecto, creo oportuno relatar una significativa vivencia con un grupo de productores de tomate de Guayabo de Turrialba, con quienes desarrollamos un proyecto hace pocos años. Al concluir éste, en el reverso de la carátula de un cuadernillo con varios panfletos sobre agricultura orgánica y manejo de plagas, decidí incluir su “Canción de Juan”, que inicia así: “Soy un hombre cualquiera que cultiva / su pequeña parcela de tomates. / En mi casa hay chiquillos y petates / y una mujer instándome a que viva”.
Y el día de la clausura del proyecto en el CATIE, antes de entregarles el cuadernillo, se me ocurrió leer el poema. Cuando rematé diciendo “a mí me basta para estar contento, / engañar a los niños con un cuento / y ver muchos tomates en la mesa”, los ojos vidriosos de esos hombres y mujeres -fiel reflejo de sus corazones estremecidos- me revelaron el claro poderío de la palabra de Marco.
Artífice de la palabra, Marco es un excelente contertulio, con quien he compartido decenas de horas de rica conversación en los casi diez años que tenemos de conocernos. Llegué una tarde de algún mes de 1997 al taller de televisión en que labora, con su poemario “El tránsito del sol”, pues quería que me lo autografiara.
Pero lo cierto es que ese era el pretexto para conocer en persona al miembro de la portentosa tríada de iconoclastas -junto con el recordado Jorge Debravo y Laureano Albán- que hace poco más de 40 años creó el Grupo de Turrialba y después estremeció nuestro anodino mundo literario con la refrescante renovación inducida desde el Círculo de Poetas Costarricenses. Por supuesto que desde muchacho conocía muchos de sus poemas, gracias a mi hermano Niko, cuya afición por la poesía lo hacía comprar libros y coleccionar los suplementos culturales dominicales de algunos periódicos.
Y, desde aquella tarde, con esas exageradas humildad y bonhomía que lo caracterizan, forjamos una linda e imperecedera amistad que, lamentablemente, tenemos menos tiempo para cultivar desde que dejé de vivir en Turrialba.
Sin embargo, como voy allá con cierta frecuencia, siempre muy de mañana, varias veces me ha recibido a bocajarro toda la luz del amanecer, desde las alturas del volcán. Y, contemplando ese espléndido valle, me es imposible no evocar a Marco siempre, quien supo decirnos que: “En el valle amanece de repente. / No es igual que en el mar o en la llanura / donde el sol, tan despacio y sin premura / incinera las rutas del oriente. / Llega toda la luz rápidamente / para sorpresa de la noche oscura. / La mañana de aquí nace madura / y el cielo es como de agua transparente”.
¡Bendito territorio de lluvias y aguajes! Pródiga y mágica tierra de la que por alguna razón insondable a menudo brotan poetas, sobre todo en enero (¿verdad Jorge, Laureano, Clarita, Erick y Marco?), quienes han sabido cantar con desenfado y originalidad a la vida, al ser humano y a la maravilla de la creación.
Sí, a esa que se recrea en cada alborada, en la insolente y frenética algarabía de aves prodigiosas, cuando el sol se asoma de súbito desde el Caribe, colmando el cielo de luz y forjando las mañanas más cristalinas jamás imaginadas.
Mencioné en otra ocasión al poeta Santiago Papasquiaro, integrante del movimiento mexicano del infrarrealismo. En realidad, ese era su pseudónimo, que él toma de una pequeña ciudad del estado de Durango.
Infrarrealistas aparte, la ciudad es famosa por haber sido cuna de una familia única, la familia de los Revueltas. Fueron ocho hijos, pero allí nacieron solo los primeros. De esa retahíla, son muy famosos cuatro.
El primero es Silvestre. Muy jovencito, y para huir de la leva obligatoria provocada por la Revolución Mexicana, fue enviado por su padre a Estados Unidos, donde se convirtió en un compositor de renombre. Al volver a México a los 21 años se encontró con el vacío más insultante. Su obra, inspirada en el nacionalismo y basada en las tradiciones populares de su país, pudo permanecer viva solo por obra de un cuñado suyo, alemán de dinero, que promovió lo que nadie quería: la interpretación de sus sinfonías, ballet, piezas de cámara y demás. Hoy Silvestre es considerado uno de los grandes renovadores de nuestra música sinfónica. Murió a los 41 años, en 1940, solo, olvidado, pobre y alcoholizado.
El segundo hermano fue Fermín, un poco menor, que se fue al norte junto con su hermano buscando su sueño de ser pintor. A su regreso se convirtió en uno de los iniciadores del muralismo, con una temática, forma y recursos visuales similares a los de sus contemporáneos Rivera, Orozco y Siqueiros, que siempre lo consideraron un maestro. Fermín murió antes que Silvestre a la edad de 32 víctima del alcoholismo.
Como fue más larga, la vida de José fue más dolorosa. A los 17 años fue llevado a la terrible prisión de La Tres Marías por su rebeldía política. A partir de entonces si vida la pasó entre prisión y presión. En 1968 fue detenido acusado de la rebelión estudiantil y condenado a un cachimbo de años en la tenebrosa prisión de Lecumberri. Fue liberado después de una huelga de hambre que minó irremediablemente su salud. Murió en 1976.
José Revueltas es uno de los grandes escritores de México y Latinoamérica. La colección Archivos de la UNESCO, que escoge a un autor por país (García Monge representa a Costa Rica) lo escogió a él en el puesto de México con su novela “Los días terrenales”.
La cuarta joya es Rosaura, una muchachita de un talento que a todos nos deja con la boca abierta. Sin haber estudiado nunca para actriz, fue elegida para protagoniza la película norteamericana “La sal de la tierra”, basada en la historia de una huelga de mineros chicanos en EE.UU. Esa película se rodó con unos cuantos actores profesionales, pero el resto, en cuenta el actor principal, eran los mismos mineros, la gente del pueblo.
Antes de terminar la filmación, Rosaura y sus amigos fueron detenidos por el FBI. Ella fue deportada, otros terminaron en la cárcel, la película fue prohibida.
Una vez en México, terminaron lo que faltaba de la filmación, así como la edición, de manera clandestina. De contrabando la película fue metida en Estados Unidos, donde causó un inmenso revuelo. Terminó de hecho prohibida. Lo mismo ocurrió en México. Después de múltiples gestiones y campañas de prensa, se logró que un valiente dueño de una sala accediera a proyectarla por cinco días. Nunca más de volvió a poner. Pero la obra se convirtió en un hito mundial. Ganó premios de mejor película y mejor actriz en al festival de Karlovy Vary, uno de los más prestigiosos de esa época, y Rosaura recibió un premio especial de la Academia Cinematográfica de Francia.
Esta obra cosechó un éxito apoteósico en la República Democrática Alemana, donde Rosaura fue recibida como una heroína por las multitudes. Allí conoció de Bertolt Brecht, quien la invitó a trabajar en su teatro, el Berliner Ensamble. Terminó convirtiéndose en actriz principal de esa compañía (ella hablaba alemán perfectamente; lo había aprendido siendo adolescente sola en México) hasta la muerte de Brecht. La película puede verse en Youtube.
Pero en México la cubrió el silencio, el ninguneo, la desaprobación. Nunca más fue invitada a participar en una película y su teatro fue boicoteado. Ella, sin miedo alguno, dedicó sus esfuerzos a otro de sus talentos, la danza, y se convirtió en una de las renovadoras de la danza moderna en su país.
Alguien me hizo el inmenso favor de dejar en una compraventa un ejemplar de libro de Rosaura titulado “Los Revueltas” que es una delicia por todos lo ángulos. Le doy gracias a la vida por ese reglado. (El libro estuvo a la venta de Amazon pero creo que ya se agotó. Inténtenlo).
México lindo y querido, tan solidario con los perseguidos y los desamparados de otras naciones, ¿por qué fuiste tan cruel con estos cuatro genios de tu arte? (En la foto, Rosaura en “La sal de la tierra”).
Arturo Montero Vega nació en Naranjo, provincia de Alajuela, el 23 de setiembre de 1924. Cursó sus estudios primarios en la Escuela central de Naranjo y la Escuela Mauro Fernández y Porfirio Brenes. Hizo sus estudios de Bachillerato en el Liceo de Costa Rica. Ingresó a la Universidad de Costa Rica, donde realiza estudios de Derecho, Filosofía y Letras, hasta el título conducente de Abogado y Notario. La circunstancia histórica donde se inscribe este poeta resulta muy rica y profunda en contradicciones sociales. El 28 de octubre de 2002, se da el deceso del poeta Montero Vega.
Su vasta obra poética, 15 textos publicados, forman el testimonio vivo de su compromiso con la poesía Entre los títulos publicados que nos ofrece el autor, están los siguientes:
– Vesperal. Imprenta Elena, 1951 – Cinco poetas universitarios. Editorial Aurora Social, Ltda.,1952 – Mis tres Rosas Rojas. Editorial Aurora Social, Ltda., 1955 – Poemas de la Revolución. Ediciones Revolución, 1969 – Rosa y Espada. Imprenta Lehmann, 1969 – Le digo al Hombre. Editorial Costa Rica, 1971 – Aquí Están Mis Palabras. Litografía Centauro,1972 – Raíces. Litografía Centauro,1973 – Poemas Escogidos. Editorial Costa Rica, 1975 – Poemas de Ahora y Siempre. Talleres de Impresiones Centauro, S.A., 1975 – Poemas Para Sembrar los Sueños. Editorial Costa Rica,1977 – Poemas Escogidos. (2da Edición). Editorial Costa Rica,1996 – Dos rosas más. Presentado con el pseudónimo de Pablo Presbere (Edit. C.R, 1994). – Patria y Poesía. (Obra póstuma). Editorial EUNED, 2004 – Poesías completas. Computación Laser de Centroamérica, 2006
Su rica producción poética le valió las siguientes distinciones:
Premio del Torneo Cultural Estudiantil Centroamericano. Rama: Poesía. Poema: «Tengo Diez dedos como Diez Sonrisas». 30 de junio de 1952. Premio Escuela de Pedagogía. Poema: «Metamorfosis», 1955. Premio de la Revista de la Unión Internacional de Estudiantes. «Yo tengo un Canto por la Paz del Mundo», julio 1959.
Este último poema fue traducido a todos los idiomas en que se publicaba dicha revista.
Con esos elementos iniciales, Atrevámonos a preguntar a Arturo Montero Vega, que es para él la poesía. En su poema: La poesía, nos dice:
“Desde que yo recuerdo estoy alerta como gacela sorprendida como gorrión hurtándole a la gravedad su sino, sufro por cada palabra en cada verso y deploro cada cosa que se me ha ido” (Montero,2004:49).
La crítica literaria sitúa al poeta Montero Vega, como parte de una «generación». Aunque hablar de generación en tanto categoría real y concreta; no es lo más correcto. No obstante, el mismo Montero lo expresa de la siguiente manera:
» A mis amigos poetas, casi todos de la generacióndel cincuenta: Mario Picado, Carlos Rafael Duveverrán, Alfredo Sancho, Salvador Jiménez, Enrique Mora, Carlos Luis Altamirano, Eunice Odio, Virginia Grüter, Ana Antillón y otros más /…/No cabe duda de que ellos constituyen un períodoglorioso de nuestra poesía y son herederos auténticos de nuestros dos grandes poetas: Carlos LuisSáenz y Julián Marchena» (Montero,1977:7)
Su propia poesía así lo expresa:
¡Y al final de la brega hermano mío, cogerás de la mano a tu Marcos Ramírez, porque entonces habrá nacido la simiente, estarán los campos florecidos, el pan se comerá con el sudor de la frente…” (Montero,1969:44)
Los poetas ubicados, por fecha de nacimiento, entre los años de 1915-1930, que conforman la generación del 50, comparten algunos rasgos comunes Debe tenerse presente que ya para dicho período la situación literaria era muy distinta, porque hasta el mismo vanguardismo europeo había periclitado. Entre algunas de las características más representativas de los poetas d esta generación, podemos leer lo que expresa el autor:
«…Trata del estado de la sociedad o de ciertas desigualdades e injusticias que existen en ella /…/ Estas se refieren a todo un sector o grupo, a varios, o a la totalidad de la sociedad…» (1968: XVI)
Por su parte, Baeza Flores, en su artículo: «El ritmo de las generaciones», (habla de cinco generaciones) nos dice, respecto a la tercera generación, lo siguiente:
«La generación de los nacidos entre 1915 y 1930 es una generación viajera y del compromiso social. (Subrayado nuestro) La integran: Ninfa Santos (1916), Alfredo Cardona Peña (1917), Fabián Dobles (1918), Joaquín Gutiérrez (1918), Victoria Garrón (1920), Eunice Odio (1922), Salvador Jiménez Canossa (1922), Enrique Mora Salas(1923), Alfredo Sancho (1924), Arturo Montero Vega (1924).[…] Me parece que los dos polos de atracción de esta generación son Alfredo Cardona Peña y Mario Picado. El uno está, por su edad, al comienzo de la generación, y el otro está al final» (1978:20).
Carlos Francisco Monge al analizar el período que el denomina: «Las generaciones de vanguardia”, (formado por dos generaciones principales) y cuyo inicio lo ubica en 1940, agrega al respecto:
«La «primera generación» de vanguardia está constituida por los poetas nacidos entre 1917 y 1927, cuya obra inicial apareció hacia 1946. Eunice Odio, Alfredo Sánchez, Arturo Montero Vega, Salvador Jiménez Canossa, Victoria Urbano y Eduardo Jenkins Dobles. La vigencia de esta generación coincide en buena medida con la siguiente, que la sucede casi de modo inmediato. En todo caso se ubica entre 1950 y 1960. Los libros más importantes […] son[…] Vesperal (1950), y Mis tres rosas rojas (1955) de Arturo Montero Vega» (1992:25 y 26).
Pero retomemos aquí al poeta que conmemoramos el día de hoy. Debemos de tener presente, sin embargo, que el lenguaje sencillo, plural, militante y social de Arturo Montero Vega, le da su sello particular, a su creación poética. El poeta Montero Vega, lo refiere así:
«Yo escribo para el hombre. Nunca he escrito para mí mismo. Tal vez por esto, desde mis primeros versos me incliné hacia la poesía social. Durante muchos años he estado solo en mi Patria recogiendo el dolor y el esfuerzo de mi pueblo. Y en este camino he andado en busca de una poesía clara para que mi mensaje pueda ser captado. Lograr una poesía de una alta calidad poética, pero que al mismo tiempo pueda ser leída y comprendida por muchos” (Duverran, 1972:370).
Lo importante de lo citado anteriormente es reconocer que, en la poesía que nos ofrece Arturo Montero, las transformaciones de las sociedades tienen mucho en común. Podríamos decir que la poesía en este poeta está a la par de la sociedad y a la vez, la sociedad se sitúa a la par de la poesía de Montero.
El texto queda definido como una práctica social, que tiene lugar en la base productiva de bienes simbólicos en los que intervienen otras prácticas sociales y a la vez, la legitimidad del texto queda definida por la militancia que asume el poeta como compromiso social. En la poesía la afinidad, la semejanza, en poetas diferentes generacionalmente, puede ocurrir con más frecuencia de lo que uno imagina; y es que, debe tenerse presente, en el imaginario colectivo se entrecruzan miles de marcas y huellas discursivas que hacen lo anterior posible. Leamos los siguientes versos:
“Yo quiero unas manos encendidas y unos ojos del tamaño de lo que tú me pidas, para darle al obrero la mano, la vivienda y la comida, y todo el peso de mis heridas” (Montero,169:49)
Para ir finalizando esta pequeña semblanza. Arturo Montero Vega observa a un sujeto histórico («hombre/mujer») concreto, un miembro de una sociedad específica y perteneciente a una clase social dada. Es un sujeto histórico que procura romper su estado, su situación objetiva mediante el escape de la libertad a la que el poeta adhiere y sobre la cual a través de su poesía ofrece como canal de evasión., y a la vez de construcción. De tal suerte, digamos entonces lo siguiente; el discurso poético de Montero se resuelve a favor de las clases populares. Su narrativa y discurso son enunciación, tiene un entorno que le da existencia, contingencia; por eso su proyecto de escritura privilegia a la voz de las clases contestatarias, al obrero, al proletariado, a las y los campesinos, al intelectual orgánico, a todas y todos ellos les otorga y les da la palabra. En su poesía, lo social y el compromiso político está justamente dicho en el texto, en el discurso, en la palabra sencilla que es parte de la argamasa de esta poesía que no renuncia a las figuras literarias, pero que se hace asequible para un público más amplio. Leemos:
“Dame su mano y dásela al obrero, abre tus ojos al ocaso, y llénate las manos de esas penas y de lagrimas vivas esos ojos” (Montero,1969:54)
A veces sus poemas asumen una visión conceptualista, otras son un proceso de monitoreo que, desde la conciencia del poeta, su conciencia de clase y militante va hacia sus hermanos de conciencia, como él decide llamarlos. Con una simplicidad en sus versos, las ideas se explican de por sí, son suficientemente explícitas, sin elucubraciones abstractas o trampas hermenéuticas. Que mejor para demostrar lo anterior, la lectura de estos versos:
“Mi poesía sencilla como el viento en las ramas como la luz del alba como la Patria Amada” (Montero,2004:25).
El diálogo poético supone un espacio de comunión. Así, por ejemplo, en el poema «Digo», el verbo refiere al concepto AMAR, y a la vez este sustantivo (amor) nos lleva a un sujeto colectivo más amplio, el pueblo, a las grandes mayorías explotadas, ninguneadas y marginadas; a lo que Montero Vega vive y construye como poeta y militante. Ahí radica, sin ninguna duda, la virtud de la poética de Montero Vega.
El movimiento cultural «ERGO» es un proyecto que intenta ayudar con la difusión de cualquier expresión artística sin discriminar a los autores aficionados, tanto en su web como en su revista literaria ERGO.
El pasado 19 de julio el grupo Ergo tuvo la gran oportunidad de presentar a la poeta y escritora Julieta Dobles. La transmisión tuvo una duración de una hora y estuvo cargada de emociones en donde Julieta nos comentó cómo fue que empezó su historia, las cosas que la motivaron a dedicar su vida a la poesía desde muy joven y las adversidades que tuvo que superar como mujer para ser escritora en una época en donde había muy pocas y no eran tomadas en serio.
La transmisión está cargada de muchas anécdotas y de todo el proceso que lleva la creación de un gran poema. Además, Julieta nos honra leyendo algunos de sus mejores poemas y brinda consejos para personas que quieran entrar a este mundo.
Raffaele Giannetti; Primer encuentro de Dante y Beatriz, 1877, (detalle), Newport Museum and Art Gallery (detalle).
El gran amante y su «Divina comedia»
Juan Jaramillo Antillón
Nació en Florencia, al parecer (no se conoce fecha exacta) en mayo de 1265 y falleció en Ravena, en 1321. Su nombre original era Durante di Alighieri, pero desde niño lo calificaron con el diminutivo de Dante (el constante). Escritor, político y poeta. Casado con Gemma Donati cuando tenía 20 años, su matrimonio duro 36 años y tuvo 4 hijos. Su muerte se debió al paludismo.
Es considerado el primer poeta italiano y su obra la Divina comedia una obra maestra de la literatura universal. Con anterioridad había publicado otras obras, entre ellas, El tratado de la monarquía, en donde se mostraba un activo defensor de la unidad italiana y exponía sus ideas políticas. Por esos tiempos, Italia estaba fragmentada en pequeños estados, cada uno incluso con un dialecto. En su tratado pedía la unión de todos los estados en uno solo con Roma como capital y la separación de la Iglesia y el Estado. El criticaba la corrupción del clero en esa época, e incluso la corrupción de más de un papa. Quienes lean la Divina comedia van a notar las críticas contra diversos papas. Dos siglos después, Maquiavelo basó su política en tratar de crear un gran Estado italiano, uniendo a todos los pequeños estados que se pasaban peleando uno con otro, como en los tiempos de Dante.
Él estuvo involucrado en guerras en el conflicto de los güelfos, apoyados por Florencia, Milán, Boloña, etc. y los gibelinos apoyados por Piza, Siena, Módena, etc. Esos nombres tratan de la italianización de los apellidos de dos familias alemanas que se disputaban el poder del Sacro Imperio Germano, la familia Welf (güelfos) que apoyaban al papa en sus luchas contra otros estados italianos, y los Weiblingen (gibelinos) que se oponían al papa y a su dominio de Italia. Esta lucha entre las dos familias germanas, fueron trasladadas a luchas entre las ciudades Estado italianas. Conviene acordarse de que siglos después William Shakespeare, escribió Romeo y Julieta, un drama de amor y odio entre dos familias italianas que se odiaban y hacían la guerra, los capuletos y los montescos.
Habiendo luchado del lado de los florentinos en la batalla de Campaldino en 1289 durante la guerra entre Florencia y Arezzo, salió triunfador con los caballeros florentinos güelfos que apoyaban a la Iglesia y al papa, contra los gibelinos de Arezzo que se oponían al poder del pontífice. Luego los güelfos se dividieron y a él le toco el grupo perdedor y fue exilado.
Aparte de la actividad literaria y política, estudió y se inscribió en el gremio de doctores y farmacéuticos, pero no ejerció. En el año 1300 fue elegido como uno de los seis magistrados más altos de la ciudad de Florencia. Tiempo después, al cambiar la política, fue desterrado de Florencia y nunca volvió, ya que lo perdonaban si el públicamente se declaraba culpable de haber luchado contra la ciudad, lo que nunca aceptó.
Desde la adolescencia se aficionó a la poesía, al parecer eso sucedió debido a que habiendo visto en una calle de la ciudad de Florencia donde ambos residían a la edad de 10 años a una jovencita de su misma edad llamada Beatriz Portinari, se enamoró de ella, y a partir de ese momento (no habían hecho amistad) quiso con sus composiciones poéticas expresarle todo su amor a tan amable y bella mujer, que parecía un ángel divino.
Aunque ocasionalmente la veía, cuando ella cumplió los 18 años ya estaba casada con un abogado. Sin embargo, el tímido sentimiento de niño se transformó en un amor que dominaría toda su vida, pero de tipo espiritual. Dante se casó también a la edad de 20 años. Beatriz murió cuando tenía 25 años. Dante relata que al enterarse lloró hasta agotarse y su único consuelo fue cantarle su amor en la obra poética Comedia, cuyo comienzo es sombrío y su desenlace feliz. Ese amor platónico por Beatriz fue la razón de su poesía e incluso parece de su vida, aunque como indicamos estaba casado. Se relatan varios amoríos con mujeres antes de casarse.
La obra inicialmente calificada como Comedia, es un poema dividido en tres partes, cada parte contiene treinta y tres cantos, donde él dice escribió sobre un amor puro; fue llamada posteriormente debido a su belleza y grandeza la Divina comedia. Las tres partes son: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Sus personajes principales eran el mismo Dante, que personificó al hombre. Beatriz, que personifica la fe, y al poeta Virgilio que personifica la razón.
La búsqueda de Beatriz le dio valor para realizar un fantástico descenso a los abismos infernales. Los diez primeros cantos se refieren a visiones del infierno y los diez siguientes al purgatorio. A través de estos dos primeros, Virgilio, el antiguo poeta latino se ofreció a servirle de guía, a ruego de Beatriz que le confiaba así a su amado. Y los últimos diez, al paraíso, lugar de los bienaventurados y donde moraba su amada Beatriz.
Las principales partes de los versos que la componen se inician cuando al principio se extravía en el camino y se encuentra perdido en una selva oscura, Dante no sabe cómo salió de ella, subió luego a una colina y se encontró con un leopardo que le cerraba el camino, así como un león y una loba de los que huyó. Se dice que el bosque es la representación de sus propios pecados, y los animales representan a la lujuria, el orgullo y la avaricia. Fue salvado de los animales feroces por Virgilio, quien le dijo, por tu bien, sígueme, seré tu guía y te sacaré de este terrible lugar, aunque te conduciré a través del reino eterno donde presenciarás el sufrimiento y suplicio de los culpables, que claman a grandes voces por una segunda muerte. Incluso hay quienes, en medio de las llamas, esperan poder gozar algún día del perdón y de la visión beatífica.
Luego le dijo Virgilio, subiremos al lugar de los espíritus bienaventurados y un alma más digna que yo te protegerá en ese glorioso viaje. Cuando me despida te dejaré junto a ella. Entonces, Dante recuperó el valor y siguió dócilmente al poeta por los penosos caminos de los eternos condenados penetrando hasta el infierno, un enorme cráter en forma de embudo situado debajo de Jerusalén. Pudo apreciar que estaba lleno de condenados y los peores criminales y, en lo más hondo de este abismo, se encontraba el propio Satanás. Sobre las puertas del infierno se lee: «Los que aquí entréis, abandonad toda esperanza».
Dante franqueó el umbral del infierno, ahí vagan los seres inútiles, incapaces de asumir responsabilidad alguna, ni para sí mismos, ni para los demás.
Después, en la barca del temible Caronte, atravesó con Virgilio el primer círculo donde están los niños sin bautismo, los sabios y filósofos de la antigüedad: Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles, Avicena y muchos otros, no condenados a penas eternas; no sufren, pero ahí están situados debido a que no pudieron recibir el bautismo en vida.
En el segundo círculo están los pecadores carnales, los torturadores, los mentirosos, los herejes, blasfemos y glotones, sumergidos en un charco hediondo. En una caverna muy profunda están los traidores más grandes: Judas Iscariote, Bruto y Casio.
Abandonaron esa oscuridad y llegaron al monte de la purificación, el purgatorio, donde los seres humanos soportan castigo, pero serán perdonados.
De ahí pasamos al paraíso terrestre de Adán y Eva, donde está Beatriz transfigurada pero situada al otro lado de un río que debía aún cruzar.
Como se apreció, el poema detalla un viaje a través de los infiernos para obtener Dante su arrepentimiento y purificarse de sus propios pecados.
La Divina comedia es, a la vez, el drama que se desarrolla en el alma de él y es también el drama de la humanidad vista por un católico. Solamente cuando se arrepintió de sus pecados logró que lo transportaran al otro lado del río para reunirse con Beatriz, y de su mano voló al lugar de los bienaventurados y pudo contemplar al mismo Dios, quien le concedió el poder trasmitir a la posteridad un destello de su gloria.
Notas
Alighieri, D. (1990). Obras completas. Madrid, España: Ediciones Cátedra. Gonzáles, I. (1986). Antología de la literatura italiana. Barcelona, España: Ed. Ariel. Petronio, G. (1990). Historia de la literatura italiana. Madrid, España: Editorial Cátedra. Winthrop, W. (2006). Dante Alighieri. Nueva York, EE. UU.: Cornell University Press. Wikipedia enciclopedia. (2009). Dante Alighieri.
Elel mu kechi malal! Kalli amulepe ñi ko Elel mu kechi malal!
wiño petu ñi kuyfimogen Feypi Willi Kvrvf ñi Pvllv. mogeley tati iñchiñ ñi kom pu che, ñi ou wenvy: mulfen ñi mogen La Luna es el ave que va alumbrando mis palabras su canto memoria del Sol sobre mis aguas Fui Fui, Kaallv Pewma ñi Kuyfikeche, feypimeken Iñche tati kvpan zugual mi Piwke mu mi kelluafiel ñi wewal tañi pu kayñe Que mis raudales sigan que vuelva en flor la vida libre espíritu del viento respiro de llovizna ¿se quedará sin sombra el valle en que florece el pensamiento, el aire que sembramos? Somos danza del amor cuando amanece.
¿Quién es Elicura Chihuailaf?
Es un poeta, escritor y traductor Mapuche, uno de los grandes referentes en la poesía contemporánea chilena. Nació en la provincia de Cautín con el Mapudungun como lengua materna, obstetra de profesión por la Universidad de Concepción, pero dedicado a las letras desde la misma década de 1970. Es parte de la llamada “generación dispersa”, un grupo de escritores y poetas surgidos en el contexto de la dictadura, que se vieron forzados a migrar dentro o fuera de Chile, por tanto, Chihuailaf es una de las voces críticas más representativas frente al Estado chileno.
En el 2020 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile.
Entrevista a Dionisio Cabal, realizada por Erika Henchoz/ Fotografía: Alba Solà Pagès (+Cultura)
Esta entrevista se realizó el 26 de noviembre de 2012.
Del distinguido abedul, conocido también como el árbol de la sabiduría, extraemos la savia sabia, por lo demás dulce, de un artista consecuente con su vida y con su obra, incólume a pesar de la -a veces – desidia oficial. Un artista que se ha abierto camino por más de 50 años en nuestro medio cultural.
Dionisio Cabal Antillón es un cantautor costarricense, nacido un 13 de agosto de 1954; compositor, poeta, investigador, promotor cultural y activista político. Un renacentista.
De su savia, da vida y vitalidad a su íntegro concepto de la conciencia social. Aquí, algunas de sus improntas que deja al final de la entrevista:
De la gigante Emilia Prieto dice: Fue ella quien me puso claridad en la cabeza y rumbo en los pies para que pudiera descubrir con gozoso asombro la identidad poético musical.
La primera sensación de estar frente a un buen poema me la da la piel, algo eclosiona en ella cuando unos versos me conmueven, me cambia el ritmo de la respiración, se me corta la voz.
De ideas propias, poco o nada proclive a cambiarlas. Le gusta debatir, pero quien le refute debe hacerlo con mucha propiedad, del tema que sea, pues Dionisio es suficientemente docto. Quienes le conocemos sabemos que es duro en el combate intelectual, consecuente como pocos; puede lucir distante o fuerte contra sus contendientes, aunque al mismo tiempo resulte jovial y dicharachero.
Su mirada, teñida a leguas por las tonalidades del océano, conoce de las profundidades del alma; de mareas altas y bajas.
Hijo de poetas, salió poeta.
Al final de la entrevista, se estrenan en vídeo dos de sus composiciones más emblemáticas. La primera es ‘A Fabián’ (Fabián Dobles), y la segunda ‘Oh Musa impertérrita’, dedicada a la recordada Yolanda Oreamuno. Un homenaje a dos grandes figuras de las letras nacionales.
EH- ¿Cómo nace su relación música-literatura, ¿cómo se origina y qué representa en su vida personal y profesional?
DC- La literatura llegó a mí mucho antes de que yo llegara al banquillo escolar. A mis cuatro años mi abuela Daysi Montealegre me inició en la literatura oral, cosa al parecer muy común en la Costarrica de antaño, tal como cumplía a un pueblo auténtico en donde era normal la transmisión de cuentos y leyendas de boca a oído. Me parece importante decirlo. La cuentística silvestre, cimarrona, amañada por el gusto y el sentimiento popular fue puesta en mi horizonte por aquella amada mujer que me presentó a Uvieta, a Pedro Urdemales, a Los Compadres Güechos, La Cucarachita Mandinga y al mismísimo Tío Conejo con aquel pareado que me hacía reventar de risa: “adiós Coyote culo quemao, por amigo de ser casao”.
Los cuentos que no me contó mi abuela me los contó Chepa, una barveña que ya para entonces tenía todas las arrugas del mundo y liaba sus propios cigarros con tabaco comprado en el Mercado Borbón. Luego, cuando supe leer conocí las versiones de Carmen Lyra. Tengo un imborrable recuerdo de mi madre, leyéndome, durante varias noches, antes de dormir, los tremendistas y maravillosos Cuentosdelaselva, de Horacio Quiroga. Hoy, la sensiblería barata de algunos psico-pedagogos les hace decir que tales lecturas no son convenientes para un infante. A los cinco años yo tal vez hacía un trazo parecido a una letra, entonces, sin saber que la cosa me venía de respirar la densa atmósfera de la poesía de mis padres (Ana Antillón y Antidio Cabal), yo inventaba poemas que mi madre copiaba, por ahí anda uno en papel sobreviviente que comienza diciendo “Un credito (pequeño credo) fue el marciano que a las nubes fue a parar…” de donde podía inferirse que el nihilismo nunca iba a ser mi fuerte.
Después me tocó ir a la escuela, con maestras de verdad costarricenses, normalistas con hálito de Omar Dengo. Rememoro la Escuela Nueva Laboratorio de la U.C.R -recién inaugurada-, y dos maestras, la gran actriz Ana Poltronieri que infundía miedo con su vozarrón virtuosamente histriónico y la niña Emma Gamboa. Recuerdo que después de un paseo a la Fosforera Nacional, en Heredia, se asignó a cada quien hacer una composición sobre lo relevante del caso. Fui entonces objeto de la primera crítica literaria de mi vida, por cierto despiadada, la niña Poltronieri tomó mi texto para ejemplificar sobre el vicio del “queismo”. Cada cuatro palabras enlazaban imágenes, frases y verbos con el “que” a guisa de conjunción. Me sentí humillado, sobra decir, pero algún provecho saqué a la lección y hoy siento gratitud. Pero también por compensación inefable me susurra en la memoria la voz de la niña Emma, leyendo al final de cada día de clase el Pinocho de Collodi, en medio de un silencio absoluto que de pronto era roto por risas o exclamaciones de asombro. ¡Que belleza! Todavía no estábamos contaminados por la prostitución de las grandes obras de la literatura infantil universal, a cargo de Walt Disney.
Fue en 1963, cuando con mi hermana Ana Lucía llegué a Caracas a vivir junto a mi padre y su segunda esposa, la poeta Mayra Jiménez, cuando la literatura entró a mi vida de forma total. Nunca tuvimos aparato de televisión, sabiamente mi padre la vetó, pero a cambio disponíamos de una biblioteca fabulosa de miles de ejemplares escogidos. A pesar de la estrechez económica, raro era el mes que Antidio y Mayra no llegaban con uno o dos libros para nosotros. Así fuimos iniciados de forma envidiable en la gran literatura del mundo, cuento, novela incluso breves ensayos, de todas las procedencias imaginables. La poesía no fue la excepción. Mayra tomaba un cuaderno y a manera de títulos sugestivos escribía diez o doce imágenes, a partir de tal impulso escribíamos-describíamos cuanto nos vibraba entre corazón y cerebro. Posteriormente leíamos y comentábamos lo escrito. Muy tempranamente nuestra sensibilidad fue tañida por Lorca, Juan Ramón, Lope, Machado, Hernández y Darío. En esa época, maravillosa y dura, fui iniciado en la lectura de las literaturas mágicas, cuentos maravillosos, de hadas, sagas y epopeyas de los pueblos de las cinco partes del globo. Ese bagaje no se compra en ninguna academia.
En cuanto a la música, es moneda corriente escuchar que se hereda por predisposición genética, porque quien no hereda un buen oído musical, afinado, no tiene nada que hacer, la voz es súbdita del oído. No puedo presumir de tener un gran oído, pero me defiendo. Mi abuelo Antidio Cabal Fernández, asturiano de cepa, tenía tan bella voz que la gente lo detenía en la calle: “Antidio, cántenos”, le decían y él no pocas veces entonaba con su diáfana voz alguna vaqueirao canto de arrieros diríamos aquí, que son particularmente lucidas cuando las canta alguien que, como mi abuelo Antidio, poseía un buen vibrato. De sus labios aprendí canciones de la guerra civil española. Quedaron tatuadas con fuego de amor y dolor y me rondan siempre, inevitables.
Por la otra parte, una de mis bisabuelas maternas, doña Eva Castro, tocaba muy bien el piano y la mandolina y cantaba. Siendo novia de mi bisabuelo Juan Antillón, cuando éste partió un día hacia el Guanacaste, en aquellos tiempos, albores del siglo XX, sin verdaderos caminos, un viaje azarozo, ella, que no podía dormir de congoja le escribió una canción que he logrado conservar transmitida por mi abuela materna Daysi, nuera de don Juan y doña Eva.
Mi abuelo Francisco Antillón tocaba piano, igual que su hermana, mi tía abuela Haydée que gustaba ejecutar Schubert y Chopin. En mi infancia recuerdo a Marina, hija de Chepa la barveña, cantar alabados, a mi madre cantando “el Diablo se fue a pasear y le dieron chocolate” e incluso hacer falsete cantando La Malagueña, canción mexicana. Luego, durante mi estadía en Venezuela, el asunto se acrecentó, como es obvio. Con mi padre me asomé a la música española, al cante hondo, al jazz, a Luis Armstrong, Benny Goodman, a los boleros de Los Panchos, al maravilloso Mozart y su gran fuerza solar -sin duda lo más grande que ha producido el talento musical de la humanidad, me perdonen Beethoven, Bach y Wagner-.
Mi padre no era sordo musical mas no cantaba “ni los pollitos” aunque a veces pienso que él creía lo contrario y nos daba la lata. Lo que sí hacía -digamos que aceptablemente- era bailar mambo. Admiraba a Pérez Prado. Por su parte Mayra cantaba algunos boleros y tangos, canciones populares y patrióticas de Costarrica y, muy importante, fragmentos de poemas de Rubén Darío, que había aprendido de su madre doña Blanca Rodríguez, herediana raigal. Valga el paréntesis para decir que en Nicaragua nunca tuvieron y posiblemente nunca tengan noción de la admiración patente que el pueblo tico ha rendido a este gran poeta, hermano de nuestro gran Aquileo Echeverría.
Venezuela me abrió su mundo musical, que, sin exagerar, supera con creces al cubano, lo cual es mucho decir. Sus variedades rítmicas, melódicas, tonales, los tópicos líricos, épicos, zumbones, su impresionante organología, la calidad de sus letras, de su lirismo popular vertido en versos que se pasean por todas las formas estróficas conocidas y que solamente México puede igualar o vencer.
La música temporaria de Navidad o de faenas, de fiestas, parrandas y carnavales, sus intérpretes tan completos, lo anónimo, lo culto, lo popular.
Toda Venezuela es cada día un inmenso pentagrama vital, donde la música se respira. Me marcó, me enfermó, me definió. El amor y el respeto por lo propio en el campo musical que ostentan los venezolanos no tienen parangón. Luego la suerte me permitió conocer en persona a Soledad Bravo, a Alí Primera e incluso -en una visita que hizo al Liceo Andrés Bello- al argentino José Piero. Ellos fueron ejemplos nada abstractos en el momento en que di mis primeros pasos.
Al regresar a Costarrica en noviembre de 1969 me aguardaban asuntos determinantes. La huelga contra la ALCOA en abril de 1970, en donde balbuceé parodias de las canciones españolas de mi abuelo. El periodista Luis Fernando Mata Araya y mi compañero de estudios secundarios, Luis Alberto Azofeifa, con quienes fundé el grupo Gente en 1971, primer grupo de Nueva Canción Costarricense. Mi entrañable amiga y maestra, Emilia Prieto a quien conocí a finales de 1973 o principios de 1974, durante la campaña electoral del Partido Acción Socialista, el famoso PASO de don Marcial Aguiluz Orellana, fue ella quien me puso claridad en la cabeza y rumbo en los pies para que pudiera descubrir con gozoso asombro la identidad poético musical de la Meseta Central y los veneros de la historia de las culturas populares, materia a la que he dedicado prolongados tiempos e ingentes esfuerzos.
Jamás imaginé que llegaría a ser eso que llaman cantautor y mucho menos cantante, pero heme aquí, casi 40 años después, sin soltar la guitarra ni el agobio de las urgencias y premuras que nos mueven a cantar lo que cantamos. Hoy no puedo imaginarme sin cantar, sin escribir, sin beber agua. De tal manera, música y literatura, sin ser yo excelso en ninguna, son mi adarga y mi espada. Quiero creer que con ellos me muevo, a lomos del humanismo. Que me llamen artista profesional es como si me llamasen obrero o soñador de profesión. Sueño y hago, hago y sueño.
EH- ¿Cómo explicar la influencia que ejercen sus padres-poetas en su vida?
DC- Definitiva. Por muy lejos que yo crea que alcanzo, individualmente, nunca logro ir más allá del jardín, por demás denso y extenso que delimitaron mis padres alguna vez. Es curioso, porque como padres los perdí a ambos en mi más temprana niñez. Niño me hizo mi abuela, y redondamente feliz, desde mi primer año y hasta los cinco. Me crió ella mientras Ana y Antidio vivían otro mundo y otra casa para poder dedicarse a tiempo completo a la poesía. Lo mismo ocurrió con mi hermana Ana Lucía.
Así que la gran poesía de mis padres tuvo el auspicio de la incondicional solidaridad de mi abuela materna. Luego los recuperé, por separado y en distintas épocas. Ya iba a la escuela y hasta me sabía el Credo cuando llegué al mundo “antidiano”, estaba ubicado en una ciudad semi neurótica, llamada Caracas, por entonces con millón y medio de habitantes, muy lejos de los potreros, pozas y cafetales de nuestra inefable Costarrica de los sesentas, aquella donde, como dice mi padre, las vacas cruzaban la avenida central de San José pasando frente a Chelles.
En cuanto a mi padre, debo decir que conforme fui conociendo su sapiencia, su cultura enciclopédica, su discurrir y transcurrir en la cotidianeidad, su coherencia entre el pensar y el actuar, me hizo imposible, natural, endiosarlo. Y de verdad fue mi Dios. Hubo tanto amor como admiración de mi parte, aunque era un burro en pedagogía. Estricto en grado sumo, trasladó a nuestra convivencia los efectos del rigor vivido durante la guerra civil, era evidente. Y a su manera, pura y dura, templó mi carácter. Como resultado, a los catorce años me fui de la casa. Por aquello de no ser yo menos español que él. Si se entiende. Lo amé con pasión cada día de su existencia, pero, calcando su modo de ser, nunca fui bueno para mercadear afectos.
Después de siete meses en la calle, de donde me sacó la policía para ponerme en manos de Mayra, volví a Costarrica en un vuelo con pausa en Panamá, en el bolsillo izquierdo un ejemplar de “El coronel no tiene quien le escriba” y en el bolsillo derecho el pasaporte al mítico paraíso de las bucólicas ensoñaciones. Tenía quince años cumplidos. Ya en Costarrica enfrenté a mi madre, si es que vale usarse ese vocablo que puede inducir a error. Enfrenté su actitud de palmera ante los vientos, su suavidad pertinaz capaz de horadar una roca de forma imperceptible, su generosidad sin límite, su cultísimo culto al esoterismo, su sentimiento de culpa por tantos años de distancia de sus hijos mayores.
Durante mi estancia en Venezuela, llegué a sublimar la imagen de mi madre biológica. La puse, como diría cualquier campesino meseteño, muy, pero muy en alto. Justo allí donde ningún epíteto la alcanzaba, la imaginaba rodeada de un coro de pariguales: Sor Juana, Góngora, Lope, Garcilaso, Mistral, Ibarbourú. La idealicé y construí en mi mente un espacio donde visitarla. A ella acudía para consolarme en la distancia, a pesar de que mi correspondencia sufría censura previa. Le escribía poemas que aludían a su condición de potencia etérea que desde lo insondable protegía mi ser. Por supuesto, me costó mucho bajarla de ahí, no sé si lo he logrado, todavía en estos días cuando la abrazo, debo luchar contra la sensación de tener entre mis brazos a una mezcla de Santa Bernardita y Teresa de Ávila.
Rescato de ambos el que nunca me hablaron mal el uno del otro. Mi padre decía que mi madre debía tener algún desajuste químico entendido como amable variante de la naturaleza respecto de los demás seres, para poder entender cómo escribir como escribía, le parecía imposible que alguien tan de natural escribiese de la manera en que ella lo hacía, desde los dieciséis años, en un mundo literario como el de la Costarrica de entonces. Repetía con frecuencia una anécdota, cuando José Coronel Urtecho le dijo: “Anita, no me diga que su poesía gusta en Costarrica” y ella “No, para nada” y él concluyó “Me habría extrañado mucho lo contrario”, y así al tiempo que Laureano Albán se mofaba de la poética de mi madre, los poetas de Nicaragua decidieron regalarle el río San Juan.
Y aquí, nobleza obliga, también está, claramente perfilada, la imagen de Mayra Jiménez, que sudó mis fiebres, firmó mis cuadernos escolares, y bailó un son difícil de llevar en la escasés material, mientras se comprometía con las luchas sociales, con su carrera de literatura y con el riguroso empeño de aprender a desbastar el verso. Ciertamente Mayra se hizo poeta trabajando en el irrepetible taller de Antidio, y de allí fueron saliendo, en las noches caraqueñas, sus primeros libros, Los trabajos del sol, Volumnia, Carta al padre, y supimos que ella era ella y que era poeta, mujer y revolucionaria. Mayra, siempre elegante, coqueta incluso, como aquellas jóvenes maestras de la Normal, serias, calificadas y a la vez tan enamoradas de la vida y del amor, Mayra con su escenografía de volutas de humo de cigarrillo, también fue mi madre-poeta, mi poeta-madre.
Como consecuencia de intentar ser objetivo con el mundo de la poesía, que, al cabo es el mundo mismo, nunca he publicado poesía mía, que escribo desde los ocho años, porque a nada le tengo más respeto en la vida que a la poesía, y si uno no tiene calidad, si uno solo va a ser un repetidor, un pajarito más, lo mejor es no publicar. Me causa estupor ver tanto petimetre auto consagrado “poeta” a los veinte años, como si Rimbaud naciera todas las semanas.
La primera sensación que tengo al estar frente a un buen poema me la da la piel. Algo eclosiona y pareciera romperla. Cuando unos versos me conmueven, me cambia el ritmo de la respiración, se me corta la voz, releo para gratificarme en la misma sensación. Puedo llorar y reír de emoción cuando me siento enlazado por la belleza y la inteligencia de un poema cierto. Comparto con Francisco Umbral la idea de que, si bien Cervantes es el más importante autor de la lengua española, Quevedo es el mejor. No obstante, es Lope de Vega, redescubierto a mis cincuenta años, quien logra abrirme la boca con los gestos del asombro. Quevedo es absolutamente genial, pero hay veinte poemas de Lope que son hueso irreductible de la gran poesía española del Siglo de Oro.
Mis padres-poetas, mis poetas-padres me privilegiaron para que no viese la poesía desde los balcones. Para embarrialarme con ella. Poder entender que la subjetividad, viento que impulsa el barco de la estética, también es herramienta para entender-nos, afirmar-nos y construir-nos. Es la intelección que el corazón tiene en relación con la materia, sin lo cual, la vida no tendría sentido y lo humano sería una vulgar charada.
EH- Dionisio, ¿cuál es el poeta más cercano a usted (de cabecera), y por qué?
DC- Aunque reconozco que Miguel Hernández me resulta absolutamente imprescindible, no tengo un poeta de cabecera, tal vez sí una cabecera de poetas. La poesía es una, digamos, la buena, que es la única que cuenta. Nos ladra, nos canta, nos grita, nos pule, nos hiere, nos fragua. En ese sentido tengo tal vez unos cincuenta libros de poesía por cabecera, y de cada libro algunos poemas, Maiakovski, Evtuchenko, Sor Juana, Guillén, Martí, Quevedo, Homero Aridjis, Dulce María Loynaz, Eunice Odio, Blas de Otero, Nazim Hikmet, El Eclesiastés y el Cantar de los cantares, Nicanor Parra, todos los de Nicaragua, Dalton, Safo, Píndaro, Marcial, Leopold Senghor, Bécquer, Lope de Vega, Baudelaire, Whitman, Emily Dickinson, Pound, Ginsberg. William Charles William, Robert Frost, Sandburg, Bob Dylan, Nervo, Storni, Petrarca, Benedetti, Neruda, Vallejo, Lorca, Hernández, John Keats, Blake, Milton, Machado, Gabriel Celaya, Virgilio y Horacio, Rilke, Aquiles Nazoa, Alberti y dejemos la lista hasta aquí.
Hay algunos poetas como Nervo, Neruda y Huidobro, por ejemplo, a los que mi padre les hacía “mala prensa” por razones distintas, más de él aprendí que justamente había que leerlos porque es saludable entender lo que tienen de objetables, la cursilería de Nervo, la inconsecuente relación estético-ideológica de Neruda o la absurda dialéctica del creacionismo de Huidobro.
Amado Nervo, por Fernando Lezama
No puedo dejar de apuntar, tampoco creo que deba justificarme si digo que el libro más importante que leído en los últimos cuarenta años se llama Campo Nublo, de Antidio Cabal. Estoy seguro de que, en años venideros, tal cual empieza a ocurrir, los más calificados poetas, críticos y estudiosos corroboraran mi aserto. De alguna manera sería injusto que yo me abstuviese de opinar sobre el poeta, solamente porque resulta ser mi padre.
He musicalizado decenas de poemas, pero me falta publicar una buena antología de poetas costarricenses. Ana Istarú, Alfonso Chase, Eunice Odio, Arturo Echeverría, Adilio Gutiérrez, Isaac Felipe Azofeifa, Carlos Rafael Duverrán, Mayra Jiménez y obviamente Debravo a quienes algunos consideran el mejor poeta de Costarrica tal vez por lo que tiene de enunciativo en lo social. Pero uno nunca sabe cuál poeta planetario te va a tumbar la puerta del pecho, inesperadamente, y de pronto se te meta entre las cuerdas de la guitarra.
DC- Aunque Machado es de la llamada Generación del 98 ( siglo XIX), por arte de birlibirloque en la conciencia de la corriente poética contemporánea lo tenemos integrado a un movimiento posterior, la llamada Generación del 27, que nos ha marcado superlativamente a quienes nos dedicamos a esto de cantar de vez en cuando la gran poesía; tal vez, Lorca, Hernández, León Felipe y Alberti, nos llaman con fuerza conmovedora porque su destino individual estuvo dramáticamente ligado al gran trauma del principio de la entronización del fascismo en Europa, mismo al que estos poetas se opusieron de manera militante y radical, y justamente esto incluye a Machado de quien parafraseando a Celaya podríamos decir “tomó partido hasta mancharse” y así fue, manchó su prosa y sus versos en defensa apasionada de la República Española, para finalmente morir exilado en Francia en 1939. La campana de la poesía española enfrentando los bordes de la bestialidad resonó en todo el orbe y particularmente en nuestra América.
Y a mí me tocó en herencia algo de ese espíritu y de esa impronta dolorosa del destino de España porque de ese mundo emergieron directamente mi abuelo y mi padre, Antidios ambos, el primero huyendo de la condena a muerte y el segundo del servicio militar franquista que resultaba oprobioso para las conciencias lúcidas y libérrimas como las de Antidio Cabal. Eso puede explicar esa identificación mía con esa poesía.
EH-Dionisio,¿quérepresentaFabiánDoblesensurepertorio? ¿Ese poema-canción cuándo y en qué contexto lo escribió?
DC- Fabián Dobles es quien más me ha inspirado en la búsqueda de lo costarricense. Solamente Emilia Prieto ha tenido en mi trabajo una influencia tan directa. La búsqueda del lenguaje, la semblanza psíquica del ser idiosincrásico (don Luis Barahona lo llamaba el gran incógnito) costarricense, la visión socio histórica del desarrollo de la comunidad costarricense como entidad cultural cohesionada en el mestizaje, la proximidad ideológica más allá de la prédica a favor del socialismo. Fue además de mi maestro, como lo fue de tantos, mi amigo y tuve la alegría de que me compartiera exquisiteces de su pensamiento. Cuando murió, por cierto, asumiendo la hora de la partida con una entereza pasmosa, le lloré a mi manera, escribiéndole una canción que lo proyectara en su grandeza de costarricense, literato y libre soñador.
DC- Diríase mejor los nuevos lotes de escritores y poetas. Pues la verdad, no mucho, algunos nombres me suenan con más fuerza que sus poemas o sus cuentos y novelas. En estos tiempos uno no puede confiarse porque se maneja mejor el mercadeo que la disciplina sobre el papel. En la poesía hay quien escribe un libro por mes o tres por año, eso no es malo, lo malo es que los publican, ya como libro, ya como recital. Es agobiante tanta pirotecnia de ingeniosidad verbal, tanto tono calculadamente iconoclasta y pseudo irreverente. En la novela hay más seriedad y logros, Rodrigo Soto, Dorelia Barahona, Fernando Contreras, Alexander Obando, Carlos Cortés, y un importante etcétera.
EH- ¿Qué proyectos tiene en mente realizar, donde la literatura esté en medio?
DC- Bueno, seré atrevido, en 1986 inicié una novela que creo puedo atreverme a publicar, han pasado sobradamente más de los siete años que el gran poeta latino recomendaba como tiempo de reposo para una obra antes de darla al público. También publicaré una novela que no es exactamente para niños, sino más bien una “novela de niño”, la escribí a los 12 años de edad. Me la encontré y me pareció rescatable, no tocaré una sola palabra y depositaré el original (escrito a mano, con lápiz de grafito en un cuaderno empastado), en la Biblioteca Nacional o donde corresponda.
Estoy en vísperas de dar a conocer la obra del compositor campesino Evelio Granados, de Soledades de Sabanas de Acosta, el disco lleva por título “Evelio Granados, la nueva lírica campesina”, todo un hallazgo según mi entender. Publicaré también la obra casi completa del ramonense Carlos Alfaro Solano, el poeta popular más importante de nuestro país desde Aquileo Echeverría hasta hoy, y cuya obra por cierto tiene un estilo nada en común con las concherías. Publicaré el cuarto tomo de la Colección Emilia Prieto, dedicado al estudio de las retahilas. Pero lo más importante por ahora es un gran homenaje al poeta Antidio Cabal, cuya muerte pasó inadvertida para los medios de prensa costarricense pero no para miles de personas que desde distintas partes del mundo siguen haciendo sus manifestaciones afectuosas.
EH- ¿Dionisio, ¿cómo nace el hecho de unir su mundo literario con la música? ¿cómo cataloga esto que Usted hace y convoca lo mejor de las personas?, ¿qué peso encuentra al unir poesía, lírica, literatura, con música?
DC- Luis Fernando Mata encontró en casa de su novia -que era hermana de mi novia de entonces- unos poemas míos. Sin conocerme casi, se acercó a decirme que él era músico y que aquello le parecía excelente para ser cantado… así empezó… o, mejor dicho, así empecé… empezamos. Entonces decidí cantar, ya marcado por el llamado Nuevo Canto que despertaba con gran fuerza en América Latina, porque creía útil la posibilidad de poder comunicar mi rebeldía en forma de ideas y emociones.
Soy hijo de iconoclastas y formal heredero de muchas luchas cabales y antillones. Me atrae la acción justiciera tanto como la belleza de un hecho estético; creo como Martí en la hora de pedirle peso a la prosa y condición al verso; creo como Alí Primera que un verdadero artista no puede convertirse en comediante de su propio espíritu; creo como Brecht que toda voz genial viene del pueblo, del colectivo y que alguien la asume y sintetiza; creo como Gramsci que debe desterrarse la idea de que el arte es un accesorio de la vida; creo como Silvio Rodríguez que se debe tener claridad en el modo de proceder con todos y cada quien. Por eso canto lo que canto, y no canto para ser cantante. Soy continuador, emulador, seguidor de quienes uniendo la poesía y la música encuentran ocasión de impulsar a los seres humanos a humanizarse realmente en la búsqueda del bien, la belleza y la justicia. Y ello implica la rebelión ante lo injusto y la proclamación de la alegría ante lo bueno y lo bello -que según Platón se contienen el uno al otro-.
A FABIÁN:
OH MUSA IMPERTÉRRITA:
Erika Henchoz es periodista; productora, gestora y difusora cultural. Trabajó para la Editorial Costa Rica y la Editorial Universitaria Centroamericana, EDUCA, en los años ochenta y noventa. Redactora para la Tribuna Económica y el Semanario UNIVERSIDAD; además de colaboradora en otros medios de comunicación impresos y digitales. Actualmente trabaja en la Universidad de Costa Rica.