El arte de labrar jícaros

Por Uriel Rojas

Labrar un jícaro o calabazo (Crescentia cujete), es parte de las artesanías que realizan algunas familias en Rey Curré.

Se usan para elaborar dibujos alusivos al contexto natural indígena.

Por muchos años en Curré se conservaron las tinajas de barro que usaban para traer el agua del río Grande de Térraba.

Con la desaparición de estos utensilios se empezaron a usar los calabazos. Eran grandes en forma ovalada que vino a sustituir a las tinajas. Lo hacían sin decorar, si acaso alcanzaban a ponerle alguna inicial para distinguir quién era su dueño.

Los calabazos antiguos eran sencillos, no se les quitada la superficie ni se les elaboraba ningún dibujo.

Las primeras artesanas solo le hacían un hueco pequeño en la parte superior del calabazo y luego le sacaba las tripas del mismo, usando piedras pequeñas que están entre la arena del río.

Ellas eran curiosas, escogían la tarde o la mañana para ir a lavar con mucha paciencia estos calabazos y cuando estaban seguras de que no tenían ningún resto de tripas en sus adentros, regresaban con sus calabazos llenos de agua a su ranchitos y lo guardaban por tres días, enjuagándolos a diario para luego ser usado como utensilio de cocina.

Los calabazos daban al agua frescura y lo mantenía en buen estado hasta por tres días. Al hueco que le hacían en la parte superior del calabazo le adaptaban un pedazo de madera en forma de tapón, en especial de balso el cual también debe cumplir un proceso de limpieza o purificación.

En la actualidad, se elabora un tipo de artesanía en jícara que asemeja a los calabazos antiguos pero ya no cumplen una función utilitaria en la cocina, se hacen para venderse en el mercado local y nacional.

Estos están decorados con figuras que están aún frescas en las memorias de estos nuevos artesanos tales como animales, plantas y figuras humanas que representan al contexto indígena de los antepasados, decorando los bordes con líneas espiraladas y grecas muy similares a las que aparecen en los petroglifos precolombinos.

Estos pequeños calabazos que hacen en la actualidad los artesanos de Curré tienen una belleza estética admirable y en la mayoría de casos le agregan una especie de canasta hecha de bejuco de capulín que extraen de la corteza de este árbol.

Esta canasta que ellos llaman “enrejado” le permite al comprador un fácil manejo del pequeño calabazo.

Para extraer esta corteza de capulín, se debe tomar en cuenta la menguante y se necesita de ciertos conocimientos adicionales para alcanzar una mejor calidad de los bejucos.

Luego de este proceso que dura hasta tres días en remojo, se debe hacer trenzas, para los cuales son las mujeres las especialistas, aunque se sabe de algunos varones que lo saben hacer muy bien.

Esta nota se elaboró con el apoyo de Alejandro Murillo V.