Luis Paulino Vargas Solís
Costa Rica es muy pequeñita, pero, aun siéndolo, es un país cuyo territorio alberga universo distintos, incomunicados, desconectados.
Están los universos de la abundancia, en los que se desenvuelven procesos de creación de riqueza, tan dinámicos que a veces hasta vértigo producen. Sucede, sobre todo, en las zonas francas, pero también en las finanzas y el negocio inmobiliario. A esos universos de la desmesura, se unen, favorecidos por la baja del dólar, los diversos sectores vinculados al comercio de importación.
Tan exuberante riqueza, sin embargo, queda encapsulada. Se han roto los vasos comunicantes, y el telar de nuestra economía y de nuestra sociedad ha quedado, no simplemente deshilachado, sino, de hecho, fragmentado en pedazos.
Aparecen, entonces, los universos de la carencia, que se manifiestan de las formas más diversas, y en los que queda atrapada una porción de la población que, con mucha diferencia, es mayoritaria.
- Los ingresos de la gente
La evolución del poder adquisitivo real de los ingresos dibuja una evolución realmente anómala. Sea en el promedio nacional o para las distintas categorías: por sector económico e institucional, por género, edad o por niveles de calificación. En la enorme mayoría de los casos ese poder adquisitivo de los ingresos se encuentra por debajo de su nivel de 2010, 14 años atrás, por márgenes que, según la categoría a la que nos refiramos, oscilan entre -7% y -14%. Es algo insólito: nunca, en la historia de Costa Rica, hubo un período tan largo, no solo sin mejora alguna en los ingresos reales de la población, sino, de hecho, sufriéndose, más bien, un retroceso efectivo de tales ingresos. Entretanto, el PIB por habitante, descontada la inflación, creció entre 2010 y 2023 un 34%, incluso el ingreso nacional bruto o neto por habitante, depurados también de la inflación, crecieron en los alrededores del 28-29% a lo largo de esos años.
Nada de ese dinamismo económico se trasladó a los ingresos. Claramente hubo enlaces rotos, que no permitieron que lo primero -el crecimiento de la economía- se hiciera sentir en la vida de la gente.
- El empleo
Tampoco ese crecimiento ha aportado al empleo. Ahí, de nuevo, aparecen los universos de la penuria, desconectados de los universos de la abundancia.
Después de la crisis de 2009 quedamos instalados en zona tormentosa, con elevadas y crecientes tasas de desempleo e informalidad. El empleo nunca regresó a niveles ni medianamente satisfactorios, a lo largo de todo el decenio siguiente. Luego, al entrar en el período pospandemia, se manifiestan nuevas e inusitadas formas de deterioro del empleo. Sucede, entonces, que centenares de miles de empleos se pierden y centenares de miles de personas dejan los mercados laborales. Hoy tenemos tasas de participación laboral y tasas de ocupación escandalosamente bajas. El fenómeno es generalizado y arrastra también a los hombres, aunque se manifiesta con especial agudeza entre las mujeres.
- Desigualdad social
Es francamente escandalosa. Un coeficiente de Gini arriba de 0,60 resulta algo absolutamente vergonzoso[ii]. Y, siendo eso lo que los datos muestran, resulta, sin embargo, que hay buenas razones para creer que la situación podría ser aún peor de lo que esos números sugieren, puesto que todavía no logramos discernir la realidad de los ingresos (y los patrimonios) del 1% o del 1 por mil más rico.
El problema principal ya no es que la pobreza medida según el método tradicional de línea de pobreza no se reduzca. El problema realmente grave es que, conforme se abren abismos de desigualdad, también se esfuman las oportunidades para grandes sectores de la población, y se generan fracturas tan groseramente ofensivas que profundizan el malestar, envenenan la convivencia social y destruyen la paz social.
Pero, por favor, no olvidemos las múltiples fracturas visibles en los territorios: entre la región central del país y las regiones periféricas, pero también al interior de cada una de esas regiones, puesto que los territorios registran, en distancias muy cortas, groseras y evidentes discontinuidades entre la prosperidad de unos pocos y la exclusión de muchísimos otros.
E, igualmente, ya no debería extrañarnos lo que estamos observando, cuando la juventud de las barriadas empobrecidas es reclutada por el narco, para luego atraparla en el juego siniestro del tráfico clandestino de drogas y el sicariato, cuya parada final es, con toda seguridad, la muerte. Y una muerte que llega cuando apenas se han cumplido los 20 años o, incluso, antes. Tristemente les hemos puesto a nuestros muchachos en bandeja de plata, para que las mafias hagan su festín.
Digámoslo con sinceridad: hablar de paz social hoy en Costa Rica comienza a resultar muy forzado, cuando sabemos que, incluso en el sitio más inesperado y bajo las condiciones más insólitas, se desatan terribles balaceras.
- Las amenazas a la democracia y el Estado de derecho
Y ahora se nos viene encima esta absurda y destructiva política de austeridad fiscal, la cual, ya desde su concepción, arrastraba errores fatales, y, hoy en su ejecución práctica, está acelerando de una forma brutal el deterioro social. Tal es el adefesio gestado por Carlos Alvarado, que Rodrigo Chaves lleva adelante con ardor profético y espíritu de cruzada
Lo anterior, sumado a muchos otros factores -incluso las ínfulas autoritarias y el sesgo autocrático de Chaves- pone a la democracia y al Estado de derecho frente a enormes desafíos. Simplemente estamos dinamitando las bases indispensables para cosechar un futuro de paz.
- Dialogar sobre bases de justicia e inclusión
Empecé diciendo que se han roto los vasos comunicantes, que el tejido de nuestra economía y nuestra sociedad está desbaratado. La única manera de reconstruir todo eso, y que el país no se nos vaya por el caño, es sentándose a conversar: como personas grandes, maduras y sensatas. La única forma de reconstituir ese tejido roto es reconstituyendo el tejido del diálogo y el entendimiento, lo cual exige humildad, capacidad de escucha, desprendimiento y generosidad.
A todas y todos nos corresponde dar nuestro aporte, en la comprensión de que ese aporte debe ir de acuerdo con lo que cada uno tiene y cada uno puede. Si algunos van en Mercedes Benz, y otros en moto o en bicicleta, e, incluso, hay quienes van a pie, no podemos esperar, ni de ninguna manera exigir, que el que va a pie aporte lo mismo que el que circula en Mercedes. Las responsabilidades de este último son mucho mayores.
[i] Este escrito reproduce mi exposición (breves nueve minutos) en el encuentro realizado el 5 de marzo en las instalaciones de la Ciudad de la Investigación de la Universidad de Costa Rica, en los marcos del «Foro Diálogo Nacional», una iniciativa impulsada por la Asamblea Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Banco Popular; las universidades públicas por medio de CONARE y la Mesa Nacional de Diálogo Nacional y Productivo. Es una versión editada de mi exposición, a la que le hice algunas mejoras, procurando facilitar su lectura. Las ideas y tesis de fondo no sufrieron ningún cambio. Agradezco al Dr. Gustavo Gutiérrez, rector de la Universidad de Costa Rica, ya que mi participación en ese foro se debió enteramente a su confianza en mis modestos aportes y a su buena voluntad.
[ii] Este dato es mencionado en el Informe Estado de la Nación 2023, página 84, citando un estudio de Zúñiga Cordero, realizado en la Paris School of Economics, el cual se refiere al período 2000-2020, utilizando datos del INEC, ajustados con datos de tributación y del seguro social. Recordemos que el índice o coeficiente de Gini, es un artificio estadístico que busca medir la desigualdad en la distribución de los ingresos (o de cualquier otra variable), de forma que un valor de cero implica perfecta igualdad, y un valor de 1 perfecta desigualdad. Los países nórdicos europeos y algunos otros países europeos -los más igualitarios del mundo- presentan coeficientes de Gini en el orden del 0,25 o poco más. Estados Unidos, el país rico más desigualitario, presenta un coeficiente en los alrededores de 0,41-0,42.