De Palestina para Costa Rica y de Costa Rica para Palestina. El Doctor SASA

Rafael Ángel Sánchez

En el presente escenario mundial de condena a los regímenes de Israel-EEUU así como a sus cómplices de aquí y de allá por su actual genocidio de la Nación Palestina, hemos vivido la más reciente fecha de un 29 de noviembre; la cual, hace 46 años fue declarada como Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo de Palestina por parte de las Organización de las Naciones Unidas. Un día para como bien se ha dicho, conmemorar mundialmente la causa nacional más universal. En nuestro caso, a pesar de la Costa Rica pacífica y democrática donde cada vez más personas duermen o prefieren “ver para el ciprés”. Un inmoral silencio de complicidad extendido hasta los niveles oficiales e inclusive académicos. Pero dichosamente en este país, todavía existen costarricenses que, como dijera Simón Bolívar, desafiando escollos hasta de instancias públicas persiguen “preservar su honor intacto”; y quienes con sus acciones han dicho presente. Es el caso del Colectivo denominado Red de Solidaridad con Palestina, cuyos integrantes convocaron y llevaron a cabo un concurrido, solemne y hermoso evento, no sólo por lo que representa y conmemoró, sino también porque tuvo como fondo, honrar la memoria y obra de un palestino-costarricense de profundas convicciones y coraje:

El doctor ABDULFATAH SASA MAHMOUD, quien según el Registro Civil nació en Palestina un 28 de agosto del año 1940, y lo decimos nosotros, el amor no sólo lo trajo a Costa Rica, sino que, con la naturalización como costarricense al contraer nupcias con la profesora y escritora Flora Eugenia Marín Guzmán, dieron origen a la familia de su vida. A la vez, como gran profesional y persona íntegra que fue, contribuyó sin descanso en el campo de las ciencias médicas de este país como médico cirujano, obstetra, ginecólogo y de la medicina laboral. Sólo Imaginemos, durante décadas cuántas madres asistidas y niños vieron la luz de este mundo por primera vez con el apoyo de sus conocimientos y devoción. Pero no fue sólo ésta importantísima área de la salud su ocupación profesional, también nuestra cultura recibió sus aportes como profesor de cultura y lengua árabe en la Escuela de Lenguas modernas de la Universidad de Costa Rica; y en tiempo extra, con incansable energía no desaprovechó espacios en los que, con base en su amplio conocimiento por sus vivencias e incesante estudio, se le invitara a exponer sobre la heroica lucha del pueblo palestino y su contexto geopolítico. Por lo tanto, es innegable que también en este país ayudó a enriquecer nuestra visión de mundo.

Durante la segunda mitad de los años 70 del siglo anterior, gracias a mi vida laboral como empleado en el Hospital San Juan de Dios, tuve la dicha de conocer a este gran hombre quien ahí trabajaba, y de conservar su gratitud por siempre, pues cada encuentro nunca dejó de ser motivo de un saludo cargado de afecto y alegría. Obviamente esa era su virtud en el trato a los demás y sin duda alguna, una razón del por qué, gozaba de singular simpatía, el cariño y la admiración del personal hospitalario. La imagen que mejor recuerdo de él en su desempeño la describo así:

El emblemático y también Patrimonio Arquitectónico de Costa Rica desde el año 1994 Hospital San Juan de Dios, con excepción de los edificios conocidos como de medicina y al menos en esos tiempos, poseía una infraestructura mayoritaria de tres niveles, en el primero y con frente al paseo Colón, estaba ubicado el servicio de emergencias, y en el tercero, a una considerable distancia y ubicación opuesta, casi frente a la avenida segunda, se localizaba la sala de partos. A la entrada a esta sala, había una oficina desde donde los encargados de atenderla debíamos confeccionar el ingreso administrativo de las madres que, por su condición de parto, con relativa frecuencia y obvia situación, en lo inmediato al ingreso por el servicio de emergencias, la lucha contra el tiempo por las vidas en riesgo, demandaba siempre una maratónica interna hasta la sala de partos.

De manera que, no es extraño imaginar que durante cada carrera de ese tipo y especialmente en los horarios nocturnos, el bullicio que se generaba entre los dolores de un parto a punto de ocurrir, las animaciones del médico acompañante y la camilla rodante; al oficinista en guardia no lo dejara de impresionar para no decir que asustarlo. Y aún más, cuando se trataba del doctor Sasa, por obvias razones de los acentos y las entonaciones de su voz propias de quien el español no es su lengua materna, más esto mismo unido a la pasión que él impregnaba en el ejercicio efectivo de la profesión; aunque para el funcionario hospitalario fueran situaciones cotidianas, los nervios de este escribiente y obligado espectador siempre experimentaban alzas. No obstante, el aparente escándalo, en términos de segundos se convertía finalmente en desbordante felicidad una vez escuchada la primera expresión del nuevo habitante de este mundo; y luego, la habitual sonrisa y algunas frases tanto de satisfacción como de agradecimiento por parte de este profesional protagónico en el alumbramiento, al despedirse de la madre y el personal de la Sala.

Hasta esos momentos de vivencias hospitalarias, este servidor no conocía de otras luchas del doctor Sasa. Sin embargo, pocos años después, ya no en el Hospital mencionado, sino ahora en una edificación de especialidades médicas del Instituto Nacional de Seguros (INS) y en ocupación similar, parte de mi desempeño, era preparar el expediente clínico y documentación afines para las consultas programadas a cada médico especialista, entre los cuales, también se encontraba el doctor Sasa. En dicha función me acostumbré a identificar el nombre del doctor como Abdulfatah Mahoumed Sasa, y no a como lo describe el Registro Civil; debido a la disposición de un sello que así confeccionaron y había que estamparlo en los documentos nuevos que sobre la consulta específica se adjuntaba al expediente. Y quizás por una especie de curiosidad de niño, cada vez que lo imprimía se me hizo costumbre determinar en el mismo lo grande que era como grande fue su persona; así como, diferenciar entre nombre y apellidos.

Pero esa, no fue digamos que algo así como la anécdota más recordada con él dentro del INS, pues en alguna fecha que no preciso si del año 1983 o 1984, lo cierto sí es que fue durante la administración gubernamental 1982-1986. Un período en cual, para los que somos más viejillos, recordamos que la conducta mayoritaria del costarricense con respecto a la Revolución Sandinista, experimentó un giro radical y opuesta a la precedente 1978-1982; una detestable situación que, con pocas excepciones se ha mantenido casi que hasta nuestros días y teniendo como protagonista principal al titular de la casa presidencial. Sucedió que, probablemente a iniciativa de las mismas instancias de gobierno, para un determinado día se empezó a promover en todo el país y su población, masivamente por los medios de comunicación lo que denominaron “un minuto por la Patria”; pues esta, según tales voces, se encontraba fuertemente amenazada por las fuerzas del mal representado por el “régimen Sandino-comunista de Nicaragua”.

Por lo tanto, llegado el día y la hora fijada 12 md, en los centros de trabajo y otros lugares de actividades con presencia de personas por todo el país, se debían suspender ocupaciones, ponerse de pie y en coro cantar el himno nacional al son del repique de campanas de iglesias y sirenas por todas las emisoras radiales y televisivas; más otros ruidos. Llegó el día y hora y así sucedió, en mi centro de trabajo todos los funcionarios se concentraron en la sala de espera de pacientes con quienes en el momento indicado conjuntamente cantaron el himno nacional, y por lo escuchado, fervorosamente finalizaron con vivas a la Patria y muerte a los representantes del mal. Pero, antes de volver a sus puestos, identificaron que en la escena hubo dos “traidores”: uno este servidor, y el otro un médico que les parecía comunista.

Les confieso que por mucho rato permanecí silencioso en el escritorio y casi que inmóvil, escuchando con tremendo susto el “patriotismo” de los compañeros. Pocos días después, se acercó a mi escritorio el doctor Sasa y sin decir por qué, pero sí con cierta malicia, preguntó si el día del bullicio me había pasado algo; a lo cual le respondí que no más de un susto. Su respuesta fue: “pendejos, a eso y mucho más puede llevar la ignorancia, pues no saben y probablemente tampoco les interese, conocer lo que es sufrir vejámenes como tener que hasta beber su propia orina, observar asesinar a familiares, o ser despojados y expulsados de sus tierras hacia el extranjero donde no eres nadie con su más legítimos documentos de identidad, pues no se los validan”. Varias cosas más platicamos en ese momento y en otros encuentros posteriores. Y confieso, con él entendí mucho más de lo poco que conocía de Palestina y las infinitas razones del coraje con que defendía su causa. Por ejemplo, hace aproximadamente diez años, en el programa “Sobre la Mesa” del Canal 15 UCR, ante una pregunta de la periodista Natalia Rodríguez respecto al tema “Siria y juegos de poder en Medio Oriente” sobre el cual exponía junto a otros invitados respondió:

“La sangre no se borra así con un poco de agua o un poco de jabón, eso queda para siempre, especialmente para quien según su mentalidad no olvida a sus muertos y trata siempre de buscar la venganza para ellos; por eso, siempre queda ese odio grande en el corazón de todos los árabes y en todos los países árabes por los muertos que hemos tenido”.

Tan sólo a partir de lo que describo, concluyo que, el doctor Sasa fue un hombre que durante su existencia física cultivó con su lucha los principios supremos por la vida y la justicia. De manera que, al reseñar esta modesta semblanza, traigo a mi memoria la histórica y sin igual referencia que, para todos los tiempos pronunciara Fidel en uno de sus discursos cuando entre mucho más señaló: “…revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y la ideas…”

Y finalizo creyendo o más bien imaginando sin ninguna duda a la equivocación que, si una de las pasiones del doctor Sasa fue poner sus manos y conocimientos al servicio de la mayor ternura del mundo: los niños, así como de sus madres, cómo estaría hoy su corazón con lo que en estos tiempos sucede a los niños de Gaza. Los niños, a los que también su esposa Flora Eugenia, con ángeles y marionetas abraza con exquisitez en sus obras.